Wednesday, August 19, 2015

capitulo 106

—¿Por qué? ¿Qué sucede?
—Sé quién es el asesino —respondió Peter.
Rocio se preguntó cuánto tiempo habría estado escondido en la parte trasera de la minifurgoneta.
Los niños creyeron que se trataba de una broma. Rocio agradeció que se hallaran todos en los asientos de atrás, Justin en el posterior, Shelley y Anthony en el del centro, detrás de ella.
Porque él estaba ahora a su lado.
Tenía un cuchillo en el regazo. Una navaja de resorte. La abría y la cerraba, la abría y la cerraba, una y otra vez.
— Esto no tiene gracia — le dijo Rocio, recurriendo a la bravata.
—Claro que no. La vida es muy seria.
—¿Por qué me haces esto?
—No te estoy haciendo nada. Sabes que quieres acostarte conmigo, y vas a amarme. Simplemente te acobardaste. No te pareces tanto a ella, ¿sabes?
—¿A quién?
—A tu madre.
Una puñalada de pánico atravesé el corazón de Rocio. Lo miró de reojo. Ya no parecía tan guapo. Había algo en sus ojos, en los ángulos de su rostro...
Rocio se humedeció los labios.
—Lo siento. No quise darte esperanzas. Cometí un error. Estoy casada.
—Eso tiene arreglo.
—Tengo hijos.
—Yo puedo quererlos. O... —él sonrió, deslizando el dedo por el cuchillo— puedo deshacerme de ellos. De hecho, te daré la oportunidad de que me ames y... bueno, sus vidas dependerán de ello. Sigue conduciendo. Más deprisa. Nos quedan algunos kilómetros de camino.
Ella empezó a temblar.
Iba a morir, se dijo. Iba a morir. Había sido una mala esposa, y quizá Dios quería pasarle factura. Tenía tanto miedo... No quería morir como murió su madre.
No podía morir. Los niños iban en el coche. Tenía que seguir viva. No importaba lo que le sucediera a ella, tenía que seguir viva hasta que...
Hasta que los niños estuvieran a salvo.
La minifurgoneta se desvié por un camino casi invisible.
Sería una locura seguir adelante. Tenía que volver, buscar una gasolinera, un teléfono.
Pero si no seguía a la furgoneta, podría perderla de vista. Tenía que continuar. Si se volvía atrás, podría perder a su hija. A su hermana. A Shelley, Justin, Anthony...
Oh, Dios...
Se sentía tan aturdida por el miedo que casi se salió del camino. La furgoneta apenas resultaba visible, más adelante. De pronto, se detuvo. Lali pisé rápidamente el freno mientras se desviaba hacia un lado, con intención de ocultar el Cherokee.
Estaban en las profundidades de los pantanos, y Lali se dio cuenta de que habían llegado hasta allí por un viejo camino que llevaba a unas cabañas de caza abandonadas. Se apeó del coche y se apresuré por entre la maleza, acercándose lo suficiente para ver y ofr todo lo que sucedía.
El camino se acababa más adelante, donde estaba la furgoneta. Sus ocupantes fueron saliendo. Por un momento, Lali no reconoció al hombre que acompañaba a su hermana. Luego emitió un jadeo de incredulidad. Y entonces comprendió por qué no había sido capaz
de verlo. Comprendió por qué no había querido verlo, ni creer...
Anthony estaba llorando, y el asesino ordenó a Rocio que lo hiciera callar. Parecía cada vez más furioso.
Desesperadamente, Lali buscó con la vista a Alegra, pero no la vio. No veía a su hija. El terror le oprimió el corazón. Había asesinado a Alegra.
No, no, no... se dijo. Alegra no estaba con ellos. Debió de suceder algo, y Rocio no había ido a recogerla. Si su hija hubiese muerto, ella lo sabría.
—Por favor... —estaba diciendo Rocio—. Yo me ocuparé de los niños. Haré lo que quieras, pero, por favor, deja que yo me ocupe de ellos.
— Necesitan disciplina.
—Yo me ocuparé. De verdad.
— Sube en la barca.
Lali estuvo a punto de avanzar, pero vio que él sostenía una navaja. Y la mano de Anthony.
—Espera, por favor...
— Rocio, no quieras aprender por las duras.
Lali guardó silencio, mordiéndose el labio, mientras veía cómo se subían en una de las viejas barcas situadas en la orilla del pantano, bajo un árbol. La barca cruzó la angosta extensión de agua y, al llegar al otro lado, el grupo bajó a tierra y desapareció tras el follaje.
Lali corrió hacia las barcas, sintiendo náuseas. En el agua había serpientes. Caimanes. Y Dios sabía qué más. Ella no era exactamente una mujer de campo. Adoraba el agua, sí, pero...
Oh, Dios, las barcas estaban cubiertas de arañas. Sin dudar un solo instante, eligió una de ellas y se adentré en el agua.
«No pienses en las serpientes y los caimanes», se dijo. «Recuerda que un hombre al que querías como a un hermano es un asesino. Un asesino que sedujo a tu hermana, como a las demás víctimas, y que ahora la tiene en su poder...»
Llegó al otro lado y salió de la barca, temblando. De pronto, pensó en Peter. Había tenido tanto miedo por ella... Oh, Dios, si le hubiera hecho caso...
Peter...
Lali avanzó agachada por entre el follaje, arreglándoselas para no gritar cuando se enredé en una tela de araña.
Había estado allí antes, se dijo. Hacía muchos, muchos años, cuando era una niña pequeña. Aquel era el «refugio del pantano» de Mariano, como él solía llamarlo.
Abandonado desde hacía mucho tiempo.
Pero, al parecer, seguía utilizándose.
«Oh, Peter, ¿dónde estás? Tengo tanto miedo... Lo siento mucho. Peter, Peter, Peter... Por favor...»
El teléfono de Lali parecía estar desactivado. Peter maldijo con frustración, golpeando el volante con ambos puños. Nico lo miraba como si hubiera perdido la razón. Quizá era así.
—¿Peter? ¿Adónde iremos ahora?
Peter movilizó a la policía por toda la ciudad. Buscaron en casa de Cande, en el depósito, en casa de Jimmy, en casa de su padre, de Pablo y de Gas, e inspeccionaron todas las carreteras entre Miami y Cayo Hueso. Los demás le obedecían sin comprender su pánico. Su esposa y
su cuñada solo llevaban dos horas desaparecidas. No era para tanto. Las mujeres solían quedar para ir de compras. No había motivos para preocuparse, opinaba la mayoría de los hombres.
Salvo que Lali no se había ido de compras. Estaba en peligro.
—¿Peter? —dijo Nico preocupado.
Peter exhalé una larga bocanada de aliento y lo miró.
—¿Adónde vamos?
—No lo sé.
Dios, casi le parecía oir la voz de Lali. Llamándolo. ¿Estaría herida? ¿Asustada? Oh, Dios, ¿estaría muerta? No, no, no...
Lali lo necesitaba. Peter lo sabía, lo percibía. Tenía que llegar hasta ella, estaba cerca...
Pero ¿dónde?
Lo único que sabía era que estaba buscando a su esposa. A la mujer que amaba.
— ¡Jesús! —exclamó súbitamente. Era como si pudiese oirla, como si realmente Lali lo estuviese llamando. Lo necesitaba, y él no estaba allí.
—¿Qué demonios pasa? ¿Qué es lo que sabes? — inquirió Nico bruscamente—. El asesino es el tipo con el que Rocio tenía una aventura, ¿verdad?
—Rocio no tuvo ninguna aventura.
— Se estaba viendo con alguien...
— Pero no se acostó con él. De haberlo hecho, estaría muerta.
—Tienen que encontrarse bien. Por el amor de Dios, habrán ido de compras.
Peter miró a Nico.
—No han ido de compras.
— Entonces...
—Se dirigen a los pantanos —respondió Peter. Sí, tenía que ser eso. Recordó haber tenido abrazada a Lali, mientras ella se estremecía y temblaba contra él.
«Conducía por la carretera de Tamiami, hacia las cabañas de caza... Era yo y no era yo...»
Lali estaba con Rocio, o iba siguiéndola, negándose a permitir que asesinaran a su hermana como habían asesinado a su madre.  Lali se acercó a la desvencijada cabaña. Mientras se aproximaba, se vio bombardeada por súbitas imágenes mentales que la dejaron sin respiración. Ante sus ojos brillaron los destellos de un cuchillo empuñado cruelmente ante el resplandor parpadeante de una chimenea. Un charco de sangre en el suelo.
Lali lo comprendió. No había asesinado necesariamente a sus víctimas en aquel lugar. Pero acudía allí para deshacerse de los cadáveres.
Respiré por la boca, tal como solía recomendarle Peter, para combatir la sensación de náuseas. Se acercó a la cabaña tambaleándose y miró por la ventana.
En la cabaña había una especie de desván. Rocio consiguió convencer a los niños de que estaban viviendo una aventura con su tío Gas, y de que era muy importante que durmieran una larga siesta para poder jugar todos aquella noche.
Él estaba sentado en una silla, delante de la chimenea. Gas. Otra vez parecía él mismo. Las piernas separadas, una sonrisa en su atractivo rostro, el cabello rubio ligeramente despeinado.
—,Los niños duermen?
— Sí.
—Ven aquí.
—Gas, por favor...
—Ven aquí, Rocio.
Ella respiré hondo y se acercó. Él la miró sin expresión.

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