Monday, August 24, 2015

capitulo 30

  Lali asimiló aquel intercambio de comentarios con perplejidad. La aparición de su hijo en el vestíbulo no había sido, según parecía, pura casualidad.
—Relajó el ambiente, desde luego —continuó Alejo en tono de aprobación.
—Bastante, señor… y supongo que después de pasar cierto tiempo en compañía de la joven americana, el señor Agustin encontrará fácil fingir que nada ha ocurrido.
— ¿Crees que volverá para Navidad? -preguntó Alejo.
—Por supuesto, señor. Yo no me preocuparía por eso—aseguró el padre de Lali con una sonrisa cínica, recogiendo una manta para echársela a Alejo por las piernas casi con ternura.
—Me gustaría poder estar orgulloso de ese chico —Comentó el anciano con pesar—. Peter es más recto que una vara, con él no hay peligro... De dos, uno; no debería quejarme, ¿no crees?
  Lali, mareada y atontada, perfectamente consciente de que ya nadie reparaba en su presencia, se marchó. Sin embargo, sabía que jamás olvidaría aquella imagen de Alejo con su padre: el diálogo de dos amigos que se conocían de toda la vida. Por primen vez, había comprendido que la distancia formal que mantenían en público no era una muestra real de sus verdaderas relaciones, y que, tras la lealtad de su padre, se escondía un afecto verdadero.
Temerosa de encontrarse con Peter y de montar una escena delante de Santino si subía las escaleras, Lali se dirigió a las dependencias del servicio por primera vez desde que había llegado a aquella casa y buscó a su madrastra,
— ¡Lali… oh! —gimió Gimena con expresión de culpabilidad.
—Gracias por quedarte conmigo anoche…
— ¿Sabes dónde está el señor Peter? —la interrumpió Gimena.
—Está arriba, con Santino, creo. Si tienes algún mensaje para él, dáselo a papá...
La voz de Lali se desvaneció mientras observaba a su madrastra salir corriendo llorando y pasar por su lado. Lali vaciló, dudó de si seguirla pero no tenía ganas de enfrentarse a nadie más después de lo ocurrido. Ya hablaría con Lali. Atravesó las cocinas donde los cocineros se afanaban en preparar la comida, y al final de un largo corredor entró en la habitación de su padre para tomar prestado su abrigo.
Era nuevo, notó con sorpresa Y parecía caro. Quizá hubiera sido de Alejo. Lali metió los brazos por las mangas mientras buscaba en el armario de las llaves. Segundos más tarde, localizaba la llave que buscaba y se dirigió hacia el túnel de la servidumbre que daba al jardín. Estaba oscura y húmedo como siempre. Había sido construido hacía un siglo para permitir a los criados entrar en la casa sin tener que pasar por los jardines ofendiendo así la vista de la familia y de sus invitados. Aquel túnel era un cómodo atajo,
  Lali se metió las manos en los bolsillos. Más allá del viejo invernadero por el sendero, se llegaba al lago. Una de las peores ideas de Agustin había consistido en transformar el Folly en un hotelito y, haciendo caso omiso del gusto de su abuelo por la intimidad se había gastado una fortuna en transformarlo
— ¡Les va a encanta, a las parejas de recién casados!—había pronosticado Agustin mientras mandaba instalar una bañera con jacuzzi y una cama del tamaño de una plaza de toros.
Sin embargo nadie había tenido oportunidad de utilizarlo. Nadie excepto Peter. Lali caminó por el lago sin advertir cómo las ramas se movían con el viento, recordando en su lugar aquel verano, tiempo atrás, y sus flores salvajes, su intenso calor… y a Peter, esperándola milagrosamente…
—Únete a mí —había sugerido él como por casualidad, señalando la cesta de excursión sobre la manta—. Hoy voy a comenzar una nueva vida.
  Peter no estaba del todo sobrio, pero Lali, en su excitación ni siquiera se había dado cuenta. Solo veía que por fin le prestaba atención, que por fin expresaba el deseo de estar en su compañía. Con su padre en Londres, Lali llevaba toda la semana buscando la oportunidad de encontrarse con Peter, arrojándose a sus pies con creciente desesperación, esperando aterrorizada escuchar que por fin se marchaba a Grecia.
Sin embargo, una vez instalada sobre la manta, consciente de la mirada sugerente de Peter y de que los hombres la consideraban bella, Lali se había subido a la más alta cumbre para despertar bruscamente a la realidad de la vida.
—Me recuerdas a una gata lamiendo crema —había confesado Peter alcanzándola con una mano segura y besándola hasta dejarla sin aliento.
  Lali no tenía control sobre su cuerpo ni sobre los sentimientos que Peter despertaba en ella. Peter jamás había sido como aquellos admiradores jóvenes y poco sofisticados a los que sabía mantener a raya. Mucho antes de lo que ella hubiera querido recordar. Peter la llevó al Folly y le hizo el amor apasionadamente, con una impaciencia salvaje que la había asustado y confundido.
Recordar su comportamiento aún la hacía sentirse enferma, temblorosa. Debía haberle parecido una desvergonzada, una patética obsesa. En sus peores momentos, incluso Lali se preguntaba si no se habría acostado con ella para librarse por fin de su persecución.
  Lali metió la llave en la cerradura de la puerta del Folly y entró, Casi se desmayó del susto. La trasformación de Agustin había desaparecido. El lugar había vuelto a su antigua forma para servir al propósito inicial de su construcción: ser el mirador desde el que contemplar el lago, en lo alto de la colina, un lugar cómodo en el que sentarse incluso en invierno. Lali subió las escaleras de piedra del rincón y contempló toda la habitación. De pronto, súbitamente, volvió a bajarlas y salió precipitadamente al aire fresco. Las lágrimas de arrepentimiento resbalaban por sus mejillas. Aquel fin de semana había sido inmensamente feliz, pero al mismo tiempo había sido tan estúpida que había creído que él también lo había sido.
—Me gustan las mujeres que saben lo que quieren... siempre y cuando sea lo mismo que quiero yo, claro… y lo es… lo es —le había confesado Peter lleno de satisfacción, mirándola con ojos penetrantes, disfrutando aparentemente del afecto y del calor que ella le había prodigado—. Y lo que más me gusta es que me miras como si fuera el centro de tu universo...
¿Cómo se había atrevido a preguntarle, después de aquello, si lo había utilizado como cebo pan poner celoso a Agustin? Aquel fin de semana ni siquiera había sido capaz de ocultar sus sentimientos, se había mostrado irremisiblemente, delirantemente feliz.

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