Monday, August 31, 2015

capitulo 27

Pero en su inocencia, nunca se le ocurrió pensar que Peter podría estar satisfaciendo su apetito sexual con otra. Porque confiaba en él de forma absoluta. Y nunca se habría enterado de que había otra mujer en su vida, si no se le hubiera ocurrido ir a Cagliari entre semana.
Un vecino la había llevado a la estación y allí había tomado el tren. Le había dado mucha vergüenza entrar en el banco y preguntar por Peter. Había esperado hasta la hora de la comida, tratando de reunir fuerzas, cuando vio a Peter salir riendo y del brazo de una mujer. Ni siquiera se había dado cuenta de su presencia, cuando los dos pasaron a su lado. Pero, después de pensar que a lo mejor era una compañera, decidió seguirlos. Los vio que se metían en un bloque de pisos.
Cuando intentó entrar, el guarda de seguridad le preguntó dónde iba. Lali vio cómo Peter y su acompañante se metían en el ascensor. Después vio como sus cuerpos se juntaban y se besaban con la impaciencia típica de los amantes. Segundos antes de que las puertas del ascensor se cerraran, Peter había levantado la cabeza y había visto a Lali. Nunca pudo olvidar la forma en que la miró...
Cinco años más vieja y todavía aquel recuerdo le dolía. Hasta el suceso del ascensor, siempre había pensado que su matrimonio con Peter era real. Pero desde el principio, él había pensado pedir la anulación, para volver a conseguir la libertad.
Empezaba a anochecer cuando llegaron a los pueblos de montaña, pueblos de olivares y viñedos. Conforme se iba subiendo por la carretera, el bosque iba desapareciendo. Los pastos aparecían desolados. Sólo de vez en cuando se veía un rebaño de ovejas con un pastor. Llegaron a la cima y empezaron a bajar por la carretera que iba a Sienta.
Tiesa como una vela, Lali observó aquellas vistas, tan familiares para ella. Manzanos, nogales y robles rodeaban el pueblo. Pequeñas casas aterrazadas, sus muros cubiertos de parras, se extendían a lo largo de la carretera. Peter aparcó el coche cerca de la casa de Gino Esposito, en el centro del pueblo y la miró.
-¿A qué estás esperando? -le preguntó. Lali salió del coche muy despacio. Vio a su tía abuela, Maddalena, mirando por la puerta. Insegura de sí misma, se puso tensa y después, de pronto, se empezó a emocionar. A los pocos segundos estaba en brazos de una mujer en lágrimas, intentando conversar en un idioma que ella creía haber olvidado, pero que le salía con naturalidad de sus labios.
-Entra, entra... -instó Teresa, que estaba detrás de su hermana-. Todos los vecinos nos están viendo.
A los pocos segundos estaba frente a su abuelo, quien la saludó y le dio un abrazo menos efusivo.
-No te habría admitido en esta casa, si no hubieras venido con tu marido -admitió Gino Esposito-. Pero veo que has vuelto donde debes estar, a su lado.
Lali no quiso discutir en aquel momento. Se sonrojó y se mantuvo en silencio, emocionada por el recibimiento tan cálido después de cinco años de silencio. Sintió que era más de lo que se merecía.
Veía cosas que no había sido capaz de ver en su época de adolescente, cuando todos sus pensamientos se centraban en Peter y en escapar de Sienta. Vio el brillo de desconfianza y satisfacción en la mirada de su abuelo y la cara de rechazo de Teresa. Lali se fue hacia ella y la abrazó.
-Sácale a Peter un vaso de vino -le dijo Teresa a Maddalena, sonriendo de una forma un tanto extraña-. Yo le voya enseñar a Lali la casa.

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