Thursday, August 27, 2015

capitulo 3

Pero los recuerdos persistían. La conmoción cultural que supuso, a sus once años, pasar de vivir en un mundo civilizado como el de Londres, para trasladarse a una familia de campesinos analfabetos, que ni siquiera la querían, el horror que sintió cuando le dijeron que nunca más volvería a ver Londres, ni a su madre. El abandono de su padre a los pocos días, la soledad, el miedo, el aislamiento. Todos esos sentimientos todavía estaban muy dentro de ella y sabía que nunca los iba a poder olvidar.
Su madre era modelo. Se quedó embarazada de ella cuando tenía dieciocho años, de un hombre llamado Nicolas Vasques, un fotógrafo muy atractivo. Sus padres se separaron cuando ella tenía tan solo ocho años. Su padre la llamaba muy de vez en cuando, apareciendo cuando menos se lo esperaba. En un par de ocasiones había intentado volver a compartir el mismo techo con su madre. En esas ocasiones, Lali había confiado con desesperación que sus padres se volvieran a unir.
Por eso, posiblemente, se enfadó mucho cuando su madre conoció a otro hombre y decidió solicitar el divorcio. Su padre puso el grito en el cielo, cuando se enteró. Discutieron. Un día, después de aquel incidente, Nicolas la fue a recoger al colegio. Le dijo que se iban de vacaciones y que no era necesario que fuese a casa a hacer las maletas, mostrándola una bolsa en la que dijo que había metido todo lo que necesitaba para el viaje tan maravilloso que iban a hacer.
-¿Lo sabe mamá? -le preguntó ella, frunciendo el ceño. Nicolas le contó un secreto que a ella le pareció maravilloso. Mamá y papá iban a vivir juntos otra vez. Le dijo que su madre iría a Cerdeña a finales de esa semana. Intentando olvidarse de aquella mentira tan cruel, Lali tomó otra de las sinuosas curvas de la carretera y vio la señal al final de un puente que decía «La Rocca». Al fin, pensó, acelerando para llegar al pueblo, teniendo que frenar para no atropellar a una cabra y dos cerdos. Era un pueblo en el que se respiraba pobreza y aquella sensación la hizo estremecerse. Le trajo a la mente el recuerdo de otro pueblo mucho más alejado de la civilización. A ese conjunto de casuchas le habían llamado Sienta. El lugar donde nació su abuelo paterno. Sienta era un punto en el mapa que pertenecía a otro mundo. El silencio crispaba los nervios. ¿Dónde estaba el hotel? Confiaba en que fuera un hotel razonable, porque no tenía más remedio que pasar la noche allí. A unos diez metros, vio un bar. Cuando entró en el interior hizo un gesto de desagrado con la nariz. El hombre fornido que había detrás del mostrador la miró.
-¿Puede indicarme dónde está el hotel La Rocca? -le preguntó en italiano.
-¿Lali...?
Cuando oyó su nombre en italiano, se le puso la carne de gallina. Lo dijo una voz suave, melosa, con las sílabas aterciopeladas y fluidas como la miel, pero tan vigorizantes como la sirena de un coche de policía justo detrás de ella.
Muy lentamente empezó a girar sus pies. Su cuerpo delgado se puso en tensión, intentando superar su estado de desorientación, no queriendo aceptar que había reconocido aquella voz.
Peter Lanzani levantó su cuerpo y surgió de entre las sombras. Lali sintió la lengua pegada al paladar. Las manos le sudaban. Por un momento, incluso llegó a dudar de su estado de salud mental. Vestido con un traje gris plateado, con una gabardina sobre sus hombros, Peter era un elemento exótico en aquel escenario de mesas desvencijadas y grasientas paredes.

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