Wednesday, August 19, 2015

capitulo 2

—No se hable más —murmuró Mercedes graciosamente desde el umbral de la puerta, consciente de que quien calla otorga—. ¿No crees que deberías ir metiendo a los niños en el baño? Son más de las seis y media, y están armando un buen alboroto.
Eran más de las ocho cuando Lali consiguió por fin meter a los niños en la cama. Benjamin y Mercedes habían salido a cenar hacía tiempo. Sophia, de seis años, y Benedict y Oscar, los gemelos de cuatro años, eran niños encantadores, ricos en juguetes y pobres en cariño y atención por parte de sus padres. Benjamin era juez, y nunca estaba en casa, y Mercedes era una mujer de negocios que pocas veces abandonaba la oficina antes de las siete.
Tenían una casa espaciosa, bonitamente amueblada, un Porsche y un Range Rover, pero Mercedes era tan tacaña, que había ordenado instalar un contador de gas en la habitación de Lali, sobre el garaje. El dormitorio no disponía de calefacción central y, en origen, había sido un trastero, así que hacía un frío helador.
  Lali arropó bien a su hijo, tratando de que asomara solo la coronilla de cabellos negros rizados, cuando sonó el timbre de la puerta. Salió al pasillo y corrió escaleras abajo a abrir antes de que el timbre despertara a Sophia, que tenía un sueño muy ligero. Se retiro un mechón de cabello rubio platino del rostro y presionó el intercomunicador.
— ¿Quien es?
— ¿Lali…?
  Lali dio un paso atrás, alarmada. Sedosa, sexy, aquella voz ronca tenía cierto acento griego. Hacía más de dos años que no escuchaba aquella voz, y reconocerlo la llenó de pánico. El timbre volvió a sonar, impaciente.
— ¡Por favor, no llames así..., vas a despertar a los niños —exclamó por el intercomunicador.
—Lali... abre la puerta -ordenó Peter.
—No... no puedo... no me está permitido abrir por las noches, cuando estoy sola — musité ella, diciendo la verdad—. No sé qué quieres de mí ni cómo me has encontrado, pero me da igual. ¡Vete de aquí¡
  Peter presionó otra vez el timbre con insistencia. Lali, de mal humor, se apresuró al porche. corrió las cortinas, y abrió.
—Gracias —respondió Peter con frialdad.
Atónita ante su sola presencia, Lali abrió la boca. El pulso le latía furiosamente.
—No puedes entrar...
—No seas ridícula —contestó él arqueando una ceja.
  Lali miró involuntariamente sus ojos, del color esmeralda tormentosa, y se estremeció ante la respuesta de su cuerpo. Era Peter Lanzani en persona: de pie, de lante de la puerta de los Amadeo, con su metro noventa de estatura y su aire de sofisticación y devastadora masculinidad. La chaqueta de etiqueta destacaba sus anchos hombros, y los pantalones de confección impecable acentuaban las estrechas caderas y las largas, larguísimas piernas. Cada línea de sus bellos y exquisitos rasgos expresaba
confianza en sí mismo, y sus cabellos eran negros, espesos y brillantes. Lali no podía creer que fuera real, que estuviera de verdad delante de ella.
—No puedes entrar —repitió restregándose las manos sudorosas en la pernera de los vaqueros.
—Lali… tengo sed —musitó Sophia medio dormida, desde las escaleras.
  Lali se dio la vuelta sobresaltada y corrió al pasillo escasamente iluminado.
—Vuelve a la cama, yo te llevaré un vaso de agua.
  Peter entró en el vestíbulo y cerró la puerta. Lali se volvió hacia él y lo miró con ojos suplicantes, pero no dijo nada. No quería desvelar y alertar a la niña de la presencia de un extraño en casa. Se mordió el labio llena de frustración y corrió a la cocina por un vaso de agua, que subió al dormitorio. Mercedes y Benjamin habían salido a tomar una cena rápida, y podían estar de vuelta en cualquier momento. Se enfadarían si veían que había dejado pasar aun extraño.
Confusa, acostó a Sophia y se apresuró a bajar de nuevo las escaleras. Peter seguía de pie en el vestíbulo. No le hubiera extrañado encontrarlo sentado en uno de los sofás de piel del salón. La gente extendía alfombras cuando pasaba Peter, jamás lo dejaban de pie en el vestíbulo o delante de la puerta. Su imperio electrónico, de éxito internacional, generaba una enorme riqueza que le confería un poder y una influencia inmensa en el ámbito de los negocios.
—No te retendré mucho tiempo —le informó Peter con una sonrisa.
— ¿Que estás haciendo aquí? —preguntó Lali con un susurro, tratando de recobrarse de aquel instante de aturdimiento—. ¿Has venido por mi padre?, ¿está enfermo?
—No, que yo sepa Nicolas está perfectamente bien—contestó Peter frunciendo el ceño.
  Lali se ruborizó. Comprendía perfectamente el desconcierto momentáneo de Peter. Sin duda, el infierno se helaría antes de que Peter hiciera de chico de los recados de uno de los sirvientes de su abuelo. Rebelándose momentáneamente contra las rígidas reglas de Mercedes, Lali abrió la puerta del salón y lo invitó a pasar.
—Podemos hablar aquí —dijo tensa, tratando de fingir que todo era normal.
Sin embargo, con Santino arriba, durmiendo, y Peter abajo, comportándose como un cortés y frío extraño, era imposible. Quizá Peter tuviera miedo de que ella volviera a echarse en sus brazos, pensó horrorizada. Lali bajó el rostro ruborizado, pero los humillantes recuerdos siguieron acudiendo a su mente como misiles que encontraran fácilmente su objetivo.
Había vivido obsesionada con Peter durante más años de los que deseaba recordar, y no había sido precisamente una de esas adolescentes que se sientan a soñar esperando a que ocurra el milagro. A los diecinueve años, ya había tramado todo un plan para conquistarlo, y había roto todas las reglas con el único objetivo de pescarlo. Había olvidado quién era él y quién ella. Y, finalmente, había conseguido lo que buscaba: Peter se había lanzado sobre ella tan deprisa y con tanta pasión, que la cabeza le había dado vueltas y más vueltas.
El silencio se hizo tenso, Nerviosa. Lali levantó la cabeza y vio a Peter observándola. Estaba atrapada sin remedio, tenía el pulso acelerado, sudaba. Lali se pasó una mano por los largos cabellos que caían en torno a su rostro y se los aparto de la cara. Los ojos de Peter siguieron de cerca aquel movimiento en cascada de cabellos brillantes. Las
pestañas negras velaban su mirada penetrante. De nuevo los labios de Peter parecieron endurecerse y ponerse tensos.

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