Wednesday, January 13, 2016

capitulo 4

El ama de llaves le abrió la puerta antes de que llamara a la campanilla. -Señorita Esposito -le saludó fríámente-. La señorita Veltrano y la señorita Suares la esperan en la salita de dibujo. El señor Hartley, el albacea, vendrá enseguida. -Gracias... no hace falta que me acompañe. Recuerdo bien el camino. Temerosa del recibimiento que le iban a dispensar las otras dos jóvenes, especialmente una de ellas, se detuvo ante uno de los ventanales que daba a la rosaleda que había sido el orgullo y la alegría de Julia. Recordó las deliciosas meriendas infantiles preparadas para las tres niñas, Lali, Cande y Eugue, quienes se esforzaban por mostrar sus mejores modales ante Julia, quien como nunca había tenido niños, mantenía unas ideas bastante anticuadas sobre la forma en que éstos debían comportarse. Sin embargo, Lali nunca había encajado en aquel ambiente. Tanto Cande como Eugue pertenecían a familias acomodadas, y siempre que iban de visita a Gilbourne llevaban preciosos vestidos, mientras que Lali nunca tenía nada decente que ponerse. Así que, año tras año, Julia se la llevaba de compras; ¡qué sorprendida se habría quedado su buena madrina si se hubiera enterado de que el padre de Lali revendía aquellos costosos vestidos en cuanto su hija regresaba a su casa! Su difunta madre, Gimana, había trabajado como señorita de compañía de Julia pero ésta siempre la había considerado como una amiga en vez de una empleada. Sin embargo, nunca le había gustado el marido que había elegido. Por desgracia, Salvador  había resultado ser un hombre débil, egoísta y poco digno de confianza, pero también era el único padre que Lali había tenido, y sólo por eso le profesaba una lealtad sin fisuras. Su padre se había esforzado por sacarla adelante, y, a su modo, la quería mucho. Sin embargo, la forma en que se comportaba cuando iba a ver a Julia era una cruz que a Lali se le hacía difícil soportar. Invariablemente, y a pesar del evidente disgusto de la dama,Salvador se empeñaba en sacarle algo de dinero. Lali apenas podía reprimir un suspiro de alivio cuando por fin se marchaba; sólo entonces era capaz de tranquilizarse y divertirse. -Me había parecido oír un coche, pero debo haberme equivocado -dijo en voz alta y clara una voz femenina-. Espero que Lali venga pronto, estoy deseando verla. Al acercarse un poco más a la salita de dibujo, Lali identificó la voz de Cande, tan amable y dulce como la recordaba. -Pues a mí me da lo mismo -replicó secamente otra mujer-. ¡Lali, la muñequita parlante...! -Eugue, no es culpa suya ser tan guapa -le reconvino Cande. Lali no pudo evitar un estremecimiento. Por lo visto, Eugue no le había perdonado todavía lo ocurrido tres años antes, a pesar de que no hubiera sido en absoluto culpa suya: su novio la había dejado plantada el mismo día de la boda, tras confesarle que se había enamorado de una de las damas de honor... precisamente de Lali, quien no sólo no había flirteado con el novio en cuestión, sino que no había mostrado nunca el más mínimo interés por él.

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