Thursday, January 14, 2016

capitulo 7

-¡Debe estar bromeando! -estallo Eugue incrédula. -Nunca podré conseguirlo -murmur Cande señalando su barriga. Lali la miró con simpatía. Evidentemente, la pobre chica había sido seducida y abandonada. -Yo tampoco... -empezó. -¡Por favor Lali! ¡Seguro que hasta harán cola para casarse contigo! -exclamó Eugue exasperada. -¿Con mi estupenda reputación? -Bueno -continuó Eugue-, todo lo que se nos pide es un hombre y un anillo de boda. Creo que podré conseguirlo si pongo un anuncio en el periódico ofreciendo parte de la herencia a cambio. -Aunque estoy seguro de que lo dice en broma -intervino Hartley con severidad-, debo advertirle que si utilizara una artimaña semejante, inmediatamente se vería eliminada del testamento. Lali podía entender muy bien las razones de su madrina para adoptar semejante postura: en los últimos meses había visitado a cada una de las jóvenes, y lo que había visto no había podido por menos que decepcionarla. Para empezar, aparentemente Lali estaba viviendo en pecado con un hombre casado, mientras que Cande iba camino de convertirse en una madre soltera. En cuanto a Eugue, pensó llena de remordimientos, unos meses después de su cruel humillación en la iglesia había dado a luz una niña. No era de extrañar que la impetuosa pelirroja odiara a los hombres desde entonces. -Es una vergüenza que tu madrina os haya puesto semejantes condiciones para recibir el testamento -se lamentó Liz, la amiga de Lali, mientras las dos mujeres examinaban la carta enviada por los abogados de Leland-. Si no lo hubiera hecho, todos tus problemas estarían resueltos. -Quizá debería haberle contado a Julia la verdadera razón por la que estaba viviendo en casa de Leland... pero no quería darle a entender que necesitaba ayuda. No hubiera sido justo: detestaba a mi padre, ¿sabes? -replicó Lali reflexivamente, pero sin pizca de autocompasión. Había sufrido tantas y tan amargas decepciones en su vida que ya ni pensaba en ellas. -Creo que lo que necesitas es un buen asesor legal. Al fin y al cabo, sólo tenías diecinueve años cuando firmaste el préstamo, y lo hiciste bajo una presión tremenda. Realmente, temías por la vida de tu padre -comentó Liz esperanzada. Desde el otro extremo de la mesa de la cocina, Lali se quedó mirando la pecosa cara de la amiga que, literalmente, la había rescatado ofreciéndole un techo donde cobijarse por el tiempo que le hiciera falta. Liz Blake era la única persona en la que confiaba; nunca se había dejado engañar por la brillante apariencia que hacía que tantas mujeres se mostraran envidiosas cuando no abiertamente hostiles hacia ella. La mujer era ciega de nacimiento y muy independiente; se ganaba la vida trabajando como ceramista, y tenía muchos y buenos amigos.

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