Thursday, January 14, 2016
capitulo 6
-¿De verdad...? -empezó a decir Eugue. -Me estoy mareando -la interrumpió Cande abruptamente.
Sin pensarlo, las dos jóvenes se dirigieron hacia ella. Lali la obligó a sentarse
en el sillón más cercano y le sirvió una taza de té, instándola a que se comiera una
galleta.
-Quizás debería verte un médico -comentó Eugue preocupada-. La verdad es que
cuando estaba embarazada de Zia, jamás estuve enferma...
-Estoy bien... Fui al médico el sábado pasado -respondió-. Estoy un poco cansada,
nada más.
Justo en aquel instante entró Edward Hartley, el albacea de la madrina, quien sin
demasiada ceremonia se sentó y sacó un documento de su maletín.
-Antes de comenzar la lectura del testamento -anunció-, creo mi deber
advertirles que sólo podrán entrar en posesión de sus respectivos legados si cumplen
escrupulosamente las condiciones establecidas por mi cliente...
-¿Qué quiere decir con eso? -le interrumpió Eugue impaciente.
El señor Hartley se quitó las gafas con gesto de cansancio.
-Supongo que todas ustedes saben que la señora Alejo tuvo un feliz, aunque
desgraciadamente corto, matrimonio, y que la prematura y trágica muerte de su
esposo, fue una fuente de continuo pesar para ella.
-Sí, lo sabemos -asintió Cande-. La madrina nos contó muchas cosas de Robbie.
-Murió en un accidente de coche, seis meses después de la boda -añadió Lali-.
A medida que pasaba el tiempo, hablaba de él como si fuera un santo. Parecía pensar
que el matrimonio era una especie de Santo Grial, la única esperanza de felicidad para
una mujer.
-Antes de morir, la señora Alejo se propuso visitar a cada una de ustedes y,
después de hacerlo, decidió modificar su testamento -les informó el señor Hartley-.
Le advertí que las condiciones que pensaba imponerles serían muy difíciles de cumplir,
si no imposibles. Sin embargo, la señora Alejo era una mujer muy tozuda.
Se produjo un tenso silencio. Lali se dio cuenta de que Cande no parecía
entender muy bien lo que ocurría, mientras que Eugue, incapaz de disimular sus sentimientos,
estaba mortalmente preocupada.
El albacea procedió a la lectura del testamento, según el cual Julia Alejo
había dividido su considerable fortuna en tres partes exactamente iguales, que cada
una de ellas recibiría con la condición de que se hubieran casado en el plazo de un año,
y de que hubieran permanecido así al menos durante otros seis meses. Sólo entonces
entrarían en posesión de su parte. Si alguna de ellas no lo conseguía, ésta pasaría al
estado.
Cuando Edward Hartley terminó la lectura, Lali estaba pálida como una
difunta. Había rogado con toda su alma para que aquel testamento la librara de la
deuda que casi había destruido su vida, y en cambio se encontraba con que, de nuevo,
la suerte le daba la espalda. Desde que su madre muriera cuando ella era apenas un
bebé, hacía casi veintidós años, y debido a la adicción al juego de su padre, nada lehabía resultado fácil en la vida.
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