Saturday, July 18, 2015

capitulo 10

Se secó las manos y se tocó el anillo de oro del anular. El regalo de Julia, la invención de Julia. Todos menos Cande, pensaban que era viuda. Julia dijo esa mentira aun antes de que Lali dejara el hospital. Y ella no podía desmentirla. De cualquier modo, le molestaba pasar como alguien que no era, aunque comprendía que sin la historia respetable que Julia inventara, no la habrían aceptado en la comunidad de la misma manera.
Su estómago todavía se contraía. Cálmate, respira. ¿Por qué cedes al pánico? Con Peter en las cercanías, el pánico tenía razón de ser, razonó, afiebrada. Peter era imprevisible. Actuaba sin conciencia. Sin embargo, no podía permanecer allí para siempre.
-Creo que habrá tormenta – le dijo a Drew a su regreso, sin ver a ningún lado -. Casi siempre me duele la cabeza cuando va a llover.
Habló sin cesar mientras comían. Si a Drew lo agobiaba un poco su parloteo, por lo menos no notó que su apetito hubiera desaparecido. Peter la observaba. Lo sabía. Sentía sus pupilas clavadas en ella. Y no podía soportarlo. Le parecía una tortura china. Incesante, destructiva. La rabia empezó a dominar sus nervios.
Peter no había sufrido en lo más mínimo. Juzgaba en contra de las leyes de la naturaleza que permaneciera intacto después de las heridas que le infligió. No existía justicia en el mundo, pues Peter continuaba floreciendo como una planta depredadora tropical.
No obstante, algún día, de algún modo... Una mujer lograría lastimarlo, rompiendo la armadura con que se cubría. Tenía que suceder. Debía aprender lo que se siente sufrir. Esa creencia protegía a Lali, impidiendo que la quemara la amargura. Se imaginaba a Peter de rodillas, humanizado por el dolor y luego volvía a la realidad, incapaz de tolerar esa fantasía.
Revolvió su café igual que si efectuara un rito. Hacia la derecha, hacia la izquierda, agregándole azúcar al último. Su mente giraba en remolino, perdida entre el pasado y el presente. Era una víctima más en la larga cadena mortal de Lanzani. Y la irritaba esa humillante verdad.
-Acaba de matarme – Drew logró introducir esas palabras en el mar de la plática superficial en que ella navegaba.
-¿A qué te refieres? – indagó, emergiendo de las tinieblas.
-A Peter Lanzani. Ni siquiera me miró cuando salió.
La desconcertó que Drew admitiera que conocía a Peter. Pero, ¿por qué se sorprendía tanto? Aunque su negocio era de mucho menor categoría, Drew operaba en el mismo campo que Peter. Huntingdon fabricaba componentes de computadoras.
-¿E-es muy importante? – tartamudeó.
-Me enseñará a no vanagloriarme – replicó Drew, seco -. Hace años hice negocios con él. Pero me sacó del equipo y ya ni me recuerda.
Peter poseía una memoria como una trampa de acero. Nunca olvidaba una cara. Ella sabía la razón. Y no podía fingir que ignoraba quién era Peter. Aquel que no hubiera oído de Lanzani, o no sabía leer, o vivía en una isla desierta.
-Lo considero un personaje fascinante – Drew sorbió su café, satisfecho de que el magnate sólo lo hubiera olvidado y no destruido -. Imagínate los riesgos que debió correr para llegar al sitio que ocupa hoy en día.
-Piensa en los cadáveres que dejó a su paso.
-Ese es el punto – reflexionó Drew -. Que yo sepa, sólo cometió un error, una vez. Déjame ver, fue hace cuatro años... cinco años. No comprendo qué sucedió, pero casi pierde hasta la camisa.
Resultaba obvio que la había recuperado y, conociendo a Peter, se la puso junto con la de otra persona. A ese nivel, Peter actuaba de forma básica. Ojo por ojo y diente por diente, además de los intereses que devengara. El recuerdo la estremeció.
-Me comporté como un estúpido, ¿verdad? – musitó Drew al salir del hotel.
-Claro que no – se apresuró a tranquilizarlo.
-¿Te pido un auto de alquiler? – preguntó, incómodo -. Yo tengo que regresar a la oficina.
-Caminaré – la avergonzaba no haber manejado la situación con mayor tacto, pero la combinación de su
declaración y Peter en el horizonte, como un barco pirata, casi la vuelve loca.

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