Monday, July 20, 2015

capitulo 20

-¿Eso era respeto? – una risa ahogada se le escapó. La invadió el salvajismo. Si hubiera sido una tigresa, se le habría echado encima para despedazarlo. Su debilidad afiló las emociones más crueles -: Cuando te miro, me pregunto por qué me tomó tanto tiempo recobrar el sentido común.
-Desde que llegué, has mirado a todos lados, menos a mí – le informó Peter, seco, atajándola.
-Te odio, Peter. Te odié tanto, que si cayeras muerto a mis pies, bailaría sobre tu cadáver – le lanzó, con una rapidez afiebrada.
-El futuro cercano promete muchas sorpresas.
-Pero no para nosotros – Lali nunca había perdido la cabeza con nadie, pero le sucedía en ese momento. Como si no fuera bastante malo que estuviera allí parado, con el aire de un loco escapado de un manicomio, ignoraba cada palabra que ella decía -. No te obedeceré como uno más de tus esclavos. ¿Regresar a tu lado? ¡Debes haber perdido el seso! Una vez me usaste y preferiría morir a que lo hicieras de nuevo. Yo te amé, Peter. Te amé mucho más de lo que merecías...
-Lo sé – interpuso suave.
Se ruborizó y la furia despertó cada una de las células de su piel.
-¿A qué te refieres con eso de que... lo sabes? ¿De dónde sacas las agallas para admitirlo?
-Pensé que sería un punto a mi favor – los ojos esmeralda la observaron con fijeza.
-¿A tu favor? ¡Vuelve todo lo que hiciste imperdonable! - explotó con indignación renovada -. Tomaste lo que te di y trataste de pagarlo, como si fuera una mujer de la calle que hubieras recogido en una esquina.
-Quizá cometí uno o dos errores de juicio imperdonable – concedió él, después de una larga pausa -. Pero, si no te satisfacía nuestra relación, debiste expresarlo.
-Discúlpame, ¿expresarlo? – Lali apenas podía hablar de la rabia que la ahogaba -. ¡Que Dios te perdone, Peter, porque yo no podré! Sólo te aclararé un punto. Sal y compra lo que se te antoje, tienes el dinero para hacerlo, pero no para comprarme a mí. No estoy a tu disposición. No estoy en venta. No me cuelga una etiqueta con el precio; entonces, ¿qué harás?
Temblando con violencia, se apartó de él, al tiempo que la emoción la debilitaba. Nunca soñó atacar a Peter de esa manera, pero de alguna forma ocurrió. Sin embargo, no experimentaba placer, sólo dolor. Un dolor desesperado que abarcaba todo su ser. ¡Hasta encontrarse en el mismo cuarto con ese hombre la lastimaba! Juró que no permitiría que eso sucediera, que el veneno del odio emponzoñara el aire que respiraba. Pero esa barrera dentro de su cerebro se desmoronaba pedazo a pedazo y la fuerza vengativa de los sentimientos que enterró surgía sin control. Con esos sentimientos le llegaban por oleadas los recuerdos que buscaba sofocar...
El día que le regaló la rosa, la llevó hasta su auto. Cenicienta nunca fue tan feliz. Ni siquiera existía el peligro de que se le perdiera una zapatilla a la medianoche. La introdujo en un mundo que sólo conocía a través de las revistas. Y él saboreó la mirada de los ojos negros asombrados, su inocencia, su incapacidad de ocultar la alegría de estar con él. Durante cinco días se perdió en una interminable excitación: centros nocturnos de lujo donde bailaban la noche entera, cenas íntimas en restaurantes apenas iluminados... y el último día que él pasaba en Londres, desde luego, en la suite de su hotel.
Pero aun entonces Peter se comportó de forma imprevisible. Cuando la redujo a ese estado de dependencia total, después de la cena, la apartó con una pronunciada actitud de mártir.
-Pasaréla Navidad en Suiza. Ven conmigo – la urgió, como si la invitara a atravesar la calle.
Ella se sintió devastada, insegura; sin embargo, siempre la conmovió la estación festiva. Al principio dijo que no, avergonzada de que Peter pagara su estancia en el extranjero.
-No sé cuándo regresaré a Londres – agregó una mentira, pero entonces ella lo ignoraba. Peter era un as en el arte de entristecer a una mujer antes de la despedida.
Convencida de que lo perdería para siempre si permitía que sus principios los separaran, Lali cedió. Elaine Gould se asombró al ver una foto de ella con Peter en el periódico. Trató de disuadirla usando argumentos bien intencionados. Hasta su casera le prohibió que se fuera a Suiza. Pero no
escuchó consejos.

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