Tuesday, July 21, 2015

capitulo 26

La joven estudió a los dos hombres, inquieta. Se enfrentaban como enemigos. El doctor Ladwin la observó.
-Debe sentirse confundida, señorita Esposito. ¿Preferiría quedarse aquí algún tiempo y consultar a uno de mis colegas?
La posibilidad de que algo interfiriera, impidiendo su boda con Peter, la llenó de miedo.
-Quiero irme con Peter – afirmó con rapidez.
-¿Está satisfecho? – indagó, petulante.
-Tendré que estarlo – contemplando la cara radiante de Lali que estudiaba el rostro de Peter, el médico se preguntó qué se sentiría ser adorado de ese modo.
El galeno les estrechó la mano en señal de despedida y se fue. Peter le sonrió a Lali.
-El auto nos espera.
-No puedo encontrar mi pasaporte – le confió, preparándose para que dejara de sonreír. Peter se exasperaba cuando perdía cosas.
-Tranquilízate – le dijo -. Yo lo tengo.
-Pensé que lo había perdido... – suspiró de alivio - ... junto con mis tarjetas de crédito y unas fotos.
-Las dejaste en Nueva York.
Le encantó la simpleza de esa explicación. La culpa la tenía su falta habitual de organización.
-¿Por qué lloras?
-No sé – rió, pero mentía. Amar a Peter la ponía bajo su poder; pero, por primera vez en mucho tiempo, aceptarlo no le causaba temor.
-Mientras esté contigo, no te preocupes de nada – le pidió él, acariciándole los labios.
Desde que conocía a Peter, la preocupación formó parte integral de su vida diaria. Sin embargo, como esposa de Peter desaparecería la inseguridad que la invadía... aunque al imaginarse en ese papel estelar le parecía que soñaba.
-¿Por qué quieres casarte conmigo? – apretó las manos al lanzar esa osada pregunta en el ascensor. -Me niego a vivir sin ti – le acomodó el cuello de la blusa de seda y escondió la etiqueta con dedos hábiles -. ¿Crees que podríamos dejar esa conversación privada para una ocasión menos pública? Lali lanzó una miradita a la sonriente pareja de ancianos que compartían el ascensor con ellos y se sonrojó hasta la punta de los cabellos. Estaba demasiado absorta en sus propias emociones para darse cuenta de que tenían compañía. Lali Lanzani. Saboreó el nombre en secreto y experimentó una felicidad intensa. Peter le regalaba su sueño, envuelto y con moño. Era obvio que si se rezaba con pasión y no se perdía la esperanza, los sueños se hacían realidad.
Al caminar hacia el coche, el calor del sol la tomó por sorpresa. Sus ojos se clavaron en las rosas que florecían en los prados que rodeaban la clínica y su estómago se contrajo con violencia.
-Estamos en verano. Y tú te enfermaste en septiembre.
Con calma inexorable, Peter la guió hasta el auto. Ya adentro, la envolvió una atmósfera familiar, pero todavía temblaba de miedo. Peter no dijo ni media palabra. Desde luego, siempre lo supo. Sabía que perdió más que unas cuantas semanas, pero no vio la razón para aumentar su alarma. Ahora todo tenía más lógica. No se maravillaba de que el doctor Ladwin se mostrara reacio a dejarla partir con tanta rapidez. Ni que no hubiera reconocido su ropa, ni su nuevo corte de cabello. O la transformación de Peter. Casi perdió un año de su vida.
-Peter, ¿qué me sucede? – inquirió, estremecida -. ¿Qué pasa dentro de mi cabeza?
-No trates de forzar las cosas – su tranquilidad total la reconfortaba -. Ladwin me aconsejó que no llenara los vacíos por ti. Me recomendó que descansaras y que te consintiera. Recobrarás la memoria por etapas o de golpe, sin duda alguna.
-¿Y si te equivocas?
-Sobreviviremos. No me olvidaste a mí – la satisfacción brilló por un instante en los deslumbrantes ojos. La mujer que pudiera olvidar a Peter Lanzani todavía no nacía. Ese hombre inspiraba odio o amor apasionado, pero jamás olvido. ¿Odiarlo? Frunció el ceño ante ese pensamiento peculiar y se preguntó
de dónde había salido.

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