Thursday, July 23, 2015

capitulo 50

Había un espejo sobre la cama. Parpadeó divertida y después la imagen de esas manos morenas sobre su piel blanca y su cabellera oscura inclinada sobre ella de forma tan íntima, la avasalló.
-Hay un espejo – susurró.
-¡Qué terrible! – se mofó Peter con voz indistinta, abstracta -. Dile a Gaston que tiene pésimo gusto la próxima vez que lo veas.
-¿Esta es su villa?
Peter se apartó de ella con renuencia, salió de la cama y terminó de desnudarse. Lali no podía quitarle los ojos de encima. Sus amplios hombros disminuían hasta la breve cintura, delgadas caderas y muslos fuertes. Estaba muy excitado, soberbio en su virilidad y en su belleza.
-Que me mires así no me ayuda a controlarme – se recostó a su lado de nuevo, descartó la ropa íntima y la abrazó. Los vellos negros que ensombrecían su torso le frotaron los tiernos senos y un muslo enlazó los suyos. La contempló con un hambre sin inhibiciones, evaluándola hasta quitarle el aliento -. No lo hubieras hecho.
-¿Hecho qué?
-Huir en el aeropuerto – sonrió -. Y yo no te hubiera dejado. ¿Crees que no lo adiviné? Algunas veces sé lo que piensas antes que tú.
Habiéndola desconcertado, aprovechó su ventaja para violentar su boca con una fuerza que luego se convirtió en dulzura. El tiempo y el pensamiento se desvanecieron. Se embriagó al saborearlo. El tibio aroma masculino la envolvió, mareándola más todavía. Sintió que perdía el control. Le lastimó los pulmones el respirar. Pequeños ruidos escaparon de sus labios, sin que ella fuera consciente y, cuando la mano de Peter la tocó, donde más quería que la satisficiera, se volvió loca, retorciéndose bajo sus caricias ardientes, buscando por sí misma el compulsivo ardor de su boca.
Entre la agonía y el éxtasis, arqueó las caderas, expresando en silencio que ansiaba lo que le negaba. Se quemaba en un fuego que exigía que lo apagaran. Sus uñas le rasguñaron la espalda, como señal de tormento y protesta. Y después, en una temblorosa, explosiva tensión del cuerpo de Peter, sintió que las llamas también lo martirizaban. De repente, se convirtió en el agresor, exigiendo con salvajismo, abriéndola como el sacrificio a un dios primitivo. Cayó sobre ella, levantándole las caderas con las manos mientras la poseía con toda la fuerza que lo estrujaba en un impulso de apasionada intensidad.
Aquello siguió y siguió, más y más, hasta que sollozó de placer, perdida para todo, excepto las exigencias ardientes de su propio cuerpo. El clímax llegó en una frenética explosión de exquisitas sensaciones que la dejaron exhausta, con el gozo supremo de la satisfacción.
-¡Dio! – gimió Peter, estremeciéndose en el posesivo círculo de los suaves brazos, escondiendo su rostro húmedo entre los cabellos dorados -. Te amo – musitó, aplastándola bajo su peso -. Te amo.
Se quedó quieta. Te amo. Dijo te amo.
-Scusi – se acostó en un ángulo indolente. Sus miembros bronceados por el sol contrastaban contra el blanco de las sábanas -. Al final sé lo que se siente ser un objeto sexual – suspiró sin preocuparse por nada -. Me hiciste perder el dominio de mis emociones y en ese aspecto, siempre fui un experto. Ella sonrió, como un gato que acaba de lamer un tazón de crema. Quizá ni siquiera se daba cuenta de lo que le confesó. Perfecto. No quería convertirlo en un arma. Vivió durante casi dos años con un “te necesito”. Podría sobrevivir una década con un “te amo”. Acercándose, le plantó un montón de besos en su hombro sudoroso.
-Te amo... te amo... te amo – susurró, afiebrada.
-Ya sé, ya sé, ya sé – le dijo, juguetón, mientras la despeinaba.
No se tragó el anzuelo. Pero se lo repetiría, si lo había sentido. ¿Sí? Era demasiado impaciente. Una confesión en la cumbre de la excitación sexual no se consideraba definitiva. Pero en ese momento, tenía otras cosas en qué preocuparse. Bruno se le presentó ante los ojos con la magnitud del Everest.
-Peter... ¿te agradan los niños?
La colocó sobre él, le dio un beso y no se concentró en el diálogo. -Jamás pensé en ellos, excepto a últimas fechas.
-¿Te... te gustan?
-¿Gustarme? – alzó las cejas -. ¿Qué clase de pregunta es esa? Me gustarán los míos. Pero no me interesan los de otras personas.
No fue muy alentador. No se opuso cuando las manos de Peter empezaron a recorrerla de nuevo, con pereza. Necesitaba esa cercanía, ese hambre que él le comunicaba para dominar el miedo que se despertaba en su interior. Peter se pondría furioso. Sin embargo, lo que más le asustaba era cómo reaccionaría cuando la furia hubiera desaparecido.

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