Tuesday, July 21, 2015

capitulo 30

-No quiero meterme en la cama. Quiero ver el castillo – temía dormirse y despertar para descubrir que su palacio y su próximo matrimonio con Peter sólo era un sueño.
-Ya tuviste toda la excitación que puedes soportar en un día – la cargó en brazos cuando ella trató de caminar en dirección opuesta -. ¿Por qué sonríes?
-Porque siento que entré en el paraíso... – titubeó, lanzándole una mirada de adoración -, y... y te amo tanto.
La sangre tiñó las mejillas de Peter y endureció la mandíbula. Sin preocuparse, ella le rodeó el cuello con los brazos.
-No soy un santo – se defendió él.
-Puedo vivir con tus defectos.
-Tendrás que vivir con ellos – la corrigió -. El divorcio no se halla entre tus opciones.
-No es muy romántico hablar de divorcio antes de la boda – replicó, haciendo un gesto de dolor ante su respuesta.
-Lali... ya debías saberlo, no soy muy romántico; ni poético, sentimental o idealista – le recordó, serio.
-Pero haces el amor en italiano – repuso, con una vocecilla.
-¡Es mi lengua materna!
Por alguna razón peculiar estaba enojado. Así que decidió darle por su lado. Si creía que raptarla, casarse con ella en unos días y llevarla a vivir a un castillo en Italia no debía considerarse romántico, era su problema. Quizá le convendría no compartir de ese modo su éxtasis con Peter. Pero le costaba trabajo contenerse. Sentirse débil y exhausta no le impedía desear ponerlo en posición horizontal y cubrirlo de besos y amor agradecido.
En lo alto de una escalera interminable, Peter se detuvo para presentarle a Bernardo, quien ostentaba el título de mayordomo.
-Ahora, ¿calculas que puedes clavar esos pies en la madre tierra por un rato? – inquirió, sardónico.
-No, si me sigues cargando – suspiró.
Abrió la puerta, atravesó un amplio cuarto y la colocó sobre la cama. Ella lanzó un chillido de contento, alzó una pierna y se quitó un zapato, luego repitió la acción con el otro.
-Dispuse que te viniera a examinar un doctor en media hora. ¿Supones que podrías verte un poco menos agitada?
-¿Para qué necesito un doctor?
-La amnesia es una enfermedad angustiosa, o eso dicen. Yo nunca te había visto así... o al menos – hizo una pausa -, no en mucho tiempo.
-Nunca antes me pediste que me casara contigo – susurró.
-Un terrible error. Jamás trataste de seducirme en el asiento posterior del auto tampoco – observó, mirándola con fijeza. De repente desvió su atención -. El doctor Scipione no te molestará demasiado. Cree que el tiempo todo lo cura – caminó hacia la puerta, ágil como un leopardo tras su presa -. La esposa de Bernardo te ayudará a meterte en la cama.
-No la necesito.
-Lali – la atajó -, una pequeña desventaja que adquieres al convertirte en mi esposa, es que te servirán de rodillas; así ahorrarás energía para dedicarla a alcanzar metas más satisfactorias.
-¿Cómo cuáles? – indagó, con los ojos chispeantes.
Las pupilas sombrías la recorrieron con lentitud, calentándole la pelvis y estrujándole el estómago. -Lo dejo a tu activa imaginación. Buona sera, cara. Te veré mañana.
-¿Mañana?
-Órdenes médicas: tranquilidad y descanso – le recordó Peter en broma y cerró la puerta.
Una vocecilla la susurró: estabas flirteando con él. ¿Qué tenía eso de extraño? No recordaba haberlo hecho antes. Como regla, estudiaba y elegía con cautela sus palabras al hablar con Peter, del mismo modo que uno camina alrededor de un volcán dormido. Sólo que al principio fue tan ingenua que barbotaba todo lo que se le ocurría.
Pero ahora no era consciente de esa barrera. Peter ya no la intimidaba. ¿Qué sucedió? Algo, durante le curso del año pasado. Sin embargo, Peter afirmó que no la había visto actuar así en mucho tiempo. No entendía. Pero, concedió abrazando la almohada de encaje y listones, lo único que importaba era que se sentía de maravilla, loca, totalmente feliz...

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