Friday, July 24, 2015

capitulo 59

-No me incumbía cuando te conocí. Pero prefería competir con un fantasma – admitió seco y agregó –:
Supongo que estás loca por él, para fugarte de ese modo tan...
La vaga idea de explicarle sus sentimientos, murió en Lali. De alguna manera le pareció desleal para Peter. Drew no necesitaba esa clase de información.
-Sí – lo atajó, sin tacto, y después lo miró - ¿Conseguiste el contrato?
-El que fui a firmar, no – sonrió de pronto, contento -. Pero surgió otro, de forma inesperada y por coincidencia. Aseguró el futuro de la firma por mucho tiempo. ¿Cómo va ese dicho? Afortunado en el juego, desafortunado en amores.
Lali cerró los ojos. Drew no se daba cuenta de que su compañía recibió el beneficio de un nuevo contrato, gracias a Peter.
-He aceptado ir con un consejero matrimonial – le anunció de repente, aclarándose la garganta -. No sé si cambie la situación entre Annette y yo, pero quiero intentarlo.
-Me alegro – dijo ella, con sinceridad.
-Todavía pienso que vales tu peso en oro, Lali – torció la boca -. Sólo espero que él aprecie lo que tiene.
No mucho, reflexionó la joven al subir al auto. Un macho al que marea su buena suerte, no abandona el lecho conyugal para evitar todo contacto físico. Peter no soportaba tocarla. Su hambre al rojo vivo, murió junto con sus ilusiones. Pero ella seguía amándolo. Su amor nunca fue una ilusión. Jamás se cegó ante los defectos de Peter o de ella. Lo deseaba casi con dolor. Y pronto volvería a despreciarse por esa debilidad.
El chofer interrumpió sus reflexiones al colgar el teléfono.
-El señor Lanzani acaba de regresar de París, madame. Le dije que llegaríamos a la casa en un par de horas, dependiendo del tránsito.
-Llegaremos más tarde. Primero quiero cenar – replicó, reacia a entrar en un sitio que ya no consideraba su hogar.
Se pasó horas seleccionando las recomendaciones del chef y jugando con la comida, sin decidir lo que le diría a Peter. Al regresar, entró de puntillas y empezó a subir las escaleras.
-¿En dónde demonios estuviste? – le preguntó Peter, haciéndola saltar del susto.
-Fuera – contestó, fría, calmada, sin disculpas, ni lágrimas. Pediría el divorcio con dignidad -. Quiero que nos separemos.
-¿Prego? – susurró Peter. Lo estudió entonces y la sorprendió la palidez de ese rostro bronceado. Por alguna razón, se veía totalmente destrozado por esa petición. También se dio cuenta de que había perdido peso en los últimos días.
-Hablaremos de este asunto mañana – lo cortó, tristísima. Olvidando los discursos que preparó acerca de la incompatibilidad de caracteres.
-Hablaremos en este mismo instante. ¡Estuviste con Huntingdon! – la acusación fue como una mordida feroz. Ardía de rabia, registró la joven, alelada -. Te vas con él apenas te vuelvo la espalda – se sulfuró subiendo los escalones de dos en dos -. No te perderé – juró, furioso -. Lo mataré si se te acerca.
-No sé por qué. Después de todo...
-Nada – la interrumpió, iracundo -. Eres mi esposa.
Temblorosa abrió la puerta de su habitación.
-Según recuerdo, dormimos en camas separadas – asentó, sin que se le ocurriera algo mejor que decir. -¡Fui un imbécil en aceptarlo! ¿Cómo te atreves a sacarme de tu cuarto? – siseó apretando los dientes, siguiéndola y cerrando la puerta de un golpe que estremeció los cimientos de la casa.
-Yo no... – parpadeó Lali.
-¡Te aprovechaste de mis sentimientos de culpa!
-La señora Stokes debió llevar tu equipaje a la alcoba contigua. Recuerdo que me preguntó cuántas habitaciones ocupábamos en Castelleone, pero no le presté mucha atención... – de pronto sonrió, alegre -. ¿Pensaste que yo ordené ese cambio?
-Pensé que me echabas de tu lado. ¿Por qué no aclaraste ese error? – pareció un poquitín avergonzado
-. Me desconcerté. Todo el día recordé lo que dijiste en el avión – marcó sus palabras con un ademán de frustración -. Sólo sucede contigo.
-¿Qué sucede conmigo? – indagó ella, observando cómo caminaba por el cuarto al igual que un felino enjaulado.
-Pierdo la paciencia y digo cosas que no siento – metió las manos en los bolsillos de su pantalón. La incertidumbre se pintó en su rostro -. Pero me... me sacó de quicio que desconfiaras de mí a tal extremo... me... me... me dolió.
También le dolía admitirlo. Lali ansiaba abrazarlo, pero adivinó que no apreciaría ese gesto. ¡Era tan orgulloso, le costaba tanto trabajo musitar palabras que ella emitía con facilidad!
-Me sentí muy insegura cuando me embaracé – le confesó -. Estabas acabando conmigo, Peter. En el plano emocional me hundía en un pantano. Y no tenía el valor de enfrentarte a una complicación que no deseabas. Jamás supuse que insistirías en casarte conmigo o que aceptarías la responsabilidad del hijo que esperaba...
No había huido de la cama conyugal. Entendía lo que hizo cinco años atrás. No la culpaba. -Si no hubiera tenido ese accidente – musitó -, te habría telefoneado.
-¿Accidente? – Peter palideció.
Le contó lo de los meses que pasó en el hospital y él se conmovió, pero no la tomó en sus brazos, como ella esperaba en secreto. Fue hasta la ventana y se volvió para mirarla con ojos brillantes.
-La primera vez que te vi, me pareciste un ángel, frágil, no apta para que te tocaran los mortales. Cuanto te sonreí, te iluminaste y no paraste de hablar en quince minutos completos – agregó Peter, en voz bajísima -. Te perdías a la mitad de una oración, no oías cuando sonaba el teléfono, no notaste que un cliente entró en la galería y bailó a nuestro alrededor. Eras tan distraída, que me fascinaste. Jamás conocí a alguien como tú. Esa noche no pensé en ti en el plano sexual.
-Me extraña. Tú tan espiritual... – ironizó.
-Pero me encantó tu manera de ser, natural, cálida... igual que si estuviera bajo el sol. Durante dos meses pensé en ti en las situaciones menos apropiadas. Dormía con otra mujer y de repente te recordaba. Eso me enfurecía.
-A mí también me enfurece. ¿Se supone que yo debo oír esto?
-Apenas aterricé en Londres, regresé a la galería – prosiguió Peter -. Parecía que me estabas esperando y te pusiste feliz al verme – una sonrisa tierna distendió sus labios -. Tu dicha me inquietó. No le había pedido a una mujer que paseara conmigo desde que tenía trece años. Estaba de mal humor y me alegraste. Eras tan joven... tan sincera – titubeó -. Me halagabas con tu admiración ingenua.
-Tanto, que te tardaste dos meses más en aparecer de nuevo.
-Porque apenas tenías dieciocho años. No pertenecías a mi mundo y no deseaba lastimarte, pero al mismo tiempo, jamás ansié con esa urgencia hacerle el amor a una mujer. Había cumplido veintisiete y ya me consideraba un viejo rabo verde – siseó -. Decidí no volver a verte.
-¿Tienes idea de cuántas noches me pasé despierta esperando que me llamaras?
-Lo sé. Adiviné esa espera y no te podía sacar de mi mente. También descubrí mi incapacidad para permanecer lejos de ti. Creí que una vez que me acostara contigo, me curaría de la obsesión.
-¡Qué asco! – exclamó.
-Per Dio, ¿qué quieres? ¿La verdad o un cuento de hadas? – la atacó -. ¿Consideras que es fácil admitir estas cosas? La primera noche en Suiza... ¿cómo describirías la euforia? ¿Pensaste que habías muerto e ingresado en el paraíso? Yo también. Desde luego, me dije que sólo sentía eso, porque era el mejor acto sexual que hubiera experimentado.
La sonrisa de la joven se evaporó como la niebla.
-Me enamoré de ti, pero no quería aceptarlo – le confesó, seco -. Odiaba apartarme de tu lado; sin embargo, no deseaba que los reporteros publicaran nuestra historia en los diarios.
-Y quizá tampoco querías que se supiera que tenía problemas de dislexia.
-Sí, tu enfermedad me molestaba y me avergonzaba – le confió, a su pesar -. No obstante, llegaste a simbolizar un hogar para mí. Si algo me preocupaba, lo olvidaba al verte. Pero sólo cuando te fuiste me di cuenta del peso que habías llegado a tener en mi vida.
Lali trató de no llorar y él rodeó su figura rígida con sus brazos, despacio, suave.
-Si en algo te consuela, pagué muy caro esos cinco años de separación – continuó él -. Al principio te odié por dejarme – le acarició el cabello con una delicadeza exquisita -. Perdí el interés por ganar dinero...
-¿Tú?
-Yo. Me tenía una lástima infinita. Dejé que mis negocios se fueran por la borda.
-Drew me contó que estuviste a punto de perder hasta la camisa hace unos años. ¿Es cierto? -Sí.
-¿Por mi culpa? – susurró, incrédula.
-Te necesitaba – dijo él, a duras penas -. Te extrañaba. Me sentía muy solo.
A Lali se le llenaron los ojos de lágrimas ante la imagen que evocaba y lo abrazó con fuerza, conmovida.
-Me recobré porque creí que regresarías – confesó Peter -. Cuando te vi en el Savoy, hace dos semanas, hubiera hecho hasta lo imposible para recuperarte. Sin embargo, no me imaginé nuestra reconciliación de ese modo. No debía acompañarte otro hombre y debiste mostrarte contenta de verme, no llena de horror. Admito que ese día actué como un loco.
-¿Ah, sí? – le sonrió, sin preocuparse.
-Te amenacé. Me aproveché de tu amnesia para casi raptarte. Cuando despertaste en la clínica y me sonreíste, aplasté mis remordimientos. En lo único que pensé fue en sacarte del país.
-Siempre actúas con rapidez – suspiró ella, aprobándolo.
-Lali, no me comporté con cordura. Esta semana, después de que supe lo de Bruno, me calmé y me avergoncé de mis locuras y mi falta de escrúpulos.
-Si tú lo dices – le abrazó el cuello, poniéndose de puntas -. En lo personal, lo consideré muy emocionante. Esperé veinticuatro años y medio para que me raptaran y me llevaran a un castillo. -Pórtate seria – estaba decidido a mostrarse contrito. De hecho cuanto más lo perdonaba ella, más arrepentido se mostraba -. Sé sincera conmigo. ¿Puedes olvidar lo que dije e hice?
-Lo olvido ejerciendo mi libre albedrío, ahora y siempre. ¿Y quieres saber por qué? – indagó en broma -. Porque estás loco de remate por mí... ¿verdad? – retrocedió para observarlo, con insufrible confianza.
-Sólo un lunático se comportaría como yo – siseó -. Y, desde luego, te adoro.
-No quiero que nos separemos... ni siquiera deseo dormir en cuartos separados.
-Tranquilízate... no sucederá ninguna de esas dos cosas. Lo que poseo, lo conservo – la cargó con mucha facilidad -. Pero nunca debí hacerte el amor antes de que recobraras la memoria. Por desgracia, esa noche te encontré en mi cama – su voz enronqueció, aumentando su hechizo -. No resistí la tentación.
-Yo tampoco puedo resistirme a ti – le metió las manos entre los cabellos negros y lo besó. Él la colocó sobre la cama, sin romper la caricia y pasaron varios minutos antes que la chica recordara que debía respirar de nuevo.
-Ha sido una tortura permanecer lejos de ti – admitió Peter -. Pero creí que eso era lo que querías. Me tomé la molestia de viajar a París para que nos acompañaras y te negaste.
-Quien te manda no proponérmelo como se debe.
Peter tembló bajo el roce delicado de las manos de Lali.
-No hagas eso – gimió -. Cuando me incitas, reacciono igual que un adolescente.
-¿Y por qué crees que lo hago? – murmuró, perversa.
-Dio, te deseo tanto – susurró, quitándole el vestido con más velocidad que elegancia. De pronto se paró en seco y la contempló -: ¿Nos arriesgamos? Podría embarazarte.
-Las mejores cosas de la vida implican un riesgo. Escoge – lo desafió.
-¿No te importaría? – parecía mareado -. Cerca de la piscina, el otro día, no reaccionaste con mucho entusiasmo ante esa idea. Por eso me preocupó que ya fuera demasiado tarde.
-Me temo que todas esas experiencias eróticas en Italia resultaron improductivas – le confesó, pasándole un dedo por la boca.
-Dame un mes para lograrlo – le mordió el dedo y una sonrisa brillante le curvó los labios.
-Eres muy modesto – se sonrojó bajo la mirada de los ojos esmeralda, mientras el calor invadía su cuerpo y temblaba. Él empezó a besarla despacio, con hambre, hasta que cesaron de hablar.
Lo que siguió fue un amor salvaje, apasionado y dulcísimo. Después, le dijo cuánto la amaba en italiano, inglés y francés.
-Tienes un cierto no sé qué – concedió Lali, apoyándose en su hombro, deslizando la punta de la lengua sobre la piel tersa.
Peter levantó la cabeza despeinada y una sonrisa iluminó sus facciones morenas.
-Y yo que pensé que me había convertido en una costumbre.
-Eres una costumbre peligrosa – suspiró Lali con una risita voluptuosa de gloriosa satisfacción -. Como las drogas. ¿No lo mencioné?   Fin

8 comments: