Friday, July 24, 2015

capitulo 58

-Es un niño muy inteligente. Debe empezar a ir a la escuela cuanto antes.
-No quiero mandarlo a un internado – palideció ante esa perspectiva.
-¿Acaso lo sugerí? – Peter levantó una ceja, asombrado -. En Roma hay una excelente escuela para niños dotados. La oportunidad de compartir con sus iguales, beneficiará a Bruno – tomó aliento y la estudió de reojo, pero ella mantenía la mirada fija en el suelo -. Es demasiado grande para hacer rabietas, el exceso de energía puede emplearse mejor.
-Lo criticas mucho – lo atajó.
-No fue mi intención. Lo considero un niño más equilibrado que yo a su edad, pero necesita que se ocupen de él. A menos que pretendas que siga educándose con la televisión.
Lali se sonrojó con fuerza pero no discutió, consciente de que Peter tenía bases para sostener ese argumento.
-Hice lo que pude.
-En general, lo juzgo como un niño feliz y seguro de sí mismo. Hiciste un magnífico trabajo, tomando en cuenta que estabas sola y, como Bruno me repitió varias veces, sin dinero.
Esa alabanza sólo aumentó la tensión. Peter se comportaba de forma distante y controlada. La ponía nerviosa.
-¿Creías lo que me dijiste esta mañana o lo inventaste? – le preguntó de repente -. ¿Realmente pensabas que te pediría que abortaras?
-De ese modo suena demasiado... – se calló, palideciendo.
-¿Cruel? ¿Inhumano? ¿Egoísta? – sugirió, lanzándole una mirada ardiente con sus ojos esmeralda -. Quizá así me viste en aquel entonces.
-Sólo consideré que, si decidías que debía tomar ciertas medidas, no sería capaz de oponerme – lo corrigió, tratando de borrar esa aseveración incorrecta -. Por eso tenía miedo, porque me hubieras persuadido...
-Per amor di Dio, ¿qué hice para que tuvieras esa imagen de mí?
-¿No entiendes que cuanto más callaba, más difícil me resultaba confesártelo? – indagó, contestando con otra pregunta.
-Lo que entiendo es que me temías, que estabas convencida de que mataría a mi propio hijo porque me estorbaba. Sin embargo, a pesar de que ignoraba que te amaba, te quería – murmuró, sin énfasis -. Y, aun si no te hubiera amado, no habría escogido esa opción. -Perdóname – suspiró y fue un grito que le salió del corazón.
-Creo que soy yo quien debe disculparse. Parece que recojo lo que sembré. Tampoco confiabas en mí ayer, cuando te casaste conmigo, pues no reuniste el valor suficiente como para confesarme que Bruno era mi hijo.
-Soy muy cobarde... ya debías saberlo – bromeó con la verdad -. De cualquier modo, no quería echar a perder la boda – musitó, sin mirarlo, demasiado consciente de lo patético de su excusa.
El silencio se extendió entre ambos, torturándola hasta volverse insoportable.
-¿Qué posibilidades hay de que los sucesos de la semana pasada amplíen el círculo familiar? – preguntó Peter, tenso.
Al comprender el significado de esa indagación, Lali se lamió los labios secos, recordando que muy pronto recibiría la confirmación de una u otra probabilidad.
-Muy pocas – declaró con sinceridad, avergonzándose de pronto por tratar ese tema. La actitud de Peter distaba mucho de aquel día en la piscina y ese día parecía muy lejano...
-Quiero que sepas que no pensé en las repercusiones que habría durante los primeros días que estuvimos juntos – comentó Peter, incapaz de ocultar que su aprensión disminuía casi por completo -. Todavía conservo ciertos escrúpulos – casi logró sonreír -. Y nunca planeé embarazarte.
-Te creo – Lali encogió los hombros, herida hasta lo más hondo por la reacción de Peter. La idea de tener otro hijo había echado raíz en su subconsciente, descubrió demasiado tarde, y consideró la frialdad de su marido como el máximo rechazo. Confirmaba su creencia de que él no consideraba su matrimonio como una unión permanente. Un segundo hijo sólo complicaría la situación.
-Fui muy descuidado – declaró Peter.
Lali no lo escuchó. Estaba a punto de llorar a borbotones y lanzarle una serie de recriminaciones amargas. Así que se imponía una retirada estratégica.
-Estoy cansada. Me voy a dormir.
-No te molestaré.
No la consoló que las pertenencias de Peter estuvieran en otro dormitorio. ¡Ni siquiera le dio la oportunidad de correrlo de su lado!
Tomó una almohada, le dio de puñetazos y luego se dejó caer sobre ella para sofocar sus sollozos.

-¿Le sirvo algo más, señora Lanzani?
Lali observó su plato con un aire de culpabilidad. Una rebanada de pan cortado en quince trozos, sin la marca de un diente sobre ninguno de ellos.
-No, gracias – logró sonreír -. No tengo mucho apetito.
Su apetito era tan poco resistente como su corazón. Peter había llevado a Bruno a París y regresarían por la noche. La invitó a que los acompañara cuando el niño lo oía y aceptó, sin oponerse, que ella se negara. La invitación se hizo, claro, para beneficio de su hijo.
Los últimos cuatro días vivió en un infierno. Aprendió a acortar las horas, acostándose temprano y levantándose tarde. Sin embargo, no podía criticar el comportamiento de Peter. La trataba con escrupulosa cortesía, aunque sentía la tensión que lo invadía.
No la amaba. ¿Cómo fue tan tonta de creerlo? Durante su ausencia la idealizó y ahora se daba cuenta de que una vez ganada la batalla, el triunfo no merecía la pena.
Estaba en un aprieto. Se vería muy mal que rompiera su matrimonio a los pocos días de efectuado y también tenía que pensar en Bruno. Por suerte, no tendría otro hijo. La noche en que se abandonó a su pena, recibió la prueba de que no existiría otro lazo con el cual retener a Peter.
No se imaginaba la vida sin él. Cuanto más distante se mostraba, más desesperación sentía. No podía comer, ni dormir, ni entretenerse. ¿Qué haría ahora? No le había dejado más que vacío entre las manos. Bruno lo adoraba y no soportaba estar lejos de su padre.
El futuro se extendía ante ella al igual que un inmenso desierto. Bruno empezaría a asistir a la escuela en Roma. Al principio ella viviría con él, pero poco a poco el matrimonio que nunca se consolidó terminaría en una separación.
Esa existencia le parecía una tortura. Se pasaba las noches en vela en una cama solitaria y el día fingiendo ser feliz. Sin embargo, levantó la cabeza. No permitiría que Peter descubriera cuanto la hería. El orgullo exigía una indiferencia igual a la que él le mostraba.
Irritada con su propia desesperación, se puso de pie, decidida a no pasar otro día vagando como alma en pena. Para empezar, vería a Drew. Después de todo, ya le había telefoneado a la señora Anstey, quien rechazó sus disculpas diciéndole, con gran satisfacción, que le prestó su apartamento a una sobrina, que lo cuidaría mejor que ella. Lali escuchó las palabras agrias en silencio. Aligeraron su conciencia.
Apenas la anunciaron, Drew salió de su oficina para recibirla con una expresión tensa en el rostro. -¡Qué sorpresa!
-Consideré que debía verte.
-Me temo que ignoro cómo saludar a la señora Lanzani.
-Sigo siendo Lali – murmuró firme, alzando la barbilla.
Se acercó a la ventana y medio se volvió para observarla.
-Traté de llamarte desde Alemania. Mi ama de llaves me explicó que ni siquiera pasaste esa noche en el apartamento, pues la cama estaba sin deshacer. Luego vi tu foto en el aeropuerto con tu marido. Estaba en todos los periódicos – suspiró -. Bruno es su viva imagen. Julia me mintió acerca de tu pasado. Lo deduje yo mismo.
-Siento no haberte dicho la verdad.

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