Tuesday, July 21, 2015

capitulo 29

-¿Hacer qué?
-No lo explicó – consciente de que se comportaba como una tonta, su voz apenas se escuchó -. Tuve la sensación de que no debía abordar el avión, de que dejaba algo atrás. Me agobió. Me aterró.
-¿Sigues sintiendo miedo?
-No, claro que no. Discúlpame. Me volví loca, ¿verdad?
-Captaste una imagen en retrospectiva. Empiezas a recobrar la memoria – diagnosticó -. No fue una experiencia agradable.
El vuelo duró dos horas. No estaban solos. Los acompañaban dos azafatas, dos guardias de seguridad y una secretaria ejecutiva que tomaba notas cada vez que Peter abría la boca. Lo único raro era que siempre que Lali los miraba, apartaban la vista, como si tuviera una plaga o una enfermedad contagiosa.
-¿Podrías prestarme una revista? – le pidió a la azafata, para distraerse.
-No tenemos revistas ni periódicos a bordo, señorita Esposito. Lo siento. ¿Le sirvo la comida?
-Gracias – le pareció extraño que no tuvieran una revista a bordo. Sin embargo, sólo la hubiera hojeado. Tarde o temprano tendría que decirle a Peter que era disléxica. Se encogió ante esa posibilidad. Nunca esperó poder engañar a Peter durante tanto tiempo, pero de algún modo él le facilitó las cosas.
Si entraban a un restaurante, él pedía el menú y ordenaba por ambos. Aceptaba que ella recordara los recados telefónicos en lugar de escribirlos y se mostraba tolerante cuando olvidaba los detalles. Nunca la criticó porque no leyera libros. De vez en cuando, le compraba uno, pero no le preguntaba de qué se trataba. Y ella, ¿por qué lo ocultaba?
Recordaba que la consideraban una estúpida, antes de que diagnosticaran su enfermedad en la escuela. Recordaba que los posibles padres adoptivos retrocedían ante la mención de la dislexia, asumiendo que representaría más problemas educarla. Recordaba que las personas la trataban como una analfabeta. Y, si Peter descubría que iba a casarse con una mujer para quien la escritura era una serie de imágenes borrosas, quizá se arrepentiría.
Al aterrizar en Roma le dijo que terminarían el trayecto por helicóptero.
-¿Dónde nos hospedaremos? – indagó la joven.
-En ningún lado. Iremos a casa – contestó.
-¿A casa? – repitió -. ¿Compraste una?
-Espera a que la veas – respondió Peter, con ademán negligente.
-No la conozco, ¿verdad? ¿No la olvidé también?
-Nunca has estado en Italia – la tranquilizó.
Odió el vuelo en helicóptero y mantuvo la cabeza agachada para no marearse.
-¿Espantoso? – murmuró Peter, ayudándola a bajar del aparato.
-Espantoso – corroboró, tragando saliva.
-Debí suponerlo, pero quería que vieras Castelleone por aire – la llevó hasta una orilla del helicóptero y la volvió hacia una dirección precisa -. Este es un buen punto- ¿Qué opinas?
Si no la hubiera sostenido, se le habrían doblado las rodillas. Castelleone era un castillo con torres y un foso cubierto de lilas.
-No estaba en venta cuando lo encontré, ni se veía tan bonito como ahora.
-¿Bonito? – protestó, recobrando el uso de la lengua -. ¡Es magnífico! Debió costarte una fortuna. -Tengo dinero para tirar y nada en qué gastarlo – le acarició el cabello con los dedos -. Lo catalogaban como monumento histórico, lo cual resulta muy inconveniente, pues las renovaciones debieron ser autorizadas. Los expertos a veces se vuelven insoportables.
-¿Bromeas? – se quejó.
-Claro que no. ¿Acaso se puede vivir con un sistema de drenaje del siglo diecisiete, cara? Te parecería una costumbre bárbara – Peter respiró por encima de la cabeza de Lali -. Pero los expertos y yo llegamos a un acuerdo. Envié la fontanería original a un museo y dejé de amenazarlos con tapar el foso. Después de eso, nos entendimos a las mil maravillas.
Su sonrisa desapareció al observar la palidez de la chica y las ojeras de su cara.
-Creo que debes meterte en la cama.

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