Wednesday, July 22, 2015

capitulo 34

La oprimió con sus brazos y luego le acarició la mata de cabellos dorados.
-No, desde luego que no – la contradijo con fiereza -. No tengo de qué avergonzarme. Einstein era disléxico, lo mismo que Leonardo da Vinci. Y, si ellos no se quejaban, tampoco puedes hacerlo tú. -¡Oh, Peter! – una risa, entre hipo y sollozo se le escapó al mirarlo -. Estoy segura de que mis síntomas son más graves que los de ellos.
-No sé cómo ignoré tu enfermedad durante tanto tiempo – admitió -. Careces de sentido de la orientación, no diferencias la derecha de la izquierda, te das por vencida si tienes que hacer un nudo y, algunas veces, olvidas todo – bromeaba con ternura, tranquilizándola.
Lali todavía temblaba. Su desesperación, la sacudió a tal grado, que le tomaba tiempo dominarla. Escondió la cara en la chaqueta de Peter, débil e incierta, pero atrás de esa inseguridad, sintió un alivio enorme porque el fingimiento que le destruía los nervios y la mantenía en temor constante de que la descubrieran, al fin había terminado.
-No te importa, ¿realmente no te importa? – musitó.
-Sólo que no me lo hayas dicho pero, ahora que lo sé, hablaremos con un terapeuta educacional... apuesto a que puede ayudarte – sacó un pañuelo y le secó las mejillas sonriendo y algo en esa sonrisa estremeció el corazón de la joven -. Cometiste un error al sufrir en silencio. Yo hubiera entendido tus dificultades. Vivimos en un mundo donde la capacidad para comprender la palabra escrita se da por sentada. ¿Cómo te las arreglabas en la galería de arte? Siempre me lo pregunté – le confió.
-Elaine mecanografiaba el catálogo por mí.
-Los secretos crean mal entendidos – le arregló el cabello para que adquiriera una semblanza de orden. -Era el único que guardaba – suspiró -. Siempre estás peinándome y componiéndome.
-Quizá me gusta. ¿No lo pensaste? – bromeó y su voz profunda se fracturó un poquito al contemplarla. Todo el oxígeno del aire pareció extinguirse sin aviso previo. El deseo le estrujó el estómago, los senos se le contrajeron en su cubierta de seda y la sensible piel de los pezones se irguió, como capullo doloroso. Las sensaciones la cegaban con su fuerza y tembló.
-Ya es tarde – anunció Peter, apartando la mano -. Debes meterte en la cama – musitó, seco -. Si no me obedeces, te llevaré a la fuerza.
Lali se sonrojó. Caminó, obediente, sobre piernas de algodón. No podía quitar la vista de esa oscura belleza de Peter, consciente de la salvaje intensidad sexual que poseía bajo una superficie de calma y control. Lo ansiaba. Lo ansiaba tanto, que se asustó. En su memoria no existía nada igual a esa fuerza hambrienta que experimentaba en ese momento. La confundía, la intimidaba.
-Espero una llamada importante – agregó él y cuando lo miró sorprendida, agregó suscinto -: Cambio de horario.
No se imaginaba a Peter sentado, esperando una llamada telefónica, no importaba cuán importante fuera. Las personas lo llamaban en el instante en que a él le convenía, no a ellas. Todavía observándolo, encontró la puerta más por accidente que por intención y la abrió.
-Me siento maravillosamente bien – le aseguró, casi sin respirar, antes de correr hacia el vestíbulo.
Se había bañado antes, pero decidió volverse a refrescar bajo la ducha. Quince minutos después, ungida de esencias aromáticas que halló en el baño, se puso el diáfano camisón de seda que estaba sobre la cama. Se deslizó bajo las sábanas y aguardó, casi sin respirar, a Peter.
Los minutos transcurrieron con suma lentitud hasta que se durmió. Tuvo un sueño extrañísimo. Se veía escribiendo frente a un espejo, sobre su propia imagen y la tarea le costaba tanto trabajo, que e despertó en medio de la oscuridad, con las mejillas húmedas de lágrimas.
Se levantó de la cama y se dirigió al baño, para lavarse la cara. ¿Quién apagó la luz? Peter, desde luego. Se llevó una débil mano a la frente y sintió sus sienes latir. Le resultaba imposible aplacar la necesidad implacable de estar con él.
Abrió la puerta del dormitorio contiguo. También estaba a oscuras, pero un triángulo de luz salía de la puerta abierta del baño. Escuchó el agua de la ducha y sonrió. No debía ser tan tarde. Se metió en la cama en silencio como un ratoncillo.

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