Wednesday, July 22, 2015

capitulo 35

La ducha y la luz se apagaron de forma casi simultánea. Un segundo después, Peter apartó las cortinas de
la ventana y se quedó parado bajo la luz de la luna, magnífico en su desnudez, secándose el cabello. La chica pensó que se arriesgaba a morir de pulmonía, pero la urgencia de anunciarle su presencia desapareció. Se le secó la boca. Sintiéndose un voyeur, que lo espiaba a escondidas, cerró los ojos. El colchón se hundió bajo el peso de su dueño y Peter le apartó las tres cuartas partes de la sábana.
Al volverse, dándole puñetazos a la almohada y casi golpeándola, la tocó.
-¡Dio! – exclamó y encendió la luz antes de que ella pudiera impedírselo. La contempló azorado -: ¿Lali?
Sintió que se sonrojaba con los colores de un betabel. De alguna manera el tono que Peter empleaba le indicaba que el último lugar donde esperaba encontrarla era en su cama.
-No podía dormir.
-Yo tampoco – admitió, observándola con fijeza -. Ven acá – estiró una mano para acercarla, sin darle tiempo a responder a lo que parecía una orden y no una súplica -. Te deseo – le confesó, con rudeza -. ¿Tienes una idea de cuánto te deseo?
-Aquí estoy – susurró, tímida de pronto.
Inclinó la cabeza y murmuró algo feroz en italiano, para después aplastarle los labios y abrírselos con salvaje urgencia, que la tomó por sorpresa. Su lengua violó el suave interior de la boca de la joven. Hubiera podido ser el último trago de agua para un hombre loco de sed. Le lastimó los labios y bebió con profundidad, lento, hasta que la mareó y le impidió respirar. Un fuego, tan elemental como su
amante, le recorrió las venas.
Le tocó los hombros. Quemaba como si tuviera fiebre, con la piel cálida y seca y su largo cuerpo pegado al suyo. Sus hábiles dedos jugaron con su habitual destreza con la seda que la separaba de él. Y un segundo más tarde, sofocando un gruñido de frustración, le arrancó la finísima tela con sus manos impacientes.
-¡Peter! – Lali emergió del pozo de pasión en que se hundía para contemplarlo hincado sobre ella, aventando con un ademán de indiferencia los restos del encaje. Al hacer el gesto instintivo de cubrirse de su escrutinio devorador, le apartó las manos y las aplastó contra la cama.
-Por favor – rara vez empleaba esa palabra y la nota de ruego brusco que encerraba la conmovió. Los brillantes ojos esmeralda la admiraron, al igual que si la tocaran, explorando la redondez de sus senos, la suavidad de la delgada cintura, la curva femenina de la cadera y los rizos de la unión de los muslos. -Squisita... perfetta – musitó con un suspiro entrecortado, al atraerla hacia él para que su boca le apresara un pezón.
Lali arqueó la espalda, mientras un rosario de sonidos incomprensibles salía de su garganta. Peter le lamió la tierna piel con un placer de intensidad erótica y con la mano jugó con el otro pezón que descuidaba, moldeándolo, tirando, excitando, hasta que Lali se retorció bajo sus caricias. Quería sentir el peso de ese hombre sobre ella y él se negó, levantando la cabeza para pasarle la lengua, como en broma, por el declive de los senos, recorriendo la pálida piel de las costillas, sumiéndose en el hueco del ombligo.
Enterró sus manos en el cabello oscuro para protestar y él contestó dejando una serie de besos desde su rodilla hasta la piel interior del muslo, haciendo que endureciera pequeños músculos que ella ignoraba que poseyera. Entonces, la joven se recostó sobre las almohadas y un grito salió de sus labios, impidiéndole todo pensamiento, hasta que se sumió en sensaciones puras, perdida en el clamor frenético de su propio cuerpo.
En el clímax de la excitación, más agonía que placer, exhaló el nombre de Peter y él le apretó las caderas con fuerza, elevándose sobre ella, silenciándola con la atormentadora caricia de su boca. Estaba ardiendo cuando se oprimió contra su suave piel. Por un segundo la contempló, con el deseo y luego la exigencia pintados en sus facciones oscuras y húmedas, luego se movió, con un impulso profundo, semejante al relámpago que divide los cielos.
El dolor la estrujó el tiempo suficiente como para apartarla por unos segundos del hambre devoradora que demandaba satisfacción. Su compañero se detuvo, la miró con ternura y triunfo, y le plantó la breve bendición de un beso en la frente. Murmuró algo acerca de jamás volver a dudar de Lali, jamás. Ella no estaba en condiciones de entender lo que murmuraba. Con pequeños y sutiles círculos que
formaba con la cadera, la incitaba a la pasión de nuevo, acostumbrándola a su invasión. Cesó de pensar. Se perdió en un ritmo primitivo, dando todo, tomando todo, conducida a la locura, indefensa después de un alivio final devastador. Cuando experimentó olas de increíble placer, fue sublime.

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