Sunday, July 19, 2015

capitulo 15

La invitación esperada con tanta ansiedad se la lanzó a último minuto asumiendo que la aceptaría con descomunal arrogancia. ¿Le importó ella? ¡Le importó un demonio!
-He estado encerrado todo el día. Me agradaría caminar – murmuró cuando la chica se plantó, sin aliento, a su lado.
-A mí también – dijo Lali. Podía haberle sugerido que nadaran en el Támesis, en pleno invierno, y habría accedido entusiasmada. La ayudó a ponerse el abrigo, impresionándola con sus buenos modales. Para una primera cita, fue... diferente. La trastornó invitándola a tomar café en Piccadilly. Peter le contó como creció en Nueva York, le describió a su familia, a los padres y la hermana que murieron en un accidente el año anterior. A cambio, ella le abrió su corazón, logrando bromear acerca de sus desconocidos ancestros.
-Quizá te llame – la metió, sola y sin besarla, en un auto de alquiler para que la llevara a su casa. No la llamó. Transcurrieron seis, siete semanas de agonía en que su angustia la torturaba. Sólo cuando abandonó toda esperanza, Peter se presentó de nuevo. Sin advertírselo. La chica lloró de alivio y él la besó para secarle las lágrimas.
Después, Lali hubiera podido descubrir que ese tipo pertenecía ala Mafia y no le habría importado; sus sentimientos no se alterarían ya por nada. Estaba enamorada, loca de amor y, en alguna parte de su mente asumía que él también debía estarlo. Qué romántico, pensó, cuando le regaló una rosa blanca. La puso en un libro, para conservarla para la posteridad.
Esos recuerdos la asqueaban. Peter no tenía un gramo de romanticismo en el cuerpo. Simplemente se dedicó a conquistar a la amante perfecta con las maniobras frías y astutas que empleaba en sus negocios. Paso uno: haz que pierda el sentido común. Paso dos: convéncela de que no puede vivir sin ti. Paso tres: remátala. La sedujo con tanta elegancia, que no se dio cuenta de lo que le sucedía.
Escogió una chica común y la aprisionó. Esa fue la hazaña de Peter. Entonces consultó su reloj y se asombró de lo tarde que era. Perdida en sus pensamientos, vagó toda la tarde, sin rumbo. Sin más, se dirigió a la parada de autobús.
El ama de llaves de Drew, la señora Bugle, se ponía el abrigo cuando Lali entró en el apartamento.
-Me temo que estuve demasiado ocupada para prepararle la cena, señora Esposito – refunfuñó.
-Oh, no tenga cuidado. Estoy acostumbrada a valerme por mí misma – pero a Lali le asombró la mirada fría y desaprobadora de esa mujer que antes la tratara con amabilidad.
-Quiero que sepa que la señora Huntingdon sufre mucho con este divorcio – la informó la señora Bugle, acusadora -. Y que buscaré otro empleo si el señor Huntingdon vuelve a casarse.
Lali comprendió demasiado tarde para defenderse. Con ese disparo final, la señora Bugle azotó la puerta y partió. Presa de una mezcla de furia, vergüenza y frustración, Lali decidió que le ataque del ama de llaves cerraba con broche de oro un día espantoso.
Así que ahora la consideraban una destructora de hogares. La otra mujer. La señora Bugle no sería la única que hiciera ese juicio. La aventura galante de Annette Huntingdon era un secreto bien guardado, conocido por muy pocos. Dios bendito, ¿cómo pudo ignorar a tal grado los sentimientos de Drew? Julia se opuso al divorcio de su hermano, sermoneándolo sin ningún tacto hasta enfurecerlo, en un momento en que se sentía humillado por la traición de su esposa.
¿Acaso ella quiso contrarrestar la insensibilidad de Julia demostrándose demasiado receptiva? Compadecía a Drew, pero no deseaba involucrarse en sus problemas maritales. Por Dios, sólo lo escuchó... y Drew, sin duda, mal interpretó ese gesto.
¡Debería irse de allí en ese mismo instante! Pero no podía. Después de pagarle a la señora Anstey un mes de alquiler por adelantado, apenas le quedaban treinta libras a su nombre. Cande siempre criticó que no cobrara sueldo por cuidar a Julia, cuya sirvienta renunció poco después de que se mudara Lali a la casa. Sin embargo, Julia, siempre dispuesta a regalar hasta el último centavo a los pobres, no podía darse el lujo de pagarle un salario.
Y realmente no importó hasta que Julia murió. Sin que tuviera que preocuparse por el alquiler ni la comida, Lali se las arregló para sufragar sus gastos cuidando niños, sembrando verduras,
cosiendo, alojando mascotas... de algún modo siempre salía a flote. Pero ahora la incertidumbre de su futuro la perseguía como una nube tormentosa.

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