Tuesday, July 21, 2015

capitulo 28

Separando su boca de la de ella, enterró su cara entre sus cabellos rubios. La separación la lastimó, aunque la consoló que el corazón de su amado se oprimiera contra sus senos. Lo sentía luchar para recuperar el control. Un largo suspiro lo estremeció.
-Estás demasiado débil para hacer esto, Lali. Se supone que debes descansar – le recordó con rudeza -. Así que ten un poco de piedad, ¿mmmm? No me tortures.
-No estoy enferma. Me siento de maravilla – ignoró el dolor de la base de su cráneo.
-Lo dices porque crees que eso quiero oír – le lanzó una mirada de desaprobación y se apoyó contra el asiento -. ¿Cómo puedes sentirte a las mil maravillas? Debes sentirte al borde de la muerte y cuando te lo pregunte, así me lo contestas. ¿Quedó claro?
-Como el cristal – inclinó la cabeza, luchando por sofocar la silenciosa explosión de alegría que la invadió. ¿Por qué se reía? ¿De qué demonios se reía? Su cuerpo aullaba ante la privación a que él la condenaba. Realmente no era gracioso, pero hasta que tuviera un pie en la tumba guardaría en la memoria la expresión de incredulidad de Peter cuando ella, y no él, tomó la iniciativa... para variar. Lo impactó. ¿Cuándo se hubiera imaginado que poseía esa capacidad? La hacía sentir la mujer más seductora del mundo. ¿Y no era exquisito al máximo, que el egoísta Peter abrazara la fidelidad para beneficio exclusivo de ella?
Antes, estaba convencida, Peter hubiera aceptado su invitación, satisfaciendo sus inclinaciones naturales sin preocuparse en lo más mínimo. Esa preocupación significaba mucho para ella. La generosidad significaba un paso hacia el amor, ¿o no? En medio de esa felicidad, Lali lo escuchó ladrar instrucciones por el auricular a algún desafortunado que sin duda se encogía en el otro extremo del teléfono. Quiso sonreír; sabía por qué Peter estaba de mal humor.
Atravesaron el aeropuerto a toda velocidad, mientras los guardaespaldas los protegían de los reporteros. Cuidaba su intimidad con una ferocidad que más de un periodista llegó a lamentar. -¿Quién es la rubia, señor Lanzani? – gritó alguien.
Sin previo aviso, Peter se volvió, sujetando a Lali con el brazo como una banda de acero.
-La futura señora Lanzani – anunció, tomando a todos por sorpresa, incluyendo a la joven.
De repente surgieron decenas de preguntas frenéticas, acompañadas por el resplandor de muchas cámaras fotográficas. Pero la poco característica generosidad de Peter hacia la prensa, terminó allí. Cruzaban el pasadizo hacia el avión cuando sucedió. Algo oscuro y espantoso surgió de su mente y la asaltó. La sensación casi la paraliza de miedo. Vio a una anciana con cabello gris y su bondadosa cara llena de desesperación. ¡No debes hacerlo... no debes!, le rogó. Y, cuando la imagen desapareció, dejando pálida y mareada a Lali, su pánico se centró en el avión.
-No puedo subir – exhaló.
-Lali – la previno Peter.
-¡No puedo... no puedo! No sé por qué, pero no puedo – la histeria surgía, al mismo tiempo que ella retrocedía y alzaba las manos.
Peter avanzó, le plantó las manos en la cintura y la levantó en vilo. Dominada por el miedo, luchó con violencia.
-¡No puedo subir a ese avión!
-Ya no es tu responsabilidad – Peter la sostenía con una tenacidad de hierro -. Te voy a secuestrar. Piensa que nos fugamos. Buenas tardes, capitán Edgar. Ignore a mi prometida. Tiene fobia a los vuelos sin alas de plumas.
El piloto luchó por mantener la compostura facial.
-Trataré de que tenga una travesía tranquila, señor Lanzani.
Peter ascendió la escalera de dos en dos, sentó a Lali en un sillón y le abrochó el cinturón de seguridad como si fuera una cadena para mantenerla bajo llave. Luego le tomó las manos.
-Ahora respira despacio y contrólate – le ordenó -. Puedes gritar durante todo el camino a Roma, pero no sacarás nada. Piensa que este es el primer día que descansas en toda tu vida.
-Vi a esa mujer – musitó, aspirando aire y contemplándolo con los ojos desorbitados -. Recordé algo. Dijo que no debía hacerlo...

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