Thursday, July 23, 2015

capitulo 46

Se enredó una túnica negra alrededor de las caderas, apenas cubriéndolas y con la punta que sobraba, se confeccionó un escote brevísimo. Las medias negras no serían problema. Había de todos los colores del arco iris. Sacó unos tenis negros y una par de guantes largos del mismo tono.
Ya vestida, caminó tambaleante hasta el baño para decorarse la cara. Usó tonos zafiro y violeta para delinearse los ojos de forma dramática. Se puso un exceso de maquillaje y marcó el declive de los senos con una sombra dorada. Empezó a gozar el momento.
Se colocó tres pulseras de diamante, una en cada brazo y la otra en el tobillo, agregando collar y pendientes para dar el toque final a su arreglo navideño. La asombró lo vulgares que se veían los diamantes en cantidades excesivas. Su imagen en el espejo la llenó de satisfacción.
Bajó la escalera asiéndose del pasamanos, consciente de que había bebido champaña con demasiada libertad. Bernardo no podía quitarle los ojos de encima, sin exageración, y se quedó helado, tirando de su corbata.
-Buenas, Bernardo – canturreó, al pasar a su lado -. Hace calor, ¿verdad?
Y hará más, predijo con certeza. De pronto, Bernardo abrió de par en par las puertas del salón y anunció:
-Signorina Esposito.
¿Por qué diablos decía su nombre? ¿Creía que Peter no la reconocería con ese disfraz? Tomando aliento, avanzó. Un enjambre de rostros se volvió para mirarla y ella, azorada, parpadeó. Su traje fue diseñado para una cena privada. A sus espaldas, Bernardo sofocaba un ataque de tos.
Ahora que lo pensaba, y le costaba un enorme trabajo practicar esa actividad del intelecto, recordó que Peter mencionó que había invitado a unos amigos íntimos a pasar la noche en el castillo, antes de la boda. Como ella se mostrara nerviosa ante esa perspectiva, se olvidó del asunto. En ese momento, sin duda deseaba no haberlo hecho. Al acercarse a ella con sus largos pasos, sin duda ansiaba destrozarla, centímetro a centímetro, de preferencia durante un extenso período de tiempo. Para gozar de cada minuto del martirio.
-Creí que te gustaría un vestido un poquitín exagerado – musitó, tratando de escapar por la puerta, pero Peter la tomó del brazo y le cortó la retirada.
-Un traje de vanguardia – comentó una voz juvenil -. Mamá, ¿por qué no me compras uno?
-Diseño punk – susurró alguien más -. Desconcertante.
-A mí no me desconcertaría que me vieran con ella – replicó un joven rubio, regalándole una sonrisa deslumbrante -. Peter, empiezo a comprender por qué mantuviste a esta encantadora damisela bajo llave hasta este momento. Soy Gaston... Gaston Dalmau.
Lali le estrechó la mano con una sonrisa. Y después un remolino de presentes tuvo lugar. Había unas treinta personas, todas pertenecientes a la elite del mundo de los negocios y la alta sociedad. -Tienes unas piernas fabulosas – Gaston se echó sobre un sofá -. ¿Por qué supongo que Peter hubiera preferido que sólo él las admirara?
-¿Lo conoces desde hace mucho? – preguntó ella, desesperada.
-Unos diez años. Una vez te vi de lejos, en Suiza – le confió -. Pero no me permitió que me acercara más.
-¿Ah, sí? – preguntó la joven, en un tono casi indiferente.
-Peter es muy posesivo – se burló -. Por eso te robó de la cuna. Debo molestarlo con eso.
-¿Te diviertes, Gaston? – indagó el anfitrión, acercándose.
-Una inmensidad. No hay un solo hombre en este cuarto que no me envidie. ¿Por qué esperé tanto tiempo para conocer a esta preciosidad?
-Quizá porque adiviné tu reacción – Peter tomó la mano de Lali -. Les simpatizaste a todos – suspiró, conduciéndola al comedor y besándole con rapidez un hombro desnudo -. Olvidaste que vendrían, ¿eh? – le sonreía, registró ella, mareada -. Cara, ¡si hubieras visto tu expresión cuando te diste cuenta de lo que hiciste! Pero en esta reunión no causas tanta sensación como tú suponías.
No se equivocaba. A ese nivel, las mujeres se interesaban en sorprender a sus rivales y nadie sospechaba que se vistió para una pantomima. Sin embargo, un pequeño remordimiento le retorció la
conciencia.

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