Saturday, July 18, 2015

capitulo 12

Lali fijó los ojos en él con horror.
-Y-yo... no voy a ninguna parte...
-¿Simplemente vagarás por las calles? – se burló Peter.
-No voy tan lejos para que necesite que me lleves – se corrigió, insegura -. ¿Cómo supiste en dónde buscarme?
-Hice que te siguieran.
El oxígeno se atoró en la garganta de la chica. ¿Realmente creyó que ese segundo encuentro era una coincidencia? ¿Qué la dejaría partir sin más? Un auto se estacionó detrás del primero y dos guardias de seguridad emergieron del vehículo. Los eficientes perros guardianes de Peter se posesionaron de la calle, observando los puntos de peligro. A Lali le pareció irreal esa escena. Y ahora recordaba el mundo tan diferente que habitó cuatro años antes.
-¿Para qué? – musitó, tensa.
-Quizá para revivir los viejos tiempos – las espesas pestañas oscuras ensombrecieron el brillo de las pupilas -. No sé. Tú explícamelo – la invitó. ¿Un impulso? ¿Lo considerarías una posibilidad?
-No te considero una persona impulsiva – de modo involuntario se apoyó en el muro a sus espaldas. -¿Por qué tiemblas? – se le acercó sin ruido y los hombros de la joven se estrellaron contra la pared en su esfuerzo por mantener la distancia entre ambos.
-Sales de la nada. ¡Casi me matas del susto!
-Te encantaban las sorpresas, lo mismo que a los niños.
-Quizá no lo hayas notado, pero ya no soy una niña – requirió valor para lanzarle esa réplica, pero cometió un error al hacerlo. Peter la midió con ojos insolentes y ella se sintió desnuda.
-Ya veo que te gustan los hábitos de monja – comentó, seco.
Estaba tan cerca, que hubiera podido tocarlo. Pero no levantaría los ojos más allá del nivel de su corbata azul, porque captaba en la atmósfera un miedo sin nombre. Una silenciosa intimidación que le estrujaba la punta de los nervios.
-No tenemos nada de qué hablar después de todo este tiempo – sus labios palidecieron y la seguridad la abandonó.
Con negligencia, él le acarició el delicado cuello, donde el pulso latía desbocado. Su piel ardió y de repente todo su cuerpo se consumió en un incendio.
-Tranquilízate – le aconsejó, apartando la mano como al descuido un segundo antes de que ella volviera la cabeza, repudiando esa intimidad. Las llamas danzaron por un instante en las pupilas verdosas y después una lenta, brillante sonrisa curvó su boca -. No fue mi intención asustarte. Vamos... ¿acaso somos enemigos?
-T-tengo pri-prisa – tartamudeó.
-¿Y aún así no quieres que te lleve a tu destino? Perfecto. Caminaré contigo – sugirió con tersura -. O podríamos pasear en el coche durante un rato... o sentarnos en medio de un congestionamiento de tránsito. Créeme, estoy de un humor muy dócil.
-¿Por qué? – se apartó como una valiente del muro y enderezó los hombros -. ¿Qué quieres?
-Pues, no espero que hagas lo que solíamos hacer en medio de un congestionamiento de tránsito – los ojos esmeralda sin arrepentirse en el rubor que tenía la blanca piel -. ¿Qué crees que quiero? De seguro es entendible que desee satisfacer una pequeña curiosidad natural, ¿verdad?
-¿Acerca de qué?
-De ti. ¿De quién más? – alzó una ceja -. ¿Supones que estoy parado en la calle por mi propio placer?
Lali se mordió el labio, indecisa. Sintió que se sulfuraba. En otro momento Peter hubiera dicho: “Súbete al coche”, ella habría obedecido de un salto. Ahora sonreía, pero no confiaba en las sonrisas de Peter. Peter sonreía mientras le rompía el alma en dos con un puñado de palabras bien escogidas. Sin hablar, llegó a una conclusión y pasó frente a él. A Peter lo conocían todos los reporteros y ella no podía darse el lujo de que lo vieran a su lado, para preservar el presente que con tanta cautela construyó Julia para protegerla.
Un guardaespaldas se materializó junto al codo de la chica y le abrió la puerta del coche. Agachando la cabeza, se deslizó hasta el rincón del asiento. La puerta se cerró, apresándolos en su intimidad.
-Realmente, Lali... ¿fue tan difícil? – murmuró Peter con voz sedosa -. ¿Te gustaría tomar algo? -¿Por qué no? – tenía la garganta seca y luchó por recuperar la presencia de ánimo. Se alisó la falda con manos nerviosas, volviendo a acomodar los pliegues. La piel le cosquilleó por la proximidad de Peter,
mientras se inclinaba para abrir el bar. Durante el más largo momento de su existencia tuvo al alcance de la mano los cabellos negros y rizados, mientras el aroma de la loción y esa esencia indefinible, pero, oh, tan familiar, de Peter asaltaba sus sentidos.

2 comments: