Wednesday, July 22, 2015

capitulo 39

-Salió a jugar en la paja. Yo pedí unos minutos de descanso para venir a preparar un refresco – le indicó Cande -. Nuestro teléfono se descompuso durante un par de días, pero no nos dimos cuenta. ¿Te has vuelto loca tratando de comunicarte con nosotros? -Pues...
-Eso pensé – la interrumpió Cande con su impaciencia habitual -. Intenté llamarte del pueblo, pero nadie contestaba. Supongo que pasas los días buscando trabajo porque decidiste que no vivirías con la señora Anstey.
-Yo...
-Bruno se ha divertido en grande. El clima es estupendo y planeamos acampar fuera hoy en la noche, pero, si quieres hablar con él...
-No, gracias – me raptaron. Estoy en Italia. Me caso mañana. Esas revelaciones permanecieron guardadas. Cande la consideraría una buena candidata para el manicomio si las expresaba. De cualquier modo, regresaría a Londres antes que ellos volvieran a la casa. Nadie sabría nada, pensó en ese primer impacto de la desesperación.
-Lali, alguien acaba de entrar al patio. ¡Chispas, qué coche! ¿Puedo llamarte después?
-No... no, voy a salir... quiero decir, te estoy telefoneando desde otro sitio. Dile a Bruno que lo quiero – colgó el aparato como si la quemara y se recostó de nuevo en el diván.
Los espantosos, inexcusables acontecimientos de la semana pasada la agobiaron de repente. Se encogió al revivirlos. La humillación marcaba letras de fuego sobre su alma. Y, desde esa profundidad, sólo había un modo de salir: hacia arriba decidió, enumerando lo que Peter le hizo.
Realmente, Peter hizo todo. Mientras no estaba en condiciones de enterarse de lo que le sucedía, la atacó para destruirla. Las trampas y las intrigas se acoplaban con facilidad a ese temperamento de los Borgia que lo caracterizaba. ¡Bebé! Palideció y se estremeció ante ese pensamiento, incapaz de razonarlo, además de lo otro.
Durante una semana no fue consciente de que vivía cuatro años atrás, en el pasado. Él ocultó cada detalle que pudiera despertar su memoria. No permitió que un periódico, un aparato de televisión o un calendario estuvieran al alcance de su mano.
Cada detalle tuvo una precisión inhumana, con el sello inconfundible de Peter. No cometió ni un solo error. La atrajo, la ensartó y la remató como un pez. Aunque hasta un pez hubiera luchado por conservar la vida. No habría devorado el anzuelo, ni tocado con ese masoquismo el cuchillo, ni contemplado la sartén sin temor... al igual que ella.
Lo que Peter deseaba, lo tomaba. Los escrúpulos no lo inhibían. Ni el precio que debía pagar. El resultado final era lo único que le interesaba. Creyó que pensaba casarse con Drew y, con el divorcio de Drew tan cercano, Peter decidió que no tenía tiempo que perder. Sin duda, si se hubiera echado a sus pies, jamás habría mencionado la palabra matrimonio. Pero se le resistió y se convirtió en un reto para Peter. Y él no podía dejar de aceptar un reto.
En ese preciso momento, Peter apareció, bajando la colina y ella recordó el episodio en el asiento trasero del auto. La muerte hubiera sido un castigo demasiado rápido para satisfacerla. Se levantó de un salto, tomó un vaso y se lo arrojó. Él se detuvo cuando se estrelló a medio metro de sus pies.
-Asqueroso, rastrero, embustero, cerdo – le gritó, pescando un segundo vaso lo aventó con toda su fuerza -. ¡Rata! Lo insultó, y el teléfono voló en la misma dirección -. ¡Puerco! – se quitó el zapato y su ira aumentó al no poder golpear un blanco fijo - ¡Bastardo! – subrayó su desprecio aventando el otro zapato -. ¡Quiero matarte!
-El veneno te daría mejores resultados que una pistola – comentó Peter, observando la posición de los misiles, completos y rotos -. La puntería no parece ser uno de tus talentos escondidos. -¿Es todo lo que tienes que decir? – explotó.

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