Friday, July 17, 2015

capitulo 5

En algunas ocasiones como la que vivía, Lali se sentía inadecuado en relación a Bruno. Su hijo no era igual a otros. A los dos deshizo una radio y volvió a armarla, reparándola en el proceso. A los tres aprendió a hablar en alemán escuchando un programa de la televisión. Pero todavía era demasiado pequeño para aceptar hacer sacrificios. La muerte de Julia lo golpeó con fuerza y ahora perdería la casa que amaba, su burro, los amigos con quienes jugaba... en resumen, los restos de la seguridad que protegía su vida a últimas fechas. ¿Acaso la maravillaba que tuviera miedo? ¿Cómo podía tranquilizarlo si ella también temía el futuro?
La certeza de que la catástrofe estaba lista para aplastarla en cualquier momento, nunca abandonó a Lali por completo. La súbita muerte de Julia confirmó sus peores pesadillas. De un golpe, la calmada y feliz seguridad de sus vidas se rompió en pedazos. Y en ese instante sentía que la lanzaban al pasado, justo donde empezó hacía cuatro años...
Su vida era un desastre, que descendía a velocidad mortal. Tenía el futuro prometedor de un piloto kamikaze cuando de repente apareció Julia. La recogió, la sacudió un poco y la obligó a caminar. En el proceso,Julia se convirtió en lo más cercano a una madre que Lali conoció.
Se encontraron en un tren. Ese viaje y el azar alteraron la vida de Lali para siempre. Como compartían la misma alcoba Julia trató de iniciar una conversación. Su persistencia sacó a la joven de su ensimismamiento y antes de mucho tiempo sus emociones la traicionaron y terminó contándole a la anciana su historia.
Después se avergonzó, ansiosa de escapar de la compañía de la otra mujer. Se bajaron en la misma estación y nada de lo que le dijo la pobre Julia, acerca de que “había tomado la decisión correcta” penetró en su mente. Igual que una adicta, Lali enloquecía hasta por escuchar el sonido de la voz de un hombre. Despidiéndose con rapidez de Julia, corrió hacia la cabina telefónica más cercana. ¿Qué habría sucedido si hubiera hecho esa llamada por teléfono? Esa llamada quizá hubiera sido el clímax de una relación equivocada, que fue un desastre de principio a fin.
Pero jamás lo sabría. En su loca precipitación por llegar al teléfono, corrió frente a un coche. Necesitó una incapacidad física total para recobrar el sentido común... al fin. Pasó tres meses en el hospital. Y transcurrieron muchos días antes de que reconociera la voz tranquilizadora que entraba y salía de una niebla de dolor y desorientación. Pertenecía a Julia. Sabiendo que no tenía familia, la veló en la unidad de cuidados intensivos, ayudándola a dominar las tinieblas. Si Julia no la hubiera acompañado, Lali jamás habría emergido de la oscuridad.
Aun antes de su nacimiento prematuro, Bruno tuvo que luchar para sobrevivir. Al llegar al mundo, chilló para que le prestaran atención, pequeño y débil, pero con una voluntad indomable. Desde la incubadora, conquistó a todo el personal médico, sobreponiéndose a cada obstáculo en el menor tiempo posible. Lali empezó a reconocer que, con los genes que su hijo heredó a un grado inconfundible, un camión de diez toneladas no le hubiera robado el don de la existencia, mucho menos la colisión de su descuidada madre con un simple automóvil.
-Es un espléndido luchador – proclamó Julia con orgullo, gozando con el papel de abuela adoptiva, como sólo puede hacerlo una mujer sola. Drew, su único hermano, la quería con sinceridad, pero las excentricidades de la anciana lo enfurecían y su sofisticada esposa francesa Annette y su hija adolescente, no tenían tiempo que dedicarle a Julia. Así que lo acogió en Greyfriars, sin que él se opusiera.
La mirada de Lali recorrió la cocina hogareña. Ella cosió las cortinas de la ventana y pintó las alacenas. Esa era su casa, en el más amplio sentido de la palabra. Entonces, ¿cómo podía persuadir a Bruno de que serían felices en un pequeño apartamento, en la ciudad, cuando ni ella misma lo creía? Pero, Dios del cielo, ese apartamento era la única solución.
Alguien llamó a la puerta trasera. Sin esperar respuesta, Candela, su amiga, entró.
-¿No te precipitas un poco al empezar a empacar? – opinó, contemplando con cierta sorpresa las cajas de cartón -. Todavía tienes quince días.

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