Friday, July 17, 2015

capitulo 4

¿Cómo podía importarle dejar atrás esa clase de vida? Carecía de amigos. Cuando se exigía discreción, se descartaba a los amigos. Peter la aisló con lentitud, pero sin cejar, hasta que su existencia giró alrededor de él. Algunas veces se sentía tan sola, que hablaba en voz alta consigo misma. El amor era una emoción tenebrosa, pensó estremeciéndose. A los dieciocho años se portaba como una niña. Dos años después, no se consideraba mucho más sofisticada, pero ya no construía castillos en el aire. -Arrivederci, Peter, grazie tanto – garabateó sobre el espejo, con su lápiz labial. Un gesto teatral. Le ahorraría el orgullo de leer cinco hojas de páginas escritas con lágrimas, informándole que nadie lo amaría como ella.
Peter, lo aprendió por grados destructivos, no evaluaba al amor muy alto. Pero se dignó a usar el amor que ella le profesaba como un arma para doblegarla, torciendo sus sentimientos con cruel maestría hasta convertirlos en los barrotes de su prisión.
-¿Qué haces con mis libros?
Lali se enderezó y contempló los ojos claros, ahora tempestuosos.
-Los pongo en esta caja de cartón. ¿Quieres ayudarme? – insinuó, esperanzada -. Así podríamos hablar. Bruno le dio un puntapié a la silla, tenso y a la defensiva.
-No quiero hablar de mudarnos.
-Ignorarlo no lo impedirá – le advirtió Lali.
Bruno volvió a darle un puntapié a la silla, metiendo las manos en los bolsillos, imitando a un rufián. Despacio, Lali contó hasta diez. Otro poco y gritaría hasta que los enfermeros que vinieran a llevársela al manicomio. ¿Durante cuánto tiempo su hijo la trataría como la peor y más perversa madre soltera sobre la tierra? Con una sonrisa tenaz dijo:
-Las cosas no son tan malas como las juzgas.
-¿Tenemos dinero? – indagó Bruno, mirándola dudoso.
-¿Qué tiene eso que ver? – tomada por sorpresa, Lali se sonrojó.
-Oí que la mamá de John le decía a la señora Withers que no teníamos dinero, porque si tuviéramos, hubieras comprado esta casa para quedarnos aquí.
Lali habría estrangulado a la mujer con alegría por hablar de forma tan indiscreta frente a Bruno. Quizá sólo tenía cuatro años, pero era precoz para su edad y entendía todo lo que pasaba a su alrededor.
-¡No es justo que alguien nos quite esta casa para venderla, cuando nosotros queremos vivir aquí para siempre! – explotó el niño, sin aviso.
El dolor que se reflejaba en los ojos demasiado brillantes, la laceró. Por desgracia, no podía hacer mucho por aliviarlo.
-Greyriars nunca fue nuestra – le recordó, tensa -. Ya lo sabías, Bruno. Pertenece a Julia y en su testamento se la dio a los pobres. Ahora, las personas que administran el asilo, la venderán para usar el dinero y...
-A mí no me importan los demás – le lanzó Bruno con furia -. ¡Esta es nuestra casa! ¿En dónde vamos a vivir?
-Drew nos encontró un apartamento en Londres – le dijo de nuevo.
-¡Pero no puedes tener un burro en Londres! – se sulfuró Bruno -. ¿Por qué no vivimos con Cande? Ella nos invitó.
-Cande no tiene espacio para nosotros – suspiró Lali.
-Me escaparé y tú vivirás sola en Londres porque yo no viviré contigo – gritó Bruno, desesperado -. Es tu culpa. Si tuviera papá, él nos compraría esta casa, como lo hacen todos los papás. Apuesto a que él hubiera curado a Julia... ¡Te odio porque tú no puedes hacer nada!
Con esa amarga condenación, Bruno salió como un huracán por la puerta trasera. Se refugiaría en su escondite del jardín. Allí se sentaría, melancólico, luchando por tragarse las amargas realidades del
mundo de los adultos que significaban la pérdida de todo lo que amaba. Lali tocó la carta del abogado que estaba sobre la mesa. Su hijo la odiaría más todavía cuando se diera cuenta de que sus vacaciones en casa de Cande tampoco podían continuar.

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