Friday, July 17, 2015

capitulo 3

Al oír mencionar al guardia de seguridad, empleado para protegerla, aunque ella sospechaba que para vigilar cada uno de sus movimientos, escondió la mejilla en la almohada. No le simpatizaba Nicolas. Su cara de piedra y su rigidez la intimidaban.
-A propósito, ¿cómo te llevas con él?
-Me dijiste que no debía hablar con tus guardias de seguridad. ¿No fue por esa razón que transferiste a Agustin? – refunfuñó, agradecida por ese cambio de tema, sin importar lo irritante que fuera.
-Coqueteaba demasiado contigo para trabajar con eficiencia – contraatacó Peter, con helado énfasis.
-Mentira. Sólo me trataba con amabilidad – protestó.
-No lo contraté para mostrarse amable. Si lo hubieras tratado como a un empleado, todavía estaría aquí – subrayó Peter -. Y ahora, tengo que irme. Te llamaré de Milán.
Parecía que le dispensaba un favor especial. De hecho, la llamaba cada día, no importaba en qué parte del mundo se hallara. Y ahora se había ido.
Cuando el teléfono llamara, al día siguiente, sonaría en los cuartos vacíos. Durante unos minutos contempló el espacio donde él estuvo. Moreno y dinámico, era un azote diabólico para una mujer vulnerable. Durante toda su relación con Peter, jamás habían discutido. Por las buenas o por las malas, él siempre se salía con la suya. Sus débiles intentos de afirmarse, terminaron en derrotas, ahogados por la fuerza de su personalidad.
Pertenecía al equipo de los diez hombres más ricos del mundo. A los veintinueve años había alcanzado metas impresionantes. Empezó con las manos vacías y una inteligencia formidable en las calles dela Pequeña Italia , de Nueva York. Y continuaría ascendiendo. Peter siempre sería el número uno, sobre todo ante sí. Consideraba el poder como el más potente afrodisíaco y lo que deseaba lo tomaba, sin importarle un comino el daño que causaba, siempre y cuando no afectara su propia comodidad. Y, habiendo luchado a brazo partido por lo que tenía, lo que conseguía con facilidad, carecía de valor para él.
La revista times lo llamó “el lobo solitario” en un artículo reciente, intentando penetrar en la mística del rufián, entre el rebaño de aquellos que habían conquistado el éxito.
Un tiburón era una máquina asesina, la soberbia por su eficiencia en un campo restricto. Y los lobos se apareaban de por vida, no para divertirse. Pero Peter actuaba como un animal terrestre, de sangre caliente. Y, como tal, representaba un peligro mayor para los inocentes.
Ella pudo decirle a ese reportero que Peter Lanzani se caracterizaba por su dureza, su cruel cinismo, su egoísmo y la ambición sin límites que se encontraba en la médula de sus huesos. Sólo un tonto se interpondría en el camino de Peter... sólo una mujer absurda pudo entregarle su corazón para que lo guardara.
Cerró los ojos para apartar un súbito espasmo de angustia. Todo había terminado. Nunca más vería a Peter. Ningún milagro la salvaría en el último minuto. El matrimonio no era, ni sería jamás, una posibilidad. Su pequeña mano se extendió sobre su vientre, que empezaba a curvarse. Peter empezó a perder el cien por ciento de su lealtad y devoción desde el instante en que ella sospechó que esperaba un hijo suyo.
El instinto le advirtió que la noticia se consideraría como una traición deliberada, sin duda por la convicción de que, de algún modo, se había embarazado por voluntad propia. Una y otra vez pospuso anunciárselo. Cuando se casara con una novia poseedora de un árbol genealógico, con una novia que habitara las alturas que él había conquistado, no querría que lo perturbaran los recuerdos del pasado. Enferma y helada de aprensión, se pasó la mano por los ojos hinchados y se puso de pie. Él nunca se enteraría y así tendría que ser. Gracias a Dios, persuadió a Agustin de que le mostrara cómo trabajaba el sistema de alarma. Saldría por la puerta posterior. De esa manera evitaría a Nicolas. ¿La extrañaría Peter? Se le escapó un sollozo ahogado de dolor. Se pondría furioso por su abandono, pues no había previsto ese acontecimiento. Ella no era una mujer especial, ni siquiera muy bonita. Jamás entendió cómo atrajo a Peter. A menos que fuera la fría intuición del depredador oliendo un buen tapete para
pisotearlo, concedió, avergonzada.

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