En medio de lo que le parecía el desenlace agónico de su vida, una risita histérica cosquilleó la garganta de Lali. Un dedo bronceado por el sol jugueteó, lánguido, sobre los nudillos del puño que ella cerraba con fuerza. Aun consciente de que Peter usaba sus métodos acostumbrados de distracción, la poderosa química sexual envió una descarga eléctrica a través de su piel, destruyendo el deseo de reír y convirtiéndolo en las cenizas de una dolorosa desilusión.
Con un leve suspiro, Peter tiró de la manga de su camisa blanca para consultar su reloj Cartier, antes de fruncir el ceño.
-Llegarás tarde a tu cita – lo dijo por él antes de ponerse de pie, contenta, por vez primera, de que se aproximara la separación que por lo general la desgarraba.
-Estás muy nerviosa esta mañana – comentó Peter, observándola con atención -. ¿Te sucede algo malo? Lo que le planteó, comprobó incrédula, ya lo había olvidado, catalogándolo como una muestra de superficialidad femenina. No se le ocurrió a Peter que guardó esa pregunta hasta el momento en que casi se iba porque no quería echar a perder las pocas horas que pasarían juntos.
-No... ¿qué podía sucederme? – volviéndose, se sonrojó. Pero fue Peter el que le enseñó el arte de mentir y evadirse y tendría que culparse a él mismo cuando se diera cuenta del monstruo que creó.
-No dormiste bien anoche – la chica se quedó helada ante ese dictamen. Peter caminó hasta ella para rodear su frágil figura con sus brazos y obligarla a verlo -. Quizá te preocupa tu seguridad.
La dura musculatura de ese cuerpo soberbio la derritió, inyectándole una languidez contra la que no podía luchar. Y, conociendo esos temblores incontrolables, el arrogante Peter se sintió satisfecho. Con un largo dedo recorrió el trémulo labio inferior de la joven.
-Algún día nuestros caminos se separarán – pronosticó -. Pero ese día todavía está muy lejos de mi mente.
¡Dios bendito! ¿Sabía cuánto la hería al decirle cosas como esa? Aunque no parecía importarle. Acaso de la misma manera restallaba al látigo para mantener alerta a sus ejecutivos. Ahora murmuraba algo sobre acciones de la bolsa que la joven se negó a escuchar. No puedes comprar amor, Peter. Tampoco puedes pagarlo. ¿Cuándo vas a entenderlo?
Mientras su hambre por ella continuara latente, comprendía que estaba a salvo. Pero no la halagaba ese deseo que un día mal interpretó como cariño. Varios días al mes, que Peter dedicaba a las diversiones frívolas, los consagraba a cubrirla de atenciones. Sin embargo, Peter ni siquiera adivinó en las últimas semanas que su amante vivió un infierno y esa indiferencia probaba la fragilidad del lazo que los unía. Lali al fin emergió de la fantasía en rosa que construyó en contra de la realidad dos años antes. No la amaba. Y nunca lo haría.
-Llegarás tarde – susurró, tensa, desconcertada por el escrutinio de que era objeto. Cuando Peter decidía irse, por lo general no se tardaba.
Los sutiles dedos que descansaban sobre la espalda la apretaron todavía más y con la otra mano le acarició, con un signo de posesión, los mechones dorados que caían sobre sus hombros.
-Bella mía – entonó en sonoro italiano, inclinando su cabeza morena para saborear la humedad de los labios entreabiertos con la inherente sensualidad y la atormentada experiencia que causaron la caída de la chica.
Aguijoneada por una conciencia intranquila, se apartó antes de que él detectara el frío que la invadía.
-No me siento bien – musitó como excusa, aterrada ante la posibilidad de descubrirse.
-¿Por qué no me lo dijiste antes? Debes acostarte – la cargó en sus brazos y se tomó el tiempo necesario para llevarla al dormitorio y acomodarla sobre la cama. Estudió sus mejillas pálidas y la frágil estructura ósea y exhaló el aliento, con súbito desprecio -. Si este es el resultado de otra de tus tontas dietas, perderé la paciencia. ¿Cuándo se te meterá en la cabeza que me gustas como eres? ¿Quieres enfermarte? No toleraré tus niñerías, Lali.
-No – aceptó ella, sin captar el rastro de humor en la preocupación de Peter.
-Consulta a un médico hoy mismo – le ordenó -. Si no me obedeces, lo sabré. Se lo mencionaré a Nicolas antes de salir.
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