Saturday, July 18, 2015

capitulo 9

Vive un día a la vez le aconsejó Julia. La anciana sabía un montón de dichos y, hacía cuatro años, le pareció a Lali que podía ponerlos en práctica. Pero un día tiene veinticuatro horas y cada una se divide en sesenta minutos. ¿Cuánto tiempo transcurrió antes de que pudiera vivir cinco minutos sin
recordarlo? ¿Cuánto desde que pasaba las noches en vela, torturada por la fuerza bruta de las emociones que se obligaba a negar? Al final, construyó un muro dentro de su cabeza. Detrás, enterró dos años de su vida. Pero, a veces, se sentía medio muerta...
-¿Sucede algo?
-Alguien caminó sobre mi tumba – bromeó y, al ver a los ojos a Drew, se estremeció de forma
exagerada.
-Ahora que estás en Londres, nos veremos con mayor frecuencia – comentó Drew y le tomó la mano -. Lo que trato de confesarte, no muy bien, es que me he enamorado de ti.
Lali apartó la mano con violencia, derramando el jerez. Con una excusa, buscó en su bolso un pañuelo, pero el camarero se adelantó y limpió la mesa. Lali se quedó inmóvil, helada, deseando estar en cualquier parte menos en ese sitio, mientras Drew la contemplaba a la expectativa.
-Quería que supieras lo que siento – suspiró él.
-Yo... yo no me imaginaba... No tenía idea – fue todo lo que dijo, sin saber qué añadir.
-Supuse que lo habías descubierto por ti misma – un rayo de buen humor se transparentó en sus ojos -. Pero parece que no he sido tan obvio como creí. Lali, esto no es una tragedia. No espero nada de ti. Tampoco asumo que existe una respuesta apropiada a una declaración; discúlpame.
-Siento como si me hubiera entrometido entre tú y Annette – musitó ella, con sensación de culpa.
-Tonterías. Sólo desde que la dejé, empecé a darme cuenta de cuánto disfruto tu compañía.
-Pero si yo no hubiera estado disponible, quizá habrías vuelto con tu esposa – razonó, tensa -. Eres un excelente amigo para mí, pero...
-No trato de presionarte, Lali – le cubrió la mano con la suya -. Tenemos todo el tiempo del mundo – le aseguró tranquilo y canceló ese tema con habilidad, dándose cuenta de que prolongarlo resultaría contraproducente.
Estaban en el comedor del restaurante cuando escucharon la voz. Con un timbre oscuro, un leve acento, como miel. Al instante Lali volvió la cabeza, respondiendo a un llamado demasiado profundo. Sus ojos se abrieron por el impacto, cada uno de sus nervios se tensó. La sangre le golpeó los tímpanos y su mano tembló al colocar la copa de vino sobre la mesa.
Peter.
Oh, Dios... Peter. Su perfil, vibrante y dorado, semejante al de un gitano, se recortaba contra la luz que entraba a raudales por la ventana. Una mano bronceada se movía para ilustrar un punto a sus dos compañeros. El terrible impulso de contemplarlo resultaba incontrolable.
La brillante cabeza se movió apenas. La miró directo a los ojos. Sin expresión. Sin reaccionar. Los ojos esmeralda le quemaban el corazón, igual que una llama. Cesó su habilidad de respirar. Se quedó inmóvil mientras cada sentido que poseía le gritaba que se pusiera de pie y corriera... y que siguiera corriendo hasta dejar atrás esa amenaza. Por un momento, su pose la abandonó. Por un momento olvidó que con seguridad no la reconocería. Por un momento la paralizó el miedo.
Peter rompió el lazo de la mirada. Señaló con una mano a uno de sus compañeros, que de inmediato se levantó de su asiento con la velocidad de un lacayo bien entrenado, inclinando la cerviz ante la voz del amo.
-Te trastorné – murmuró Drew -. Debí callarme.
La joven bajó las pestañas, como una cortina. El ruido de la cuchillería y el sonido de las voces llegó a sus oídos de nuevo. Algo no había cambiado, reconoció, atontada. Cuando Peter la miraba, nada ni nadie en el mundo era capaz de atraer su atención. La transpiración le mojaba el labio superior. Peter se encontraba a menos de cinco metros. Dicen que cuando vas a ahogarte, toda tu vida se muestra ante tus ojos, pensó. Oh, se le antojaba el escondite de un lago.
-Lali...
-Me duele la cabeza – mintió, enfocando al hombre con el que comía. Si me perdonas, pediré una aspirina.
Se levantó, apoyándose en rodillas de gelatina, agradecida hasta morir de que no tuviera que pasar frente a la mesa de Peter. Aun así, salir del comedor le pareció igual que caminar por una cuerda sobre un mar infestado de tiburones. Una parte irracional de su ser esperaba que una mano cayera sobre su hombro
en cualquier momento. Sintiéndose enferma, escapó al baño más cercano.

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