Wednesday, July 22, 2015

capitulo 36

El gruñido de satisfacción de Peter todavía se repetía en sus oídos, al tocarle, en un gesto posesivo, la piel morena mojada de sudor. Preguntas absurdas se filtraron por los rincones de su mente. ¿Era tan intenso, tan profundo, antes? Recordaba la excitación que la invadía, pero no una igual que la conducía al olvido. Recordaba su hambre, pero no la que amenazaba con desbordarse sin freno. Recordaba la dulce felicidad de la satisfacción, pero no esta que le robaba el alma con su potencia.
Y también recordaba... con tristeza... que para ese entonces Peter ya estaba a medio camino para darse un baño, apartándola con una frialdad indiferente de su pasión, cuando ella quería con desesperación que se quedara entre sus brazos.
Ahora la abrazaba, como si ella en cualquier momento pudiera escapar y al descubrirlo, se enterneció. Le frotó la mejilla contra el hombro y él se estiró, como un gato, bajo sus caricias, gozando sin vergüenza de su placer físico, igual que cualquier otro miembro del reino animal.
-Tuve un sueño muy extraño – Lali rompió el silencio titubeante, temerosa de que la magia desapareciera -. No sé si fue un recuerdo.
-¿De qué se trataba? – la tensión se deslizó por su cuerpo desnudo.
-Te vas a reír.
-Te prometo que no. Cuéntamelo.
-Escribía sobre un espejo – susurró -. ¿Te imaginas eso? Nunca he escrito algo más que mi nombre, si puedo evitarlo, y allí estaba, escribiendo en un espejo.
-Sorprendente – murmuró con suavidad.
-Me asusté – continuó, casi sin aliento -. Quizá no tenga nada que ver con mi memoria. ¿Qué crees? -Creo que hablas demasiado – giró, llevándosela consigo a la parte fresca de la cama -. Y yo preferiría hacer el amor, bella mia – le mordió el lóbulo de terciopelo de su oreja y forjó un camino erótico a lo largo del arco de su cuello, que ella extendió de modo involuntario para prolongar el placer. Su cabello se desplazó por la almohada y él estudió las puntas cortadas -. Has estado usando las tijeras de nuevo.
-Y no sé por qué – le confesó, frunciendo un poco el ceño -. Iré al salón de belleza mañana.
-Alguien puede venir aquí – le propuso.
-Quiero conocer Roma.
-Un tránsito insoportable, calor agobiante, ruido y contaminación. Sin mencionar a los turistas – le plantó un beso prolongado antes que protestara y luego empezó a hacerle el amor de nuevo. Esta vez con increíble dulzura y suavidad, utilizando cada una de sus artes para enamorarla. El placer sobrepasó al placer, en capas más y más profundas de deleite. Aunque le costara trabajo creerlo, la excitó más que antes.
Una rosa blanca descansaba sobre la almohada cuando abrió los ojos. La descubrió por accidente, palpando a ciegas en busca de Peter. En lugar de él encontró una espina, gritó, se sentó y se chupó el dedo. Y allí estaba la rosa. Quiso llorar, pero le pareció demasiado cursi. El rocío todavía humedecía los pétalos. Apostó a que Peter no la cortó. Pero, de cualquier modo ese tipo tan poco romántico como él, trataba de agradarla. Al final fue esta reflexión, y no la rosa, la que le llenó los ojos de lágrimas.

El calor reducía a Lali a una languidez somnolienta. Oyó pisadas y las reconoció. Peter se hundió en el diván, a su lado con un aire inconfundible de mal humor.
Desde que el fervor marital golpeo a Catelleone, la paz, la intimidad, la organización perfecta que Peter daba por sentada, desapareció por el parloteo de las floristas y los representantes de las casas de banquetes.
-Tengo ganas de lanzarlos a la calle – admitió, enojado.
-Deseabas una gran fiesta – le recordó ella, sin tacto. -Pensé que eso era lo que tú querías – la condenó.
-Con un par de testigos y un ramo de flores me habría bastado – le confió, demasiado acalorada para escoger sus palabras.

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