Monday, July 20, 2015

capitulo 23

Observándola entre sus pestañas oscuras, le lamió la yema de cada dedo, antes de posar sus labios ardientes en el centro de la palma de la mano. Un estremecimiento de placer la recorrió y un dolor exquisito se despertó en su pelvis. Le pareció increíblemente erótico.
-¿Importa? – repitió él.
-¿Import... qué? – murmuró, alejada de todo pensamiento racional por el poder de esas sensaciones.
-¿Qué es lo último que recuerdas? – bajó la mano, pero la retuvo con ansiedad.
Con un inmenso esfuerzo, volvió a localizar los procesos mentales y fue recompensada. Recordar la respuesta le costó poco trabajo.
-Te enfermaste de gripe – anunció con satisfacción.
-La gripe – frunció el ceño y de repente la frente se le despejó, como por arte de magia -. Sí, la gripe, eso fue en mil novecientos ochenta y... -Sé en qué año vivimos, Peter – arrugó la nariz.
-Senz’altro. Desde luego. Los años mejoran, como los buenos vinos – lo miró sin comprender y él se inclinó para quitarle un mechón de cabellos rizados de la frente.
-Parece que sucedió hace mucho tiempo y no lo recuerdo con precisión... – se quejó.
-No pienses más en eso – le aconsejó Peter.
-¿Es muy tarde? – susurró.
-Casi las doce de la noche.
-Deberías regresar al hotel... ¿nos hospedamos en un hotel? – indagó, ansiosa de nuevo.
-Deja de preocuparte. Pronto recordarás todo – predijo Peter, con voz tierna -. Tarde o temprano. Y entonces nos reiremos de esto, te lo prometo.
Le acariciaba la muñeca con el pulgar. Ella alzó su mano libre para tocarle la mandíbula. Su piel morena tenía sombras azules y una textura rasposa. Con vaguedad se preguntó por qué no la besaba.
En ese departamento, Peter nunca requirió que lo alentara. Cuando regresaba de un viaje de negocios, irrumpía por la puerta, la rodeaba con sus brazos y rara vez el deseo le permitía llegar al dormitorio. Y, si permanecía con ella, le parecía que no podía cocinar, limpiar o hacer cualquier cosa sin que él la interceptara.
Le daba seguridad. La hacía sentir que en esa pasión, residía su esperanza. Sólo que a últimas fechas escuchaba una vocecilla menos optimista. Le advertía que esperar el menor compromiso de Peter respecto a futuro, se comparaba con creer en los cuentos de hadas.
-Sólo olvidé unas semanas, ¿verdad? – comprobó, descartando esos pensamientos que la volvían desconfiada.
-Nada importante – los ojos brillantes la miraron con fijeza y, sin embargo, por increíble que le pareciera, guardó su distancia.
-Peter... – titubeó -... ¿qué sucede?
-Me excitas. Dio, ¿cómo puede hacerme esto sólo con mirarme? – exhaló con súbita ferocidad -. Se supone que estás enferma.
No supo cuál de los dos cerró el espacio que los separaba, pero de repente él la apresó en sus brazos y ella metió los dedos, extática, entre las profundidades del cabello oscuro. Pero en lugar del asalto violento que su humor le hacía anticipar, le entreabrió los labios con la lengua, saboreándola, cubriéndola de sensualidad una y otra vez, hasta que la mareó y le derritió los huesos con un hambre más intensa de la que nunca había corrido por sus venas.
Con un gruñido de satisfacción carnal, Peter la levantó y, aunque el movimiento la lastimó, estaba más que deseosa de complacerlo. Apartó las mantas con impaciencia y la colocó sobre sus duros músculos, sin dejar de besarla.
La excitación vibró como un relámpago en una noche de verano. Salvaje, cálido, primitivo. Su mano abrió el alto cuello del camisón del hospital, para descubrirle los senos. El aire fresco le bañó la piel y él se apartó para que sus pupilas doradas se clavaran en la redondez de sus pechos pálidos, con pezones rosados, rígidos, que traicionaban el deseo que la estrujaba.
Ruborizándose ante esa evaluación desvergonzada, murmuró:
-Llévame al hotel.

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