Thursday, July 23, 2015

capitulo 43

-Lali... ¿qué quieres que te conteste? – inquirió -. Si pretendes que hable con honestidad, lo haré. De lo único que me arrepiento es de haberte perdido.
-No me perdiste... ¡me echaste! – sollozó.
-Correcto, si la semántica te parece tan importante, te eché – extendió sus hermosas manos -. Sin embargo, trata de entenderlo desde mi punto de vista, para variar. Me lanzas una pregunta loca una mañana, mientras desayunábamos...
-Sí, loca por completo, ¿verdad? – lo interrumpió, trémula -. Yo estaba loca de atar al pensar en que podías rebajarte a casarte conmigo.
-En aquel momento ignoraba que no existiría una corte de apelación – se sulfuró -. Así que dije una frase equivocada. Fui cruel, lo admito. Si deseabas que me disculpara, debiste quedarte conmigo porque ahora no siento ganas de pedirte perdón. Regresé al apartamento una hora después de irme. No volé a Milán. Y, ¿en dónde estabas tú?
La estrujó saber que había regresado esa misma mañana. Y se olvidó de su incipiente histeria.
-Sí, ¿en dónde estabas? – la apremió Peter, sin remordimiento -. ¡Desapareciste! Te evaporaste como una prima donna, dejando atrás todo lo que te di, como si intentaras vengarte al máximo.
Con un sollozo sofocado, Lali huyó al baño y cerró la puerta, sentándose en el tapete para ocultar la cara en sus manos y llorar como si se le partiera el corazón. El presente y el pasado convergieron y no pudo aceptar esa traición.

¡Qué estúpida fue Lali! En el instante en que Peter le pidió que se casaran, perdió el seso. Muchos detalles no encajaban en su lugar, pero prefirió suprimirlos para que nada enturbiara su felicidad. ¿Cómo podía escoger entre Bruno y Drew? Enfrentándose a la elección final de confesarle a Peter que tenía un hijo, debió cerrar su mente y proteger a la criatura.
Peter envenenaba todo lo que tocaba. Pero ahora, con tal de tenerla en su cama, aceptaría a Bruno. Hacía cinco años, el niño hubiera representado una complicación desagradable. Peter no la apreciaba como en ese momento y estaba convencida de que la hubiera persuadido de que tuviera un aborto. Pero los tiempos cambian...
Bruno era inocente y vulnerable, un pequeño con una inteligencia de titán, con frecuencia demasiado grande para que él la manejara. Una vez Peter fue un niño igual... y se convirtió en un hombre duro, semejante a un diamante. Frío, calculador, inconmovible. ¿Deseaba arriesgarse a que eso mismo sucediera con Bruno? Su hijo poseía muchas características de Peter. Se las heredó con sus genes al nacer.
Era necio, obsesivo y, si no se le guiaba, muy egoísta. Lali pasó cuatro años y medio tratando de que Bruno creciera como un chico centrado y normal, en lugar de que se separara de las actividades infantiles por juzgarlas inferiores a su mentalidad.
¡Odiaba a Peter, oh, Dios, cuánto lo odiaba! Amortajada por su soledad, se aferró al odio que representaba su única fuerza. Sofocó la sospecha de que Peter no era tan insensible como creyera y aplastó la vocecilla que se atrevía a insinuar que quizá Peter había cambiado.
¿Qué importaba que tuviera que casarse primero? Apenas aterrizara en Londres, lo abandonaría. Lo hizo antes; lo haría de nuevo y ya no sería tan tonta. Se llevaría las joyas para venderlas. Con la ayuda de ese dinero, construiría una vida nueva para ella y Bruno. Lo haría por el bien de su hijo.
La tristeza la cubrió con la eficiencia de una sábana. Él lo llamó un cierto “no sé qué”. Una cierta palabra de cuatro letras, “sexo”, hubiera sido menos impresionante, pero más precisa. Sexo. La única debilidad de Peter, muchas veces indeseada, él mismo lo admitía. Y no podía culparlo por sentir de esa manera. Debió irritarlo adquirir tanto poder y descubrir que todavía lo dominaba la lujuria por una rubia ordinaria, sin ninguno de los atributos necesarios para adornar su imagen pública.
-¿Lali? ¿Estás bien? – preguntó Peter, sobresaltándola. El silencio se prolongó -. Si no sales, destruiré la cerradura – le advirtió del otro lado de la puerta.
-La fuerza bruta es tu respuesta para todo, ¿verdad? – se puso de pie de un salto, mortificada porque se
daba cuenta de que la escuchó llorar. Se desvistió y abrió el grifo de la ducha, esperando que el sonido lo obligara a alejarse.
Sexo, pensó, despreciando a ese hombre. El más bajo denominador común. Y, después de una sequía de cinco años, su valor como hombre aumentó. De hecho rebasó los límites del mercado. A cambio de sexo ilimitado, Peter le concedía, graciosamente, reducir sus ambiciones y casarse con ella. Pues, ¡al demonio con él!
¿No debía considerarse una chica con suerte? Era atractivo, súper rico y con una potencia sexual extraordinaria. Nueve de cada diez mujeres hubieran accedido a vivir con sus defectos. Por desgracia, ella era la número diez. ¡Por desgracia para él, desde luego!
Obtendría una novia, pero no una esposa. Cuando lo abandonara, horas después de la ceremonia, le causaría un embarazo social tremendo. Y entonces escribiría “pagado” sobre la cuenta pendiente. Enojarse no la llevaba a ninguna parte; vengarse le devolvería su dignidad.
Se secó y volvió al dormitorio, convertida en una mujer con una meta, en una mujer que había decidido no ser la víctima de nadie.

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