Tuesday, July 21, 2015

capitulo 33

-¿Qué te pareció el doctor Scipione? – inquirió, sorbiendo su café.
-Muy amable. ¿Es un médico de la localidad?
-Vive en Roma – alzó la ceja -. Se le considera una autoridad mundial en el tratamiento de la amnesia.
-Oh – Lali casi se ahoga -. Y yo le hablé como si fuera un don nadie.
-Lali, una de tus cualidades más importantes, consiste en tu habilidad de tratar a todos, desde una sirvienta hasta una eminencia, del mismo modo – murmuró, acariciándole los dedos de pronto -. Por lo menos concordemos en que tus modales son mucho mejores que los míos. A propósito – sonrió -, tienes que firmarme unos papeles antes de que nos casemos. Nos encargaremos de eso ahora.
Lo acompañó a la biblioteca, cubierta de libros del suelo al techo. Se descontroló cuando vio el montón de documentos que Peter levantaba de la mesa.
-Este es el... – le tendió una pluma fuente, pero ella no absorbió la explicación. Le pareció como el ruido del agua en sus oídos -. Firma aquí – con el dedo le indicó el sitio exacto.
-¿Sólo f-firmo? – tartamudeó, observando el papel, una mancha gris y blanca. La aterraba que hubiera algo más que hacer y que él no lo hubiera mencionado porque asumía que podía verlo y leerlo por sí misma.
-Sólo firmas.
Escribió despacio y con cuidado.
-¿Es todo? – luchando por esconder su alivio al verlo asentir, le entregó el documento -. Una vez me dijiste que nunca debía firmar algo antes de leerlo – bromeó, insegura.
-Era más obtuso que ahora – la estudió. La tensión que se marcaba en sus delicadas facciones empezaba a borrarse, pero una mano todavía le temblaba de modo perceptible -. Está escrito en italiano, cara – le indicó, con mucha suavidad.
-Realmente no le presté atención – replicó, torpe. Antes que pudiera volverse, él le posó las manos sobre los hombros.
-Creo que hay algo más – prosiguió en voz bajísima -. ¿No piensas que ya es tiempo de que dejemos de jugar a engañarnos? Te des cuenta o no, ha causado muchos malentendidos entre nosotros.
-¿A qué juego te refieres? – palideció como un cirio.
-¿Por qué supones que escojo lo que comes cuando cenamos afuera? – suspiró.
-S-soy muy indecisa; así ahorras tiempo – musitó, tratando de alejarse, pero él se lo impidió.
-¿Y no me importa que no escojas lo que te gusta? – la regañó -. Lali, descubrí que tenías dificultades para leer desde la primera semana que pasamos juntos en Londres. Observé todas esas dolorosas estratagemas y, debo admitirlo, me impactaron.
Quiso que la tierra se abriera y se la tragara. Los ojos se le llenaron de lágrimas y no pudo hablar. Lo único que deseaba era huir, pero sus brazos la apresaron como una banda de acero.
-Nos enfrentaremos a este problema de forma abierta – le informó Peter, sin alterarse -. ¿Por qué no me dijiste desde un principio que eras disléxica? Porque te avergonzabas de tu enfermedad y yo no quise herir tus sentimientos, así que fingí contigo. Como ignoraba la verdadera situación, esperaba que le pusieras remedio.
-¡No puedo! – exhaló -. Hicieron hasta lo imposible en la escuela, pero jamás lograré leer bien.
-¿Crees que no lo sé ahora? ¿Y quieres dejar de tratar de alejarte de mí? – se impacientó, sofocando los intentos de la joven con sus firmes manos -. Ahora comprendo que eres disléxica, pero en aquel entonces...
-Concluiste que era iletrada – sollozó cuando Peter se interrumpió -. No te perdonaré esta humillación. -Me vas a escuchar – la mantuvo inmóvil -. Admito mi culpa, por escoger el camino más fácil. Lo que me disgusta, lo borro de mi vista. Debí tratar de ayudarte; pero tú debiste confesarme la verdad – la censuró.
-¡Suéltame! – se sulfuró, temblando con su llanto.
-¿No entiendes lo que te digo? – la sacudió un poco para que reaccionara -. Si lo hubiera sabido, o comprendido, no me habría enojado cuando no te esforzabas por mejorar esa situación. ¿Me explico?
-Sí. ¡Te avergüenzas de mí! – lo acusó desesperada.

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