Quien quizás lo haría sería el príncipe árabe que según Rocio, era el padre de su hijo. Lali no había creído esa historia, y mucho menos cuando Rocio insistió en que el niño sería rey algún día. Lo más probable era que el padre fuese un magnate árabe, el viejo aquel del yate que Rocio había cometido la indiscreción de mencionar. ¡Por Dios, cómo iba a ser príncipe!
-¡Al agua, pato! -le dijo a Ben, llevándolo al cuarto de baño del dormitorio infantil.
-¡Barcos! -exclamó el niño con satisfacción, corriendo a agarrar la bolsa de red que contenía los ju-guetes para el baño-.
-Ben juega con barcos. -y después, a cenar.
-Te quiero -dijo Ben, abrazándose con fuerza a las piernas de su tía.
Lágrimas de rabia hicieron que a Lali le escociesen los ojos al pensar en lo tonta que había sido espe-rando una respuesta del banco suizo. No tenía ninguna posibilidad de tener la custodia de Ben. Tenía que hacerse a la idea de que lo perdería. ¿Por que no se resignaba de una vez?
Se hallaba acostando al niño cuando sonó el teléfono, sobresaltándola. Desde la muerte de Rocio, las llamadas se habían hecho progresivamente más escasas. -¿Sí? -contestó.
-Deseo hablar con la señorita Mariana Esposito -anunció una profunda voz masculina con marcado acento extranjero.
-Soy la señorita Esposito, pero... -estuvo a punto de preguntar por cuál de las dos preguntaban, pero la interrumpieron.
-Por favor, esté usted dispuesta a las diez de la mañana para mi visita. Es mi deseo hablar del futuro de Benedict. Le aviso de que si hay alguien más presente en el piso antes de mi llegada, la visita no tendrá lugar.
-¿Qué... qué dice? -dijo Mariana, aturdida, pero antes de que pudiese formular la pregunta, el hombre ya había colgado.
Perpleja, intentó analizar lo que había oído. ¿Era el padre de Ben? ¿Quién más desearía hablar del futuro del niño con ella? ¿Cómo se habría enterado del fallecimiento de Rocio? ¿Quizás el banco suizo le había hecho llegar discretamente la carta que ella había enviado, aunque oficialmente , la entidad financiera se negase a ayudarla?
Lo más probable era que fuese el padre de Ben, por su solicitud de discreción, aunque si el hombre aquel que lanzaba órdenes como un sargento era un marido atemorizado, ¡desde luego no querría tener que vérselas con uno lleno de confianza!
Aquella noche, Lali casi no pudo dormir pensando en los planes que tendría el hombre para su hijo secreto. Dio vueltas y vueltas pensando si lo mejor sería llevar su uniforme de niñera y mostrarle su excelente currículum para así dar la mejor impresión posible. Pero finalmente descartó la idea, ya que deseaba que él supiese el vínculo de sangre que la unía al pequeño, por más lejano que este fuese. Si era un hombre rico y poderoso, lo más probable era que, al ver el uniforme, la tomase por una mera asalariada sin ningún derecho.
Decidió entonces ponerse su único traje de chaqueta y escuchando con humildad, en, vez de intentar imponer sus puntos de vista. Hizo un esfuerzo por recordar lo poco que Rocio le había dicho sobre el hombre que la había dejado embarazada. «El hombre más bueno del mundo», había dicho. ¿Era él quien era bueno o se trataba del millonario argentino con el que salió después? ¿O el argentino había sido anterior la concepción de Ben?
Lali se ruborizó al pensar en todos los líos amorosos de su prima. Pero el tema era que Rocio era pre-ciosa y seguro que le resultaba difícil elegir un hombre, especialmente cuando todos parecían tener una esposa escondida por algún sitio. Recordó con dolor una vez que intentó predicar un poco de moral y Rocio le había lanzado una mirada triste antes de decir:
-Lo único que quiero es que alguien me ame.
Pero luego había estropeado el efecto al añadir-¿Qué tiene de malo que le pertenezca a alguna otra mujer? ¿Crees que ella se lo pensaría dos veces si estuviese en mi lugar? ¡El mundo es duro!
A las nueve de la mañana siguiente, Lali se hallaba preparada para la visita. La casa relucía porque se había levantado a las seis para asegurarse de quitar hasta la última mota de polvo. Con un traje azul marino, una blusa blanca, zapatos planos y el cabello rubio recogido en un moño serio que parecía darle un aspecto más maduro, Lali se miró al espejo con ojo crítico. Luego recordó las gafas para vista cansada
que usaba cuando era estudiante y las buscó para ponérselas. Sí, se dijo con satisfacción, podría pasar por una sensata mujer de treinta años. No mentiría si le preguntaban la edad, pero lo más seguro era que no lo hiciesen.
Maaasss
ReplyDeletemas novela
ReplyDeletemass
ReplyDeletenovela
ReplyDeletemas ♥
ReplyDeletesube mas porfavor
ReplyDelete