Wednesday, April 29, 2015

capitulo 4

Sin aliento, Lali se quedó en el suelo, intentando respirar mientras pensaba que aquel hombre le había salvado la vida. Cuando levantó la mirada, se encontró con una piel de bronce y unos exóticos ojos de color verdes, muy brillantes.
Tenía la ropa empapada, pero lo que le importaba en aquel momento era saber por qué esos ojos le resultaban tan familiares. De niña había visitado un zoo en el que había un león en su jaula, furioso y frustrado. Con los ojos brillantes, desafiando a todo aquel que osara mirarlo, el animal paseaba por su humillante celda con una dignidad que a Lali le había roto el corazón.
—¿Se ha hecho daño? —preguntó él, con una voz ronca de profundo acento mediterráneo que le produjo escalofríos.
Lali negó con la cabeza. El hecho de que la hubiera aplastado contra el arcén lleno de nieve no tenía importancia en comparación con esos ojos. Tenía las pestañas muy largas, un rostro angular y muy masculino que poseía una belleza hipnótica.
Peter observó los ojos más cafe que había visto nunca. Estaba convencido de que no podían ser de verdad de ese color chocolate y sos-pechaba también del pálido cabello rubio que enmarcaba su rostro ovalado.
—¿Qué demonios hacía en medio de la carretera?
—¿Le importaría apartarse? —murmuró Lali.
Peter se apartó musitando algo en su idioma. No se había dado cuenta de que estaba encima de la mujer responsable de la destrucción de su coche. Cuando tomó su mano para ayudarla a levantarse, se le ocurrió un pensamiento extraño: tenía la piel tan blanca, suave y tentadora como la nata.
—No estaba en medio de la carretera... temí que pasara de largo sin verme —explicó Lali, temblando de frío.
El hombre era altísimo, tan alto, que tenía que echar la cabeza hacia atrás para hablar con él.
—Estaba en medio de la carretera —insistió Peter—. Tuve que dar un volantazo para no atropellarla.
Lali miró el coche, que seguía ardiendo. Era evidente que en poco tiempo sólo quedarían un montón de hierros quemados. Era un modelo de-portivo y, seguramente, muy caro. Y que intentase culparla por el accidente la hizo sentir un escalofrío de ansiedad.
—Siento mucho lo de su coche —se disculpó, para evitar conflictos. Habiendo crecido en una familia con fuertes personalidades, estaba acos-tumbrada a asumir el papel de pacificadora.
Peter miró los patéticos restos de su Ferrari, que sólo había conducido dos veces, y luego miró a la chica. Su ropa era vulgar, barata. De mediana estatura, era lo que su padre habría llamado una «chica sana» y lo que sus delgadísimas amigas, que disfrutaban metiéndose unas con otras, habrían descrito como «gorda». Pero entonces recordó lo femeninas que le habían parecido sus curvas mientras estaba tumbado sobre ella y sintió un
escalofrío de deseo.

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