Wednesday, April 29, 2015

capitulo 7

Peter estaba colocando troncos en el centro del granero. De nuevo, se sintió impresionada por su rapidez y eficacia. Era un hombre de recursos, pensó. No se quejaba, sencillamente hacía lo que tenía que hacer. Desde luego, había elegido a un ganador para quedarse tirada en la carretera.
Lali lo estudió, admirando el elegante corte de pelo, el carísimo y bien cortado traje gris que llevaba, con una camisa oscura y una corbata de seda. Parecía un ejecutivo, un hombre sofisticado, el tipo de hombre con el que le habría dado reparo hablar en circunstancias normales.
—Tenemos un pequeño problema... yo no fumo.
—Ah, creo que puedo ayudarle —se ofreció Lali, sacando un mechero del bolso—. Yo tampoco fumo, pero pensé que mi futuro jefe podría fumar y... bueno, no quería mostrar una actitud de censura.
Mientras escuchaba aquella sorprendente declaración, Peter descubrió que aquella chica no era la menos atractiva que había conocido en su vida. Todo lo contrario. En el interior del granero, su pelo rubio parecía casi de plata en contraste con el cuello oscuro del abrigo. Tenía las mejillas coloradas y los ojos brillantes. Estaba sonriendo y cuando sonreía todo su rostro se iluminaba. Perdida dentro de su abrigo, le resultaba extrañamente atractiva...
—Tome —dijo ella, ofreciéndole el mechero.
—Efjaristó —se lo agradeció Peter, preguntándose por qué le gustaba esa extraña. Era rubia y más bien bajita, cuando a él le gustaban las morenas de piernas largas.
—Parakaló... de nada —contestó Lali, moviendo los pies para entrar en calor—. ¿Es usted griego?
Peter la miró, sorprendido.
—Sí.
Iba medio desnuda debajo de su abrigo, por eso la encontraba atractiva, se dijo a sí mismo, intentando apartar la mirada.
—A mí me encanta Grecia... bueno, sólo estuve una vez, pero me pareció un país precioso —siguió Lali—. Está usted acostumbrado a hacer fuego, ¿no?
—Pues no —contestó él, cortante—. Pero no hay que ser Einstein para hacer una hoguera.
Lali se puso colorada. Y cuando Peter vio su expresión fue como si le hubieran dado una patada en el estómago. ¿Desde cuándo era tan grosero? ¿Por qué no la trataba con un poco más de delicadeza?
—Perdone. Soy hombre de pocas palabras, pero es usted buena compañía —le aseguró.
Sonriendo como una colegiala, ella metió las manos por las mangas del abrigo.
—¿De verdad?
—De verdad —murmuró él, sorprendido y casi conmovido por su respuesta al más simple de los halagos.
La pobre tenía tanto frío, que sus escalofríos eran visibles. Cuando la leña empezó a arder, Peter estiró su metro noventa y cinco y se acercó.
—Hay una petaca en el bolsillo izquierdo. Tome un trago o se quedará helada.

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