Tuesday, July 14, 2015

capitulo 41

-Te referías a Belen-dijo Peter, mirándole el ruborizado rostro con airado desdén.
-Lo que intentaba decir., torpemente -reconoció Lali, profundamente molesta- es que no podría te ner un hijo con alguien que habla de tener una relación sin emociones. Tengo sentimientos...
-Entonces, respeta los míos -dijo Peter, furioso
Cuando él salió del comedor de cuatro zancadas, Lali intentó recuperar el aliento, pensando en lo tonta que había sido atacándolo con un tema que no debería haber tocado nunca. Estaba claro que, después de cinco años, Peter no se había recuperado del daño que le había hecho Belen.
Un par de horas más tarde, cuando perdió la esperanza de que Peter volviese, subió a la planta de arri-ba y, sobre la cama del dormitorio que intentaría considerar como de los dos, encontró una gran pila de regalos exquisitamente envueltos con un tarjeta en la que Peter había escrito su nombre. Un peso le oprimió el corazón.
El primero era un pequeño paquete que contenía su perfume favorito, el que siempre llevaba. Lanzó una ahogada exclamación de sorpresa. El segundo era un lujoso estuche de joyas que contenía un delicado reloj de oro engastado en diamantes. Hizo un esfuerzo por tragar, tocando su reloj de acero, cuya pulsera se le desabrochaba a cada rato. El tercero y más grande de los paquetes contenía un hermosísimo neceser antiguo de palo de rosa lleno de recipientes con tapones de plata y una serie de utensilios fascinantes. Se lo quedó mirando, incrédula. El cuarto paquete era un bolso de piel, similar al que ella usaba siempre, pero de mucha mejor calidad. Y el quinto era un cofre dorado lleno hasta rebosar de... trufas chocolate.
Con las piernas temblorosas, se dio cuenta de que estaba casada con un hombre que sabía perfectamente cómo halagar a alguien. Se sentó en la espesa alfombra junto a la cama y comenzó a comerse las trufas de chocolate. Si hubiese sido paranoica, habría pensado que él le había comprado todas. Aquellas cosas para hacerla sentir la mujer más odiosa del mundo. Pero no era paranoica.
Aquellos regalos le decían tanto de él, pensó, mientras se comía las trufas, todavía deslumbrada por su extravagancia. Era increíblemente observador y detallista. Seguro que se había dado cuenta de cómo ella tenía que abrocharse una y otra vez el cierre del reloj, se había fijado en el nombre de su perfume, incluso recordaba el color y la forma de su bolso, aunque le parecía que se lo había visto una sola vez. Sin embargo, no sabía dónde se había enterado de que le fascinaba coleccionar antigüedades victorianas. Había sido tan generoso, tan delicado al elegir regalos que le gustarían a ella, que se sintió conmovida, pero también terriblemente avergonzada.
Un hombre que odiaba a las mujeres no demostraría tanta consideración. No, se trataba de un hombre que simplemente no confiaba en ellas, y tenía motivos para no hacerlo. Un hombre que había aprendido a esconder su verdadera naturaleza bajo una fría fachada. Un hombre que, sin embargo, le había mandado rosas, llamado por teléfono diariamente y hecho un montón de compras para ella. Sonrió a través de las lágrimas que le corrían por las mejillas.
¿Un matrimonio de conveniencia? Pues, si tenía en cuenta que lo había chantajeado para que se casase con ella y luego lo había convencido de que permaneciesen casados por el bien de Ben, no tenía derecho a pedir más. Si él tenía que conformarse con menos de lo que quería, ella también podría hacerlo. Se preguntó cuánto tardaría él en volver a llamarla ma belle, y si alguna vez volvería a hacerlo...
      Peter cerró la puerta detrás de sí y se quedó petrificado por la sorpresa. Iluminada por la luna que se filtraba por la ventana, Lali dormía sobre la alfombra. La rodeaba un círculo de envoltorios de trufas y se vería que tenía la nariz enrojecida y las pestañas todavía húmedas. Un inesperado ramalazo de ternura lo recorrió al verla tan pequeña y triste. La levantó y la puso sobre la cama para bajarle luego la cremallera y quitarle el arrugado vestido.
Tenía tan poco tacto, carecía totalmente de todas las artes femeninas de la persuasión, y ello lo fascinaba. A él le habían enseñado desde pequeño a no hablar nunca sin pensar antes, a no bajar nunca la guardia y a no perder el control jamás. Pero hasta que Lali, envuelta en una toalla rosada, irrumpió en su plácida existencia, su autodisciplina nunca había sido puesta a prueba. Después de todo, quienes lo rodeaban no lo criticaban ni le llevaban la contraria, y las mujeres siempre estaban dispuestas a complacerlo.
Solo Lali se había atrevido a imponer exigencias. La recordó de pie ante la mesa del comedor, des-pachándose a gusto contra él, sin percatarse de Basmun que, azorado, intentaba retroceder apresurado con una pesada bandeja que llevaba de la cocina. Tenía mucho que aprender. Aunque su padre había pedido en reiteradas ocasiones conocer a su nueva nuera, Peter sentía que no podía arriesgarse a una confrontación. El concepto de la mujer contemporánea que tenía su padre llevaba al menos medio siglo de retraso.
 Lali se despertó con un suspiro adormilado y enfocó su mirada en Peter. La luna iluminaba su ne-
gro pelo, se reflejaba en el espejo de sus ojos esmeralda, resaltaba los ángulos de sus mejillas...
-¿Dónde has estado? -le preguntó, sentándose de golpe.
-Trabajando en mi despacho...
-Ni se me ocurrió buscarte allí. Pensé que habrías salido...
-No hay dónde ir cerca de Anhara.

2 comments:

  1. mas tierno peter dandole esos regalos, esta hasta las manos con lali y no quiere darse cuenta

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