Monday, November 23, 2015

capitulo 13

Pero para ella era real. Y no había ninguna razón para no pasarlo bien.— Enseguida, el lunes por la mañana, volvería al trabajo, a su relación jefe—empleada.
—Es preciosa, gracias.
Cuando sus ojos se encontraron le pareció que los de Peter brillaban de forma extraña, pero el brillo desapareció enseguida... si había existido alguna vez.
El dio un paso atrás y le hizo un gesto con la mano.
—Por favor.
Una vez dentro de la limusina, sentados uno al lado del otro, señaló una botella de champán.
—¿Quieres una copa?
—Sí, gracias.
Peter sirvió dos copas. Lali no solía beber y normalmente no lo haría en un coche mientras se dirigía a un evento en el que, probablemente, les servirían más alcohol, pero aquella era una noche especial. Y estaba nerviosa. A lo mejor un sorbito de champán podría calmarla.
—Gracias por venir conmigo. Me siento un poco más relajado que si fuera solo o con una extraña.
Las citas de Peter siempre eran con «extrañas», pero parecía intimar mucho con ellas.., hasta el punto de invitarlas a dormir en su casa.
Lali tomó un sorbo de champán para olvidar aquel pensamiento deprimente. Peter Reynolds estaba enamorado de su trabajo.
Y su vida personal no era asunto suyo. Sólo su vida profesional, de nueve a cinco. Y, a veces, algún evento como el de aquella noche. Pero, además de eso, Peter podía hacer lo que le diera la gana con su vida y a ella no tenía por qué importarle.
—Esto no es un favor —le aclaró—. Es parte de mi trabajo.
—Sí, pero no tenías por qué venir. Podrías haber dicho que tenías algo que hacer, que tenías una cita...
Podría haberlo hecho si se le hubiera ocurrido. Pero no se le ocurrió.
Fueron en silencio hasta el hotel Four Seasons y entraron del brazo en el elegante vestíbulo, donde unos carteles indicaban que la cena benéfica tendría lugar en el Salón de la cuarta planta.
Una vez en el ascensor, Peter puso una mano en su espalda. Cuando lo miró, le pareció que tenía una expresión extraña, pero no quiso preguntar.
Las mesas del salón donde tendría lugar la cena, para doce comensales cada una, estaban cubiertas con finos manteles de hilo blanco. La vajilla era elegantísima y las copas de un cristal muy fino. Al fondo del salón había una tarima con un atril y un micrófono.
Al ver el micrófono que tendría que usar para dar su discurso, Peter se pasó un dedo por el cuello de la camisa, como si la corbata le cortase la entrada de aire.

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