Monday, November 23, 2015

capitulo 17

Oh, no, no, no.
—Eres claustrofóbico
¿Cómo iba a ser claustrofóbico? ¿Y cómo podía ella no saberlo?
Llevaba dos años trabajando para él. Sabía cuál era su comida favorita, sus colores favoritos, sus películas favoritas, sus calzoncillos favoritos... ¿Cómo podía no saber que era claustrofóbico?
—Sólo un poco.
Lo había dicho tan bajito que Lali apenas le oyó. Y entonces se dio cuenta de que aquello era serio.
—Muy bien, no te asustes —murmuró, acercándose para frotar sus brazos—. Enseguida volverá la luz y podremos salir de aquí. Hasta entonces, ¿por qué no me cuentas desde cuándo tienes este problema?
—Desde siempre. Desde que era pequeño
—contestó él—. ¿No hace calor aquí? Aquí hace mucho calor.
Peter intentó quitarse la chaqueta aunque, en su opinión, la temperatura no había variado en absoluto.
—Espera, deja que te ayude —murmuró, ayudándole a quitársela—. ¿Y qué sueles hacer cuando estás confinado en un espacio pequeño?
Si podía hacer que hablase a lo mejor así olvidaba dónde estaban. Incluso podría encontrar la forma de calmarlo hasta que volviese la luz.
—¿Volverme loco? —rió él, nervioso—. ¿Desmayarme? ¿Ponerme a gritar?
Aquella era una faceta de Peter que no había visto antes.
Sí, era un poquito raro, un típico mago de los ordenadores, más pendiente de los programas que creaba que de si iba peinado o si había leche en la nevera. Pero, aparte de alguna ocasión en la que tenía que hablar en público, era una persona tranquila, compuesta.
Y tan guapo que una podría desmayarse. Y estaba en forma, además. Mucho más en forma de lo que podía esperarse de alguien que pasaba quince horas diarias delante de un ordenador. Trabajaba como si tuviera una misión, como si supiera exactamente lo que tenía que hacer y cuáles eran los plazos.
Lo que no sabía era que Peter sufriera claustrofobia.
—No, no, no —seguía diciendo, mientras volvía a golpear los botones—. Vamos a morir aquí.
Lali se mordió los labios para no soltar una carcajada.
—No vamos morir. Ven, vamos a sentarnos un momento.
Tomándolo del brazo, Lali consiguió sentarlo en el suelo, pero él se tapó la cara con las manos.
—No me siento bien. Creo que voy a vomitar.
—No pasa nada, Peter —murmuró ella, acariciando su cara—. Cierra los ojos.
—¿Qué?
—Si cierras los ojos no sabrás si hay luz o no. Podemos hablar como si estuviéramos en casa y, antes de que te des cuenta, allí es exactamente donde estarás.
Peter soltó una risita amarga.
—No creo que funcione.
—No lo sabrás hasta que no lo intentes.
Respiraba con dificultad y podía sentir que estaba temblado.
—Estamos en tu despacho —empezó a decir Lali, como si quisiera hipnotizarlo— . Trabajando en la última versión de Soldados de poca fortuna, cortando cabezas y ayudando a damiselas en apuros. A los niños les encantará.
—Demasiada violencia. Debería ser más consciente de que eso es malo para los niños.

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