Sunday, November 22, 2015

capitulo 6

Entonces oyó la puerta y suspiró, aliviado. Ahora podía concentrarse en su programa en lugar de lidiar con cosas menos importantes.
Pero cuando salió del despacho vio a Lali intentando entrar en la casa con un montón de bolsas.
—¿Qué es eso?
Ella levantó la mirada y sopló para apartarse el flequillo de la cara.
—Podrías echarme una mano, ¿no?
—Ah, perdona.
Peter pasaba más tiempo con ordenadores que con personas y Lali sería la primera en decir que, a veces, no era precisamente atento. Pero era un tipo estupendo.
—Parece que has comprado muchas cosas.
—Más de las que te puedas imaginar —sonrió ella, quitándose la chaqueta.
Llevaba una blusa blanca muy recatada, pero podía ver la silueta del sujetador negro que llevaba debajo... y eso no lo ayudó nada.
A Peter se le hizo un nudo en la garganta. Pero un momento después, decidió que era absurdo explorar cosas que él no debía explorar.
Lali era una belleza, sin duda. Desde que se conocieron, cuando la entrevistó para el puesto de ayudante personal, le había fascinado su largo pelo negro, su piel de porcelana, los brillantes ojos castaños.
Por supuesto, no había ninguna posibilidad de que hubiera algo entre ellos. Peter jamás tendría una relación seria con una mujer y mucho menos con alguien que trabajaba para él. No quería ser como su padre, no tenía intención de hacer infeliz a nadie. Y su padre había hecho muy infeliz a su madre. Ya él.
Pero había contratado a Lali a pesar de su atracción por ella, sencillamente porque era la mejor candidata. Sabía de informática casi tanto como él, era una buena secretaria y tenía una voz que haría que un santo cayera de rodillas.
De modo que si se quedaba mirando esos labios rojos como hipnotizado o tenía que tomar una absurda cantidad de duchas frías cuando ella se iba a casa, era culpa suya por contratarla. Pero merecía la pena.
—¿De qué te ríes? —le espetó ella.
—¿Yo? De nada.
—Cuando lleguen las facturas no te reirás, amigo.
Peter se encogió de hombros.
—No creo que sea para tanto.
Ella levantó una ceja.
—A ver, deja que me presente. Soy la mujer a la que has dado carta blanca para comprar lo que quisiera. Y sé cuánto dinero tienes en el banco. ¿Tú qué crees?

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