Monday, June 15, 2015

capitulo 10

Entre un sorprendente sopor y aquellos recuerdos, Lali empezó a calmarse con aquellos dedos fríos firmes entrelazados con los de ella. Sintiéndose inexplicablemente relajada, se abandonó a un sueño profundo.
Lali se despertó con el trino de los pájaros. Levantó las oscuras pestañas y no vio un techo, sino una cúpula de preciosas vidrieras. Se sentó con un gemido le esperaba otra sorpresa. No estaba sola. Tres jovenes con sonrisas radiantes estaban arrodilladas en total silencio en la alfombra.
—¡Estás despierta, sitt!
Una de ellas se levantó con gracia y alzó con timidez sus preciosos ojos almendrados hacia ella. Su esbelto cuerpo estaba cubierto con un corpiño colorido y ajustado y una falda de vuelo, los pies calzados con zapatillas bordadas de pedrería y las joyas de oro tintineaban a cada uno de sus movimientos.
—Soy Zulema. Nos han elegido para servirte. Muonor, pero sólo yo hablo que hablo inglés muy o
bien?
La pregunta debía haber sido porque Lali la estaba mirando con la boca abierta.
Lali inspiró mientras contemplaba la fabulosa habitación y después bajaba la vista hacia la túnica de seda blanca transparente que misteriosamente llevaba encima.
—Hablas inglés maravillosamente, Zulema —murmuró con debilidad.
—Te prepararé un baño, sitt. Debes desear estar fresca. Has tenido un largo viaje, pero debe ser excitante viajar en avión. Una vez viajé a Londres con la princesa Belen —la fina cara animada de Zulema se nubló de forma abrupta y bajó la brillante cabeza oscura.
¿Belen? ¿Quién sería la princesa Belen, la tía, la hermana, la mujer o la madre de Peter?
Lali no sabía nada de su familia.
Mientras Zulema apremiaba a las otras chicas para que se pusieran en movimiento, Lali se fijó en lo contentas que parecían y en las miradas de fascinación que le dirigían. ¿Serían doncellas o su conexión con Peter sería de naturaleza más íntima? Después de todo, ninguna de ellas llevaba suficientes ovas de oro como para hundir el Titanic. Dios santo, Peter la había instalado en su harén como había prometido. ¡Y la había drogado para mantenerla allí la noche anterior!
¿Que sería lo que había bebido? Ella nunca había conseguido dormir cuando le daba un ataque de migraña. Y ahora mismo se encontraba traumatizada. El sonido del agua corriente llegaba desde una puerta abierta de par en par.  Lali se levantó bruscamente de la cama y Zulema soltó un gemido y se adelantó a ofrecerle unas babuchas como si la alfombra de seda no fuera suficientemente suave.
«Por favor, por favor, déjame sola», hubiera querido rogar. Pero Zulema alzó la vista hacia ella con una horrible mirada de embarazo y casi de servilismo como si fuera algún tipo de diosa en vez de una mujer corriente.
—La bañaremos, sitt.
Lali, que encontraba hasta los aseos comunes de las piscinas una mortificación, quedó aturdida ante la sugerencia.
—No hace falta que me sirvas, Zulema.
—Pero tú eres la única... la que debe ser servida —protestó Zulema con ansiedad.
¿La que qué?, casi gritó Lali recordando la frase del aeropuerto.
—De donde yo vengo, no acostumbramos a compartir los cuartos de baño.
Zulema se rió y compartió deleitada con las otras su bárbaro deseo de intimidad.  Lali aprovechó la confusión para escabullirse al cuarto de baño y cerrar la puerta tras ella. El equipo ultramoderno la tranquilizo. La habitación, forrada de madera de cedro y plata le había dado la impresión
de retroceder a los cuentos de las Mil y una Noches. Se quitó la túnica y se metió en el baño con la rigidez de una virgen puritana invita a una orgía. Se frotó con vigor lo antes que pudo.

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