Monday, June 15, 2015

capitulo 9

—¿Un reto? Cuando hayas descansado lo suficiente te sentirás más dispuesta a amoldarte a las nuevas circunstancias. Ya no estarás más sola.
—¡Me gusta estar sola!
—¡Tienes miedo a darte a ti misma!
—¡No pienso darte nada a ti!
Fue un grito de desesperación. De repente, sin previa advertencia, las lágrimas le empañaron los ojos y se cubrió la cara con las manos temblorosas.
Un par de fuertes manos la apartaron de la pared en la que estaba apoyada.
—¡No! —gritó con horror.
Las manos la alzaron del suelo y clavó la vista en aquel par de ojos esmeralda enmarcados por espesas pestañas como el ébano más largas que las suyas.
— Deja de luchar contra mí.
—Bájame —gimió ella con debilidad.
—Sss —susurró él con suavidad—. La rendición puede ser el placer más dulce para cualquier mujer. Has nacido para doblegarte, no para luchar.
Ella cerró los ojos acuosos sintiéndose demasiado enferma como para luchar. Dos años atrás se había gastado hasta el último penique en un viaje a Canadá a casa de su tía para escapar de él. Como una drogadicta, había tenido síntomas de abstinencia como noches de insomnio, pérdida de apetito, cambios de humor y lo que era peor, la temerosa convicción de que tenía una vena de masoquismo igual que la que su martirizado madre había mostrado ante el voluble de su padre.
Peter la estaba llevando en brazos sin ningún esfuerzo aparente. Sentía el aroma de él tan cerca...
limpio, cálido, intensamente masculino. Nunca habían estado tan cerca antes. Pero ella se había preguntado muchas veces cómo se sentiría en sus brazos. Ahora que estaba impotente en ellos, le gustó para su horror. Le gustó el hecho de que él tomara el mando, le gustó la suave y rica sensación de sus ropas contra su mejilla, la masculina fuerza desnuda de él, el regular latido de su corazón. Se le escapó un gemido que no tenía nada que ver con la migraña.
Un clamor de ansiosas voces femeninas en árabe la recibió cuando la tendieron en la cama. Una mano fría se posó en su frente.  Peter. Una parte de ella deseaba retener el contacto y eso le hizo sentirse peor que nunca. Él la levantó.
—Bébete esto...
Lali tomó la infusión de hierbas sintiéndose más débil que un gatito y abrió un instante los párpados. Dos mujeres jóvenes arrodilladas en una alfombra cercana a la cama la miraban con la misma expresión de preocupación y fascinación. El melodrama había nacido en Arabia, pensó.
—Ahora vendrá el doctor —Peter le retiró el fiero mechón de rizos de la frente empañada en sudor. Su mano no era del todo firme—. Cierra los ojos y relájate. La tensión te aumentará el dolor.
¿Relajarse? La asaltó una oleada de angustia.  Peter la había llevado a su harén. Aquellas debían ser sus mujeres. Esposas, concubinas. Oh, Dios bendito, ¿qué importaba lo que fueran? El seguía siendo un hombre con doscientas mujeres jóvenes y bonitas a sus disposición... regalos de su padre.
Datar había hecho un comunicado oficial quejándose al gobierno británico cuando cierta prensa amarilla había difundido lo que los dataris consideraban asuntos muy privados. Las relaciones diplomáticas se habían cortado durante seis meses y los contratos que debían haber firmado con empresas británicas, habían sido hechos con otras. Desde entonces, la prensa había tenido mucho tacto con la vida sexual del exótico príncipe coronado de Datar.
Peter se había puesto furioso cuando ella le había echado en cara el mismo asunto. El que una mujer se hubiera atrevido a mencionar aquel tema innombrable, por no mencionar el hecho de que se hubiera atrevido a juzgar su moral, le había producido tal incredulidad que había olvidado hasta la última
palabra en inglés. Así que le había soltado una arenga furiosa en su propio idioma antes de salir como una tromba dejándola llorosa, vacía y amargada.

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