Sunday, June 14, 2015

capitulo 3

Lali alzó la vista y se encontró con la mirada interrogante de un pequeño caballero árabe con barba de chivo.
—Soy Mustafá...
—La... la... las metralletas.
—Era sólo una salva de bienvenida de los guardias de palacio. ¿Le asustaron? Por favor, acepte mis disculpas en su nombre.
—Oh... —se sintió absurda y se sonrojó—. ¿Los guardias de palacio? —con los ojos como platos miró al hombre —. ¿No es esto mi hotel?
—Lo cierto es que no, doctora Esposito. Esto es el palacio real —esbozó una sonrisa de diversión —. El príncipe Peter pidió que la trajéramos aquí sin demora.
—¿El príncipe Peter? —repitió ella con voz estrangulada.
Pero Mustafá ya se había dado la vuelta hacia la ornamentada entrada de arcos claramente esperando que le siguiera.
El director del aeropuerto debía haber avisado a Peter de su llegada, pensó Lali con horror. Pero, ¿para qué diablos habría pedido Peter que la llevaran a palacio? Por la forma en que se había ido dos años atrás, no debía desear volver a verla. Sus privilegios ancestrales y el ser la fantasía de cualquier mujer, no habían preparado a un príncipe árabe para que le rechazaran. Hacia el final de su último y desastroso encuentro, a Lali no le cupo ninguna duda de que Peter se había sentido profundamente ofendido por negarse ella a tener nada con él.
Y sin embargo, había meditado todas sus palabras con antelación y había hecho acopio del mayor tacto posible. Conocía la fuerza de su orgullo. Se le ensombreció ahora la cara al aflorar los crueles recuerdos.  Peter se había puesto furioso y le había acusado de haber perdido la cabeza. No es que ella no estuviera orgullosa de la decisión que había tomado, aunque la hubiera roto por la mitad. Ella había luchado por el respeto ante sí misma, ¿por qué negarlo?
Mientras seguía al hombre a un recibidor inmenso por un paseo bordeado de columnas de mármol, se quedó impresionado del exotismo del lugar. Los diminutos mosaicos formaban intrincados motivos geométricos en tonos desde el verde oscuro y ocre hasta el azul más pálido, cubriendo cada milímetro de las paredes y los techos El efecto era asombrosamente bello ya la vez sugería siglos de antigüedad. Un sonido débil le hizo volver la cabeza.
¿Era una risa o un susurro?
Alzó la vista y vio las celosías labradas que cubrían una galería por encima de ella. Tras la delicada barrera de filigrana, captó movimientos, colores, las risas de alguna joven, y los excitados murmullos de más de una voz femenina.
Una oleada de perfume almizcleño le llegó a la nariz.
¿Una diminuta ventana al mundo exterior para el harén?  Lali se paralizó y se puso pálida sintiendo un terrible dolor en lo más profundo. La tesis que le había hecho conseguir el doctorado y su puesto actual de profesora de universidad, había tratado de la supresión de los derechos de las mujeres en el tercer mundo. Aquello no era el tercer mundo, pero aun así, la terrible ironía de su atracción casi incontrolable por Peter, había tirado sus principios por tierra dos años atrás. Sus colegas se habían muerto de risa cuando él la había perseguido... un príncipe árabe con cien concubinas esperándole en su harén.
—¡Doctora Esposito! —la llamó suplicante Mustafa.
Aturdida por la cascada de recuerdos, Lali siguió avanzando. Al final del recibidor, encontraron a dos fieros guardianes apostados a ambos lados de las puertas labradas. Llevaban espadas ceremoniales, pero también pistolas. A una señal de Mustafá, abrieron las puertas que daban a una magnífica sala de audiencias. Su anfitrión dio un paso atrás dejando claro que ya no la acompañaría más lejos.

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