Sunday, June 14, 2015

capitulo 2

Irónicamente, lo último que deseaba Lali era llamar la atención a su llegada a Datar. De repente deseó con fervor haber mantenido su estúpida boca cerrada. Su referencia a Peter había sido debida a una oleada repentina de pánico. ¿Por qué no habría mantenido la calma y utilizado un razonamiento lógico para arreglar el equivoco? ¿Y por qué se habían puesto tan nerviosos porque viajara sola?
Quince minutos más tarde, el director del acto la condujo por una alfombra roja que no estaba puesta antes.
Lali empezó a preocuparse de verdad. Aquel tratamiento de personaje la sorprendía.
Todo el mundo la miraba. De hecho, era como si todo el aeropuerto se hubiera quedado inmóvil y cargado de una excitación eléctrica.
Tenían que haberse equivocado de identidad, decidió mientras intentaba mantener la compostura.
¿Quién diablos se pensaba Hussein bin Omar que era?
Qué idiota había sido en decir que era amiga del príncipe... sobre todo siendo mentira... una mentira bastante descarada, pensó al recordar su último fugaz encuentro con el príncipe coronado de Datar e intentar apartar el doloroso recuerdo. No había tenido mucha elección, decidió con fiereza. Casi se había puesto en ridículo, pero al menos él no lo había sabido. No le había dado esa satisfacción.
Toda una columna de relucientes policías esperaba firme bajo el sol abrasador de fuera.  Lali se puso pálida. Empezó a sudar bajo la fresca ropa de algodón que llevaba.
—Su escolta, doctora Esposito.
Hussein bin Omar chasqueó los dedos y un policía se adelantó a abrirle la puerta del coche oficial allí parado.
—¿Mi escolta? —repitió temblorosa mientras una joven se adelantaba y le plantaba un enorme ramo de flores en las manos.
Como si no fuera suficiente, le agarró los dedos y se los besó.
Se habían vuelto todos locos, pensó Lali mientras entraba en el coche de policía. Al instante se riñó a sí misma por aquella idea. Como antropóloga estaba preparada para comprender todo tipo de culturas. Cuando el coche se puso en marcha con el aullido de las sirenas, se dijo a sí misma que debía mantener la calma, pero le resultó difícil al ver que otros dos coches de policía la escoltaban.
El sentido común le dio la explicación más obvia. Todo aquel tratamiento debía ser por haber reclamado ser amiga del príncipe Peter. Aquello no era Inglaterra, sino un reino feudal que sólo recientemente estaba empezado a salir del oscurantismo de la edad media.
Cerró los ojos con horror cuando el conductor encendió una luz roja que obligaba a detenerse a todos los vehículos con los que se cruzaban. Entreabrió los párpados con miedo para observar la ciudad de Al Kabibi a una gran velocidad. Los rascacielos ultramodernos y centros comerciales se mezclaban con edificios de arquitectura clásica y mezquitas con cúpulas de color turquesa.
Después de pasar las lujosas villas blancas de las afueras, la ancha y polvorienta autopista avanzó por un paisaje desértico y desolador.
El conductor habló con excitación por la radio y Lali se puso a rezar. Y entonces, sin ninguna señal de advertencia, el coche salió de la carretera para avanzar hacia una fortaleza defendida por dos gigantescos portones. Un grupo de nativos apareció directamente en su camino. Todos llevaban fusiles. El conductor frenó con tal brusquedad que Lali salió disparada hacia adelante y entonces escuchó las ráfagas de las metralletas y se tiró al suelo enroscándose en una bola.
Se quedó en el suelo temblando de miedo hasta que la puerta se abrió.
—¿Doctora Esposito?

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