—En realidad, estaba bromeando —dijo Mary—. Pero si queréis obsequiarnos con la historia de la cama elástica y la crema de chocolate, me encantaría. Gaston y yo siempre estamos buscando técnicas creativas para practicar en el dormitorio.
—Vale, vale… —la interrumpió Gaston, tapándose la cara, como si quisiera defenderse de más revelaciones sexuales—. Ya está bien. No quiero oír más historias de juegos sexuales mientras estoy cenando con mi esposa embarazada y otra encantadora joven.
Lali hubiera querido besarlo. Y luego levantarse y besar al personal del servicio de catering, que apareció segundos más tarde con cuatro platos de ensalada y un cóctel de mariscos para empezar la cena.
Después de desplegar las servilletas y de dar un plato con remolachas a Mary, empezaron a comer. Lali incluso empezó a relajarse. La comida había sido muy oportuna para distraer la atención del tema del que estaban hablando anteriormente.
—Lo siento, si te hemos incomodado, Lali —dijo Mary, rompiendo el silencio y sonriendo—. Sólo estábamos bromeando, como buenos amigos que somos. Pero no debimos hacerlo a tu costa. Evidentemente, no nos conoces lo suficiente como para saber que no estamos hablando en serio.
—Está bien —dijo ella—. No me he ofendido.
Se había sentido incómoda, pero sólo porque se sentía insegura. No estaba acostumbrada a compartir sus experiencias sexuales con las bibliotecarias de mediana edad con las que trabajaba. En su trabajo más bien solían comentar qué libros estaban en la lista de los más vendidos.
—No obstante, cambiemos de tema —dijo Mary.
«Sí, por favor», pensó Lali.
—Hoy hemos venido aquí a conocerte y no a incomodarte. Así que cuéntanos cosas sobre ti.
Lali sintió un nudo en la garganta.
—¿Dónde trabajas?
Oh, ¿qué debía hacer?
Lali tenía que inventar una respuesta rápidamente.
—Yo… Mmm… Soy compradora.
¿Era ésa una profesión?, se preguntó.
—¿Sí? ¡Es fascinante! —respondió Mary, pinchando la lechuga de su ensalada.
—¿Qué compras? —preguntó Gaston.
Peter, notó Lali, permaneció en silencio con curiosidad. Por el rabillo del ojo, ella vio que la miraba fijamente.
No debía sorprenderse. Aquello era una novedad para él. Probablemente tuviera tantas ganas como los demás de saber de qué se trataba el trabajo que
llamaba «compradora». Por supuesto que no podía preguntar delante de sus amigos, porque se suponía que él ya sabía todos aquellos datos sobre ella.
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