Friday, February 12, 2016

capitulo 37

Lo que quería era que ella le asegurara que no estaba enamorada de él, reflexionó Lali mortificada, con las mejillas como dos rosas. -Estaba actuando. -Tendría que habérmelo imaginado. ¿Imaginabas que era Benjamin? -preguntó ahogadamente. Lali no pudo mirarlo de la vergüenza que sentía, por lo que interpretó que él lo encontraba divertido. -¿Y quién, sino? Su propia imagen en el espejo la dejó sin aliento. Tres días antes, Peter no sólo había hecho traer una selección de vestidos de novia, sino también una modista para que hiciera todos los arreglos pertinentes. Un detalle más para beneficio de Alejo, suponía Lali. Pero verse vestida de novia el día de su boda era algo totalmente distinto. Alejo había insistido en prestarle una diadema de brillantes que había pertenecido a su madre. Las piedras preciosas brillaban como una guirnalda de estrellas en su pelo recogido. ¿Y el vestido? El vestido era un sueño hecho realidad. Seda color marfil con un delicioso bordado le ajustaba el busto, le apretaba la pequeña cintura y le caía en suaves pliegues hasta los pies, calzados con zapatos bordados en oro que parecían los de Cenicienta. Durante los cinco días anteriores, apenas si había visto a Peter, excepto en presencia de Alejo. La actuación de Peter había requerido poco más que un solícito aire de interés en que ella estuviese bien y circunspectos paseos por la propiedad después de comer. -Alejo no tiene confianza en nosotros como para dejarnos solos -había dicho Peter en un ataque de furia al verlo caminar por el patio más arriba con la mirada fija en ellos como una atenta carabina-. ¿Qué se cree? ¿Que te arrastraré bajo un árbol como un adolescente? Mientras Herminia salía de la habitación con ella, Lali sonrió al recordar la incrédula explosión de Peter la noche anterior. Alejo no le tenía ni un ápice de confianza. Pero la sonrisa pronto se le borró de los labios, porque Alejo no tenía por qué preocuparse. No había peligro de que la fatídica noche de pasión se repitiese. Alejo la vio bajar las escaleras con inmenso orgullo. -Estás maravillosa, querida. La llevó de la mano como a una reina hasta el coche que esperaba. El viaje hasta la pequeña iglesia en las afueras del pueblo les llevó sólo unos minutos. Lali se sobresaltó ante la aparición de un fotógrafo que registraría su entrada del brazo de Alejo, y era un manojo de nervios cuando subió los escalones apretando entre sus manos el hermoso ramo de flores. Cuando se inició la ceremonia, Peter se giró finalmente para mirarla. Sus profundos ojos verdes brillaron plateados y ya no se apartaron de ella. Eduardo Arribas, que oficiaba de testigo, tuvo que darle un discreto codazo cuando llegó el momento de intercambiar los anillos. Lali sólo era consciente de las palabras del padre Navarro y de la presencia de Peter, increíblemente guapo con un traje oscuro. Al salir de la iglesia tuvo que hacer un esfuerzo por recordar que sólo era una farsa, que no era real en absoluto. El fotógrafo los hizo posar y cuando finalmente subieron al coche que los volvería a llevar a la casa para el desayuno nupcial, esperó que Peter dijera algo cínico, como que se alegraba de que la charada hubiese terminado. -Estás increíble con ese vestido -dijo sin embargo. -No es necesario que actúes cuando estamos solos. -No estoy actuando. -Sí, lo estás. Lo sabes perfectamente. Como cuando me dijiste que mis ojos eran maravillosos - le recordó con tristeza-. Puedes interrumpir la actuación hasta que nos bajemos del coche. -Es que tienes unos ojos maravillosos -murmuró en respuesta a la prosaica afirmación. -¿Por qué insistes? -suspiró Lali. Peter respondió a la mirada de franco reproche con el brillo de sus ojos verdes que la hicieron recordar el abandono con que se había entregado a él hacía unos pocos días. La atmósfera se hizo irrespirable por la tensión y cuando Peter le pasó la mano por la cintura y la acercó para besarla, el recuerdo y la realidad convergieron y en lo único en que pudo pensar era que quería hacer lo que su cuerpo le pedía. El le abrasó la boca con hambre devoradora y ella le pasó las manos por el negro pelo y lo atrajo posesivamente. Lentamente, los corazones latiendo al unísono, desaparecieron de vista hasta encontrarse tumbados en el asiento del coche.

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