Lali sintió escalofríos. No creía que Candela pudiera ir a ver a Peter. ¿Le habría contado lo que ella le había dicho? Lo más probable era que no. Pero tal vez se equivocaba al pensar que Candela tenía demasiado orgullo como para rebajarse a un enfrentamiento como aquél. Estaba paralizada y Peter le apretaba el brazo cada vez más.
-Me haces daño -dijo con un susurro.
Peter la soltó. Lali se preguntó qué haría a continuación. Por supuesto, no la creería, Candela la había creído, pero él no, se decía. Pero si no la creía, podría convencer a Candela de que todo eran mentiras, y eso significaba volver al punto de partida. Tan sólo tenía una ventaja: Peter no recordaba lo que había ocurrido aquella noche. Y si lo recordaba, no había dado muestras de ello.
-¡No te creo... tienes que estar mintiendo! -dijo Peter. Estaba conmocionado, iracundo, una condición muy rara en él, ante lo cual, Lali pensaba que tal vez tendría razón al pensar que no recordaba nada de lo sucedido aquella noche. Lo único que ella tenía que hacer era no revelarle la verdad hasta que Candela se hubiera marchado.
-Primero -prosiguió Peter-, sólo tenías diecisiete años, así que, a pesar del estado en el que estaba, yo no te habría tocado. Dos, yo nunca, en toda mi vida, he hecho el amor sin preservativo, ni siquiera cuando tenía quince años. Tres, ¿por qué no me lo habías dicho hasta ahora?
Tenía aprisionada a Lali contra la puerta del jardín, que se clavaba el picaporte en la espalda. Se sonrojó. Peter levantó una mano y la pasó por la melena de Lali. Estaba realmente turbado. Lali no había imaginado que algo pudiera penetrar en la naturaleza impenetrable y cínica de aquel hombre. Por un instante, se sintió culpable, y entonces recordó al niño de Candela, y pensó en los deseos de venganza de Peter. En cuanto el niño estuviera a salvo, le contaría la verdad, pero no antes.
-¡Maldita seas! -le espetó Peter con frustración-. Si no empiezas a hablar, no respondo de lo que pueda pasar.
-¿Qué quieres que diga? -dijo Lali, intimidada por la violenta furia que emanaba de él.
-¡Que es mentira! ¡Que te lo has inventado del principio al final!
Pensando muy deprisa, llai se forzó a mirarlo a los ojos.
-No tengo por qué justificarme. Yo no sabía que Candela iba a decirte nada... Yo no quería que tú lo supieras. Si no te hubieras acercado a mi hermana, nunca lo habrías sabido...
-¿Y se supone que eso va a hacer que me sienta mejor?
-No me importa cómo te sientas -dijo Lali, y recordando cómo se había sentido aquella noche, no le importaba lo más mínimo-. Pero no pensaba dejar que arruinaras la vida de Candela. Ahora, ¿vas a dejar que me vaya?
-Tu actitud no tiene sentido. Si yo soy el padre de Rosie, lo que es improbable, tú te comportas como si eso no tuviera importancia.
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