-No te atrevas a justificarte, llama a las cosas por su nombre -advirtió Lali-. Si tú y yo no fuéramos quienes somos yo no estaría aquí. Y si Emilia y yo no necesitáramos nuestros empleos te habría mandado a donde te mereces.
-Me lo imagino -soltó él con voz de seda.
-Y sabes muy bien que arrastrarme de este modo... bueno, no es precisamente un trato de ensueño, ¿no crees? No quisiera ser irrespetuosa, pero no me gustan los funerales.
-¡Pues a mi padre le hubieras encantado! -exclamó Peter con un brillo en los ojos.
-¿Es que él era de los buenos?
Peter volvió a ponerse tenso. Toda la expresión divertida de su rostro desapareció. En silencio, asintió con gesto duro. Luego le dio la espalda a Lali, que hubiera deseado mantener la boca cerrada. Entonces alguien llamó a la puerta. Era hora de marcharse. Ambos salieron al creciente calor del sol y caminaron hasta embarcar en un pequeño avión. ¿Cómo había podido tener tan poco tacto?
El avión sobrevoló las aguas del Adriático. Sólo el ruido del motor llenaba el silencio. Lali sintió que los párpados le pesaban. Se hundió en el asiento y se durmió.
Le costó despertar y tardó en comprender dónde estaba. Abrió los ojos confusa. Estaba tumbada en el enorme asiento trasero de una limusina de lunas tintadas. De pronto, con un ruido metálico y caro, la puerta se abrió. Un joven moreno se quedó mirándola.
-Así que tú eres la última conquista de Peter... Tengo que decírselo a mi primo, tiene buen gusto. No es de extrañar que no hayas querido entrar en la iglesia, algunos de los parientes de su madre son de estrechas miras. Me llamo Pablo Martines.
Lali se incorporó, tensa ante la mirada de aquel joven, fija en sus piernas. Tiró de la falda y contestó:
-¡No soy la última conquista de Peter!
-Bien, ésa es una buena noticia -sonrió Pablo deslizándose por el asiento y cerrando la puerta-. Entonces, si no eres de Peter, ¿qué estás haciendo aquí, esperándolo a las puertas del cementerio?
-Trabajo para él, ¿de acuerdo?
-Por mí de acuerdo... -contestó el joven imperturbable ante la helada mirada de ella, alargando un brazo confiado hasta el cabello rubio platino y murmurando contra su mejilla ruborizada -: Eres verdaderamente una muñeca... La puerta del coche volvió a abrirse, pero en esa ocasión era Peter que, echando un vistazo a la
escena, aparentemente íntima, rugió de ira. Alargó un poderoso brazo, agarró al joven del cuello y lo sacó de la limusina para echarle un rapapolvo en griego. Lali, atónita e inmóvil, miró a Peter.
-Ella dijo que no era tu chica... ¿crees que me habría abalanzado sobre ella de no ser así? -gritó Pablo mientras se alejaba echando chispas. Peter entró en el coche con expresión seria y rasgos endurecidos, como de bronce, sin decir palabra. Sus ojos brillaron de ira al exclamar con desprecio:
-¡No te he traído aquí para que vayas tendiendo trampas a los hombres!
Lali, que tenía temperamento y que de hecho estaba ya alterada, estalló. Reaccionó instintivamente, levantando una mano y abofeteando el rostro de Peter con fuerza.
-¡Ningún hombre habla así de mí! -la mejilla de Peter quedó marcada. Él la miró con atónitos ojos verdes. Ella sabía que había ido muy lejos, pero estaba demasiado enfadada como para reconocerlo-. ¡Y tu vanidoso primo se merece otra! ¿Quién diablos se ha creído que es? ¡Llamarme muñeca y acariciarme el pelo como si yo fuera un
juguete! ¿Y cómo te has atrevido tú a comportarte así, haciéndole creer me rebajaría a ser tu chica? -¿Rebajarte...? -repitió Peter nervioso, con ojos brillantes.
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ReplyDeleteAuch que oportuna es lali para dar golpes en medio de una situación dificil para peter
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