Peter le pasó un brazo por la espalda y la apremió a conocer a sus últimos invitados. Ella sonrió
y charló sin enterarse de lo que hablaba. Mientras avanzaban, Peter bajó su cabeza para susurrarle:
—Espero que no te importe beber agua mineral. Parecías tan cansada antes que me temo que el
alcohol te adormezca.
Lali no se había dado cuenta de que estaba bebiendo y se sonrojó. Nunca le perdonaría que Peter la acusara de estar borracha a mitad de la velada.
—¡O quizá tengas miedo de que me caiga encima de la sopa y te averguence!
—A mí no me averguenza nada, querida, pero ya que a ti te importan tanto las apariencias, te
sugiero que controles tu mal humor. Para ser sincero, mi paciencia está llegando al límite.
En otro tiempo, cuando Peter se había vuelto más frío que el hielo la había hecho sentirse despreciada y hundida. Pero ahora tenía cuatro años más y esa noche era un mar tormentoso de emociones conflictivas. Le recordó poco antes, friamente furioso por sus insultos a Euguenia. Recordó la noche de bodas, el esfuerzo que le había costado enfrentarse a él. Pero al final, había sido sólo una comedia negra. Ella se encontraba en tal estado cuando por fin le había dejado entrar en aquella habitación que había sido totalmente incoherente debido a la alteración que padecía. Y entonces había sonado el teléfono y él se había dirigido a la puerta.
—Me temo que tengo que irme —había anunciado Peter dirigiéndole una mirada sombría—. Pero tampoco me apetece quedarme en casa con una mujer borracha e histérica. Le diré a Ogden que te suba un café.
Y ella había sollozado, gemido y gritado mientras le seguía a la planta principal, pero ninguna súplica ni nada de lo que había dicho había causado el menor efecto en su decisión de irse. Ahora comprendía Lali que lo que había hecho en realidad era todo lo posible para impulsarle a que saliera por aquella puerta.
En el magnifico comedor, se encontró a un extremo de la mesa con Peter a dieciséis cubiertos de
distancia.
—Tengo entendido que es usted la señora de la casa—comentó el joven banquero sentado a su
lado.
—¡Por no llamarlo otra cosa! Hacía tiempo que no oía algo tan divertido.
Su compañero de mesa no pareció entender que estaba bromeando. Acercó más la silla a ella y la aburrió durante el resto de aquella interminable comida con historias de sus mejores momentos de caza y pesca. Ella parecía atenta a cada una de sus palabras sólo porque Peter la estaba mirando. Hacia el final de la cena, se quedó en silencio por fin, comprendiendo que se había portado como una niña patética buscando la atención del comensal de al lado. Casi se encogió cuando el banquero le puso en la mano su tarjeta y la invitó a que se pusiera en contacto con él cuando estuviera «libre».
—Peter está de un humor muy raro esta noche —susurró Natalie a su oído una hora después de que Lali hubiera dejado por completo de mirar en su dirección—. Y tengo que decir que aunque nunca lo he visto explotar, bien podría ser esta noche, Lali.
Lali lanzó un bostezo. Estaba agotada. Cuando Ogden cerró la puerta tras el último de los invitados, empezó a subir las escaleras como una sonámbula. Peter la asió por la espalda, deslizó un poderoso brazo bajo sus rodillas y la alzó con suavidad en sus brazos.
—¿Te has sentido abandonada durante la cena?
Lali barajó la idea de protestar para que no la llevara, pero midió la considerable longitud de la
escalera y cedió.
—¿Perdona?
—Todas esas frenéticas risitas de colegiala y batir de las pestañas. No fuiste exactamente sutil.
—La sutileza hubiera sido una pérdida de tiempo con ese hombre y estaba muy pendiente de mí.
Es evidente que le deben gustar las fulanas de risa histérica y fácil.
A Lali se le escapó otro enorme bostezo.
—Que compartas la cama conmigo no te convierte en una fulana -dijo Peter apretándola con un
poco más de fuerza.
—¿Cómo llamas tú a una mujer que se acuesta con un hombre por dinero?
—¿Qué diablos te ha pasado?
Peter la miró con furia y Lali alzó la vista adormilada. Dios bendito, incluso con la cara furiosa
estaba tan guapo...
—Dios, te has estado comportando como una maníaca desde que te he dejado esta mañana.
—Se llama hacer lo que me da la gana. Tú lo haces todo el tiempo, pero no puedes entender que lo hagan los demás.
—No te he traído de vuelta a mi vida para que hagas lo que te dé la gana.
—¡Por supuesto que no! —Lali reposó las piernas sobre el cómodo colchón donde la había
tendido él—. Pero has infravalorado a tu víctima.
—¿Qué quieres decir?
Que soy tan terca como tú... siempre lo he sido. El la volvió con sorprendente ternura y empezó a desabrocharle la cremallera del vestido.
Otrooo
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