Lali se echó a temblar. Estaba desnuda delante de un hombre por primera vez en su vida, por lo que tuvo que resistir la urgencia de volver a cubrirse. Un extraño sentimiento de calor le ardía entre las caderas, a medida que la ardiente mirada que él le estaba dedicando le recorría los pechos, los rosados pezones que los coronaban y el delicado vello color negro que le cubría la entrepierna.
Peter volvió a tomarla entre sus brazos, como si fuera una muñeca.
—Estás temblando... y ni siquiera te he tocado.
—Sí... —susurró Lali avergonzada de su propia debilidad y presa de un desesperado anhelo físico.
—Tienes la piel tan clara comparada con la mía —musitó, al tiempo que colocaba una mano sobre el delicado torso de Lali y escuchaba cómo ella contenía el aliento. Después, deslizó un poco más la mano y empezó a juguetear con los erguidos pezones—. Tienes unos senos muy hermosos...
Lali había dejado caer la cabeza hacia atrás y gemía en voz alta, haciendo de un modo desesperado que él la acariciara una y otra vez. Entonces, Peter bajó la cabeza y tomó entre sus labios una de aquellas rosas. Lali gritó de placer, incapaz de controlar su propia reacción.
Peter torturaba la tierna carne con los dientes, dejando que la lengua aliviara con su humedad las zonas más sensibles. Lali no había conocido nunca placer como aquel, no había sabido que su cuerpo pudiera sentir con tanta intensidad. Cada vez que la tocaba, el placer aumentaba y luchaba por buscar más y más sensaciones, que hacían que los músculos se le tensaran como nunca había experimentado antes.
Peter la levantó entre sus brazos y la colocó en el centro de la cama. A continuación, se inclinó sobre ella, ejerciendo plenamente su satisfacción por un control absoluto. Lali, al mirar la intensidad de aquellos ojos verdes, sentía como si se deshiciera como la miel. Nunca antes había sido más consciente de su propio cuerpo. Tenía los pezones hinchados y brillando por los besos que él les había dedicado. Su íntima feminidad estaba húmeda y lista...
Lali clavó las uñas en la colcha para tratar de aferrarse al mundo que parecía más bien propio de una fantasía erótica, un mundo que le había resultado completamente ajeno hasta entonces. Al hacerlo, se sintió completamente fuera de lugar. Estaba nerviosa, al contrario que unos minutos antes, cuando había anhelado saber lo que la esperaba a continuación.
—¿Podrías apagar las luces? —susurró, con voz temblorosa.
—No... quiero verte —afirmó Peter.
—¿Verme? —preguntó Lali completamente asombrada por aquel concepto.
Maass
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