Al ver que iba a perder el equilibrio, él la sujetó por la cintura, recogió el zapato que había perdido y se lo puso. Luego agarró su pequeño bolso a juego con su calzado y la alzó en brazos para llevarla a la puerta de atrás del bar.
—Nos vamos —le dijo al camarero cuando pasó por su lado—. Quédense el tiempo que necesiten para limpiar y recoger todo, y asegúrense de que la puerta queda cerrada cuando se marchen.
El hombre asintió, con cara de shock.
Peter la llevó hasta su coche. Lo abrió con el mando a distancia. Y luego metió a Lali dentro. Él rodeó el coche y se sentó al volante.
—¿A tu casa o a la mía?
Ella se quedó pensando. Por un momento pensó en llevarlo a su apartamento para que descubriese todas las pistas de la persona que era. Pero… ¿y si no le gustaba?
Ella sabía que no podía haber ninguna relación seria entre ellos. De hecho, sospechaba que aquélla sería su última noche juntos… Pero le parecía que estaba enamorada de Peter.
Y también sabía que una relación no se podía basar en mentiras. Ella sabía quién era ella verdaderamente y quién era Peter. Pero él no la conocía. Ella sabía lo que quería y lo que quería Peter. Y sabía que eran deseos opuestos.
—A la tuya —respondió Lali, tratando de apartar el pánico que amenazaba con arruinar una noche maravillosa.
Pasaría una sola noche más con Peter, en sus brazos, haciendo el amor hasta que ninguno de los dos aguantase más.
El riesgo de aquello era que lo amase para siempre, y que jamás encontrase a otro hombre que lo igualase. Pero valía la pena.
Disfrutaría de lo que él quisiera darle, y lo guardaría en su recuerdo.
Luego se moriría sola. Pero con una sonrisa en los labios por haber conocido a un hombre maravilloso llamado Peter Lanzani.
Peter se saltó varias señales de tráfico. Lo único que quería era llegar cuanto antes a su casa para estar con Lali a solas.
Con suerte, llegarían a cerrar la puerta de entrada y a hacerlo en el suelo.
Se imaginó su vestido subido hasta la cintura, con la espalda apoyada en la pared mientras él entraba en ella una y otra vez. Se estremeció al pensar aquello.
Ella lo volvía loco. Tan loco como para que echase a sus amigos antes de que terminasen de cenar, como para meterse mano delante de los camareros del catering. Como para infringir las normas de tráfico con tal de tenerla desnuda en su casa, o quizás no tan desnuda, debajo de él.
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